A punto estuvo de saltar en la crisis de Gobierno del mes pasado. José Luis Ábalos iba a Defensa y Margarita Robles, a Justicia e Interior, en una fusión con resabios felipistas y barba de Belloch. Pero el anfitrión de Delcy y sus 40 maletas en la madrugada del aeropuerto de Barajas, rechazó la amable oferta y prefirió retirarse a su rincón valenciano, bien blindado por sus impenetrables secretos. Ábalos, el sigiloso apparatchick que todo lo sabe, de Ferraz y más allá, está sentado sobre un barril de pólvora que puede hacer volar a un Gobierno, con el leve inconveniente de que el primero que saltaría por los aires sería él.

Fernando Grande-Marlaska, por lo tanto, siguió en su puesto, aunque no goza ya del beneplácito incontestable del presidente. Ha pasado de ser uno de los ministros estrella del Consejo a compartir estancia en la zona de quemados junto a Teresa Ribera, la musa incandescente del recibo de la luz. Se le nota menos, eso sí. Entre otras cosas, porque es un maestro en el arte de la ocultación, la trampa y el disimulo.

Tampoco ha enarcado una ceja ni se le ha escuchado una frase ante la sórdida campaña de acercamiento de asesinos etarras a las cárceles del País Vasco. Sobre los homenajes que se celebran, y los que se preparan en honor a los más terribles terroristas, así Parot, también opta por permanecer mudo y ponerse de costado, no le vayan a atribuir alguna responsabilidad en asunto directo y absoluto de su negociado.

Esa habilidad para pasar tan inédito e inadvertido como el público ante la taquilla de un filme español empieza a cuartearse, a hacer agua. El centro de la tormenta viene de Ceuta, precisamente, donde empezó todo hace cuatro meses. La ventisca aprieta y amenaza con llevárselo por delante. O, al menos, con causar un destrozo. Tras la defenestración de Arancha González Laya, la ministra de menor nivel de cuantos han desfilado por el Palacio de Santa Cruz, su sucesor, José Manuel Albares, se enfrascó en afinar las relaciones con el vecino del sur. La repatriación de decenas de los menores que en su día irrumpieron en la ciudad autónoma es buena muestra de ello.

El problema es que el Ministerio del Interior ha dado la orden de devolverlos de quince en quince sin comunicarlo, como es preceptivo, al ministerio fiscal, por lo que, de pronto, ha estallado un vendaval de reproches y acusaciones que tienen la cervical de Marlaska como objetivo. El ministerio de Asuntos Sociales, que comanda Ione Belarra, la sustituta de Pablo Iglesias en ese negociado, ha lanzado a toda la oficialidad Podemos que pulula por ese departamento para requerir rectificaciones. Mucho ruido hacen, que es lo suyo. Tanto que el defensor del Pueblo, aquel amable guerrista Fernández Marugán que en su día fue activista incansable del socialismo madrileño, también se ha interesado por el caso. Sí, en efecto, ha tenido que montarla muy gorda Marlaska para que se caiga en la cuenta de que el defensor del Pueblo existe.

Alguna ONG que nunca falta en estos casos, como Andalucía Acoge y hasta Save the Children, que nada quiso saber de las menores tuteladas y prostituidas en Baleares, requieren ahora más información acerca del asunto de los menas marroquíes. El Consejo de la Abogacía ha mostrado también perplejidad y hasta el Obispado correspondiente ha puesto el grito en el cielo, como corresponde. 

El ministro que nunca estuvo allí, que ha evitado aparecer en las situaciones más ríspidas de su departamento, como si nada fuera con él; que incluso salió impoluto en la responsabilidad de un informe falsario de su departamento, encargado ex profeso para sacudirse culpas y maldades tras el ataque sufrido por Ciudadanos con motivo de la celebración de una marcha del Orgullo; que promovió un escándalo similar con el cese del coronel jefe de la Guardia Civil en Madrid por no prestarse a desobedecer una orden judicial en la investigación sobre la pandemia y la manifestación del 8-M. Un cúmulo interminable de tenebrosos episodios, en la linde de la ilegalidad, que le habrían producido dolores de cabeza a otro ministro cualquiera pero que ni siquiera hicieron fruncir el ceño a Marlaska, que los justificaba en sus diferentes comparecencias en el Congreso armado de un arsenal de falsedades, un despliegue de trolas y un carromato de patrañas que eran del agrado de su jefe supremo.

Las cosas han cambiado. El ministro del Interior ha perdido ‘punch’ y está en riesgo su estabilidad. La fiscal general, fino olfato que detecta la debilidad de sus rivales al kilómetro, va a por él. El fiscal de Menores y el correspondiente de Ceuta han iniciado las pesquisas. Quizás no lleguen a nada. Por ahora, lo que han conseguido es amargarle el agosto a un ministro que, hasta el momento, ha logrado esquivar todos los entuertos y escapar a todas las conjuras. Quizás su suerte se ha esfumado. Ya no tiene padrino que lo defienda. Sabido es que en política, por un crimen te ascienden, por dos te condecoran y por una tontería de nada, te sacrifican.

 

José Alejandro Vera