En su Vida de los doce césares, Suetonio atribuye la famosa frase, Alea Iacta est, a Julio César en el momento en que cruza con sus legiones el río Rubicón, abandona la Galia y entra en territorio italiano para iniciar la guerra civil con Pompeyo. El insigne cónsul de Roma ha quedado así inmortalizado como el héroe que, ante una decisión difícil y arriesgada de la que depende su futuro y el de su proyecto vital, asume su destino y se lanza sin vacilar a una empresa en la que puede encontrar la gloria o el fracaso. Este tipo de decisiones no son sin duda propias de pusilánimes ni de tibios, sino de personas a las que les sobra el coraje y la fe en sí mismos.
Cuando Pablo Casado presentó su candidatura a la Presidencia de un Partido Popular desmoralizado y desorientado tras la moción de censura relámpago de un arribista sin escrúpulos que le arrebató el Gobierno, sus posibilidades eran pocas y por supuesto apostó a todo o nada. Si triunfaba, se le abría el camino a La Moncloa; si era derrotado le aguardada el ostracismo político y muy probablemente la dura senda de la actividad privada. Sin embargo, fue valiente, superó el contratiempo de quedar segundo en el voto de la militancia, resistió los cantos de sirena que le invitaban a pactar con su rival, enhebró un discurso que llamaba a la recuperación de los auténticos principios y valores liberal-conservadores en claro desmarque respecto a la tecnocracia aséptica e ideológicamente deshuesada de la etapa rajoyesca-sorayesca, y ganó limpiamente un Congreso que se le auguraba muy cuesta arriba. Hasta aquí, por tanto, nada que objetar a sus reiteradas muestras de determinación, solidez de pensamiento y arrojo.
Ahora bien, lo que tienen los Alea iacta est es que no se pueden pronunciar a medias. Y la candidatura a la Presidencia y el éxito en el Congreso fueron una parte necesaria de la hazaña, pero no toda ella. Para que la analogía con Julio César sea creíble, hace falta que la faena sea completa, desde los pases con el capote hasta el estoque final. Y por lo que se ha visto y se va viendo, hay preocupantes indicios de que estamos asistiendo a un Alea iacta est fallido. De entrada, a la hora de formar su equipo se ha rodeado de demasiada gente vinculada a la etapa precedente, además de enviar señales inequívocas de debilidad, como los innecesarios elogios al período más nefasto de su partido, el que se inició en el Congreso de Valencia y naufragó en un reservado de un restaurante entre libaciones melancólicas, la oferta de ponerle un despacho al estafermo en Génova 13, el reproche a Rivera por “crispar” al retirar lazos amarillos del mobiliario urbano de Cataluña y lo peor de lo peor, el error garrafal de pastelear la composición del Consejo General del Poder Judicial con el Frente Popular. Tampoco ha recuperado a las figuras que se apartaron de la línea pasiva y acomodaticia de su antecesor, y ni Jaime Mayor, ni María San Gil, ni Cayetana Álvarez de Toledo, ni Ignacio Astarloa, ni Guillermo Gortázar, ni Eugenio Nasarre ni los jóvenes liberales integrados en la Red Floridablanca, por citar algunos casos notorios, han sido llamados que se sepa a ocupar puestos de relevancia, bien sean orgánicos o de asesoramiento, ni se ha realizado gesto alguno que los reivindique.
Si hay un punto en el que Casado podía demostrar de verdad su compromiso con la democracia constitucional y la separación de poderes, y donde podía haber marcado una neta diferencia con el PP desleído, oportunista e inane de la última década, es precisamente en la elección de los vocales del órgano rector de la justicia. Al entrar en esta negociación perversa y confiársela a un personaje como Rafael Catalá, tan representativo del estilo melifluo, maniobrero y pálido del PP de Rajoy y SSS, ha perdido una oportunidad de oro de hacerse con el liderazgo de la alternativa a Pedro Sánchez. Ciudadanos que, pese a sus ocasionales oscilaciones en cuestiones menores, no pierde nunca el rumbo principal, se ha negado a sumarse a este juego infame, ha renunciado al eventual puesto que le correspondía y se ha mantenido fiel a su exigencia de volver al sistema anterior a la reforma legal de 1985 para que sean los propios jueces los que elijan a los miembros del Consejo General del Poder Judicial. No es extraño, a la vista de tal pifia, que las encuestas contemplen la pérdida de la segunda posición por parte del PP en favor de Ciudadanos en las inminentes elecciones andaluzas.
Los partidos nacen, viven, decaen y fenecen. Nadie hubiera podido imaginar hace cuarenta años que la Democracia Cristiana o el Partido Comunista italianos pudieran desaparecer del mapa parlamentario o que el Partido Socialista francés descendería al nivel de postración en el que se encuentra hoy. Por tanto, no es descartable, a la luz del discurrir de los acontecimientos en España, que en un tiempo relativamente breve el PP caiga en barrena de forma irreversible y la práctica totalidad del espacio electoral de centro-derecha sea ocupado por Ciudadanos como fuerza hegemónica de los millones de votantes que desean una sociedad abierta en una España unida inserta en una Europa políticamente integrada y por VOX como flanco euroescéptico, conservador en lo moral y nacionalista identitario español.
El margen que le queda a la nueva dirección del PP para dar un golpe de timón definitivo a la travesía que empezó en su reciente Congreso y que todavía no se atreve a rematar, es ya muy estrecho, y el 2 de Diciembre recibirá la correspondiente señal. Julio César sí osó echar los dados sin que le temblara el pulso y, aunque después de sus rutilantes victorias le aguardaban los puñales arteros de los Idus de Marzo, su memorable paso del Rubicón fue el nacimiento de un imperio que abarcó el orbe entonces conocido. Una cosa es liarse en la politiquería, otra diferente hacer política y otra aún más distinta forjar la Historia. Pablo Casado arrancó muy bien en la segunda con aspiraciones de alzarse a la tercera, pero si no pone rápidamente el remedio está cerca de evaporarse en la primera.