Lamento decirlo bruscamente, pero es como lo veo: España se está quedando sin centro político. Hubo un tiempo, y nada lejano, donde todos los partidos querían competir por el voto moderado y centrista. En los últimos días, quizá en las últimas semanas, todos se han radicalizado. El centrismo está desaparecido. Por lo menos, en hibernación.

En primer lugar, Ciudadanos y su líder Albert Rivera, que soñaba con reencarnar a Adolfo Suárez y lo citaba con frecuencia en discursos y declaraciones sufrió una tercera transformación. Había comenzado mostrando simpatía socialdemócrata, después dio un giro confesado hacia el liberalismo y ahora, sin decirlo, ese liberalismo gira a gran velocidad hacia una derecha radical en muchos aspectos. Convencido de que su vivero de votos es el mismo que el del Partido Popular, compite descaradamente con él en sus propuestas económicas, lo desborda por la derecha en ideas sociales y representa la posición más dura en política territorial tanto en Cataluña como en el País Vasco. Es el nacionalismo español más intransigente.

A su lado, el Partido Popular, desvanecido Rajoy, está dirigido por un Pablo Casado que sorprende por la pureza de sus ideas conservadoras. Temeroso de que Ciudadanos le siga segando la hierba bajo los pies, radicaliza su discurso, hace una oposición frontal a toda la izquierda, endurece los calificativos hasta el punto de llamar bolivariano a Pedro Sánchez, es crítico con la inmigración, intransigente con el diálogo y no digamos con las condiciones de los nacionalismos periféricos y renueva su ideología en la línea de Aznar, pero con los ojos puestos en Vox.

En la otra banda del mapa, el partido de centro-izquierda ha sido siempre el PSOE. Tanto es así, que a Pedro Sánchez lo echaron de la secretaría general por querer arrimarse demasiado a Podemos. Ahora, con Sánchez en el poder de partido y Gobierno, el PSOE pacta abiertamente con Podemos, acepta gran parte de sus propuestas para los presupuestos, se pone de su lado en el Pacto de Toledo y le otorga una insólita capacidad de influencia en las decisiones políticas. En las políticas sociales, está mucho más cerca de Esquerra Republicana o de Bildu que del Partido Popular. Sea por convicción o por necesidad de mantenerse en el poder, su socialismo no se parece en nada al de Felipe González.

¿Ocurrirá lo mismo en la sociedad española? ¿Está tan radicalizada como sus representantes políticos? Lo dirán las próximas elecciones. Solo apunto una sospecha: si ningún partido aparece en las encuestas como claro ganador, si ninguno llega al 30 por 100 en intención de voto, que se lo hagan mirar: a lo mejor, a lo peor, tiene algo que ver con el abandono de la moderación.
 

 

 

FERNANDO ÓNEGA