La Audiencia Provincial de Murcia tiene previsto juzgar a partir del martes 6 de octubre a dos exalcaldes y tres exconcejales del ayuntamiento de Mazarrón que están acusados de un delito continuado de prevaricación por la presunta adjudicación de contratos de obras por algo más de 413.000 euros sin respetar la normativa. Con ellos figuran también como acusados los administradores de las dos empresas presuntamente beneficiarias y el adjudicatario de otro concurso.
En sus conclusiones provisionales la Fiscalía reclama para cada uno de ellos la pena de diez años de inhabilitación especial para empleoo cargo público; en el caso de los cinco primeros, como autores, y en cuanto a los otros tres, como cooperadores necesarios. Los exalcaldes son Ginés Campillo, perteneciente a la formación política Unión Independiente de Mazarrón (UIDM), y Francisco García, del PSOE. Ambos se repartieron el mandato tras las elecciones de 2011 y están acusados del fraccionamiento de contratos.
Los exconcejales son Isidro Coy y Andrés Valera de UIDM y Juan Miguel Muñoz del PSOE. Los presuntos cooperadores necesarios son Juan Pedro M.B., José Baltasar N.S. y Bartolomé M.B.
FUENTE: LAOPINIONDEMURCIA
LA CORRUPCIÓN CÁNCER DE LA DEMOCRACIA “Si no tenemos policías, jueces, abogados, fiscales, honestos, valerosos y eficientes; si se rinden al crimen y a la corrupción, están condenando al país a la ignominia más desesperante y atroz.”
La corrupción es una acción deshonesta que destruye la confianza del ciudadano en las personas y en las instituciones, rompe la honradez y la buena reputación.
Esta forma de entender la política, la de no sujetarnos todos a unas normas de relación concretas, la del todo vale y el fin justifica los medios, es lo que abre las puertas a la corrupción.
La sociedad mazarronera percibe, y no comprende, como muchos de quienes están al frente de las instituciones, están inoculados de tan alto virus de corrupción.
No hay que desjudicializar la política. Lo que hay que hacer —y urgentemente— es despolitizar la justicia.
Los partidos tienen que sacar sus infectas manos de las estructuras del poder judicial, institución en la que jamás deberían haberlas puesto.
No hay nada más peligroso que la ambición desbocada de un ególatra, alimentada por la absoluta ausencia de valores. El envanecido se adentra en una carrera, en la que cuanto más corre y se apresura en su endiosamiento, tanto más le ciega la soberbia y el orgullo.
El ego no deja ver quien se es realmente. Solo muestra la imagen del personaje que se representa mientras la máscara social se deforma grotescamente con la hipócrita e interesada aprobación de quienes se benefician de la farsa. Por ello necesita conservar el control para mantenerse; vive por y para el poder.