Frecuentemente usada en el tratamiento de las adicciones, la terapia de grupo es muy útil para el desarrollo de la empatía, para aprender a confiar en uno mismo y en los demás y para clarificar los propios valores y, en su caso, modificarlos ordenadamente. España Ciudadana, la plataforma ideada por Albert Rivera para que superemos nuestra crisis histórica de identidad y nunca más pidamos perdón por ser españoles, ofrece un tratamiento completo que acaba con la incertidumbre de los pacientes, les devuelve el optimismo y hace germinar en ellos la esperanza de cambio.
La tercera sesión de este experimento psicosocial a gran escala tuvo lugar este pasado domingo en Mallorca. Un adicto al socialismo, o mejor dicho a los cargos que le proporcionó el PSOE desde hace más de 20 años, se acercó al micrófono para presentarse: “He decidido libremente sumarme a un proyecto de personas diversas que comparten los mismos valores constitucionales y la misma idea de la defensa territorial de España y estoy feliz de hacerlo” Me llamo Joan Mesquida y soy un patriota, afirmó orgulloso. El primer paso estaba dado.
Mesquida era un caso realmente grave. Su consumo de socialismo empezó en 1993 a pequeña escala como diputado autonómico balear y miembro del Consell Insular de Mallorca, antes de que una cosa llevara a la otra y fuera nombrado consejero de Hacienda del Govern. El trapicheo político local se le quedó pequeño y su amistad con uno de los capos del partido, el estupefaciente José Bono, le permitió dar el salto a las grandes ligas, primero como responsable de Infraestructuras de Defensa y más tarde como director general de la Guardia Civil primero y del mando único de la Policía y la Guardia Civil, después. Completamente enganchado a la causa, aceptó más tarde la secretaría de Estado de Turismo y la secretaría general de Turismo y Comercio Exterior.
Descabalgado del caballo por la llegada del PP al Gobierno, Mesquida tuvo que volver a las islas cuando sus venas le pedían cada vez más a gritos. Se insinuó primero para dirigir la organización y, como nadie le hizo caso, se presentó con tan poco éxito a las primarias del partido en Baleares que ni siquiera pudo reunir la mitad de los avales que se le exigían. Convertido en un yonki del PSOE, llegó a postularse en uno de sus delirios como tercera vía entre la sultana Díaz y el fiambre Pedro Sánchez, que luego resucitaría con estrépito, no sin antes escribir un libro sobre el socialismo del siglo XXI y la izquierda del futuro en el que pedía una reforma federal de la Constitución y gravar a los bancos para que ayudaran a sostener las cuentas públicas.
Cuando parecía que lo suyo no tenía remedio, en abril de este año decidió desintoxicarse a lo bruto y presentó su baja como militante tras 32 años de cuelgue, desengañado, según parece, por la tibieza en asuntos como el procés o la prisión permanente revisable que, en su opinión, requerían droga dura y no un sedante. Días atrás renunciaba incluso a la dirección general de Turismo y Proyectos Estratégicos del Ayuntamiento de Calviá, que venía ser como su metadona institucional. Tan sólo le quedaba ponerse en manos del doctor Rivera, que fue lo que hizo este domingo ante un millar de acalorados acólitos.
Mesquida es hoy un hombre nuevo. Siente el orgullo de ser español, cree en una España que permite elegir en libertad y no adoctrina y advierte a los secesionistas que “no hemos estado luchando 50 años contra ETA, con 853 muertos, para que ahora consigan en un despacho lo que tanta sangre derramada costó”. Igual que su mentor en la terapia, no ve rojos ni azules, no ve jóvenes y mayores, no ve creyentes y agnósticos sino sólo españoles y un carguito que aún está por decidir. La terapia funciona.