«Es necesario trabajar, si no por gusto, al menos por desesperación, puesto que, como está probado, trabajar es menos aburrido que divertirse».
Charles Baudelaire
Lo del 1 de mayo ya no es fiesta sino puente. Los pocos madrileños que optan por quedarse en la capital aprovechan estas jornadas de asueto para pasear por el Retiro si el tiempo acompaña o merendar unas tortitas en el VIPS de Neptuno. Del Día de Trabajador no se acuerdan ni los calendarios que cuelgan de la pared. Si los telediarios dejan hueco para alguna manifestación, es para los que protestan contra la sentencia de La Manada. A los sindicatos, en cambio, les dedican apenas unos segundos. Luego pasan rápidamente de tema antes de que se desplome la audiencia.
Los sindicatos se han convertido en instrumentos obsoletos incapaces de representar a la sociedad y de ejercer de intermediarios naturales entre la política, la empresa y la ciudadanía. Al igual que los partidos, los agentes sociales han sido incapaces de adaptar su razón de ser y sus estructuras a la cambiante realidad. Se han vuelto inservibles.
La España oficial ha sido desbordada cual tsunami por la España real. Los que han logrado el ‘IPC para todos‘, esto es, que las pensiones suban más del 0,25% previsto inicialmente en los Presupuestos de 2018, no han sido los sindicatos sino —con empujón final del PNV— los abuelos, los ‘yayos’, los jubilados que llevan manifestándose casi ininterrumpidamente en la ría del Nervión; quienes impulsaron la huelga del 8-M no fueron las dos grandes centrales sindicales, CCOO y UGT, que se sumaron a la misma sin mucho convencimiento y haciendo de tripas corazón, sino los movimientos feministas, colectivos autónomos y periodistas; las voces que se escuchan ahora para reprobar el fallo sobre La Manada tampoco son las de los ‘representantes oficiales’, sino las de Ana Botín y las carmelitas descalzas.
La ‘cultura Twitter’ convierte a los partidos y sindicatos en referentes negativos mientras premia a todos aquellos que simplifican los mensajes
Resulta innegable que hay un componente populista en los movimientos anteriormente descritos, derivados de lo que el politólogo Gabriel Coloméllama la ‘massmediatización‘ de la sociedad, o ‘cultura Twitter’, que convierte a los partidos y a los sindicatos en referentes negativos mientras premia a todos aquellos que simplifican los mensajes, incluso cuando se trata de explicar conceptos complejos. Esta circunstancia, sin embargo, no debe servir de excusa para la nefasta gestión de los sindicatos, que han hecho esfuerzos ímprobos por granjearse una mala imagen difícil de sacudirse.
Como muestra, un botón, el de su coqueteo con el mundo secesionista catalán que Ignacio Varela resumía en este mismo diario en dos frases: «UGT y CCOO, los sindicatos de clase, actuando de palmeros de la élite corrupta del nacionalismo. Si Pablo Iglesias —el viejo— y Marcelino Camacho resucitaran, volverían a morirse de la vergüenza«.
Todo ello sin olvidarse de su implicación en el caso de los ERE andaluces, el fraude de los cursos de formación y las mariscadas que tantas chanzas provocan en las redes sociales. Tan es así que el mayor anhelo del líder sindical no es ser paladín de la lucha de clases, sino convertirse en director de la oficina de la Organización Internacional del Trabajo para España, con estatus de embajador, pasaporte diplomático, nómina del Ministerio de Trabajo y un sueldo que para sí quisiera el presidente del Gobierno. Lo de las fábricas de Chicago queda ya lejano.
La llegada de Pepe Álvarez y Unai Sordo a las secretarías generales de UGT y CCOO, respectivamente, no solo no ha servido para limpiar sus siglas sino que ha puesto negro sobre blanco la falta de cohesión en las organizaciones sindicales. Un profundo cambio de liderazgo en un lapso de tiempo tal vez demasiado breve que ha provocado disfunciones internas. Ni Álvarez, ala dura, se parece en nada al dialogante Cándido Méndez, ni Sordo tiene el carisma y mando del que hacía gala Ignacio Fernández Toxo.
Ni Pepe Álvarez, ala dura, se parece en nada al dialogante Cándido Méndez, ni Unai Sordo tiene el carisma del que hacía gala Ignacio Fernández Toxo
Álvarez y Sordo creían que con el inicio de la legislatura, un Parlamento fragmentado y la mayor presencia de los partidos de centro e izquierda, podrían arrancar promesas a las formaciones afines y conseguir avances sociales, pero su gozo se ha ido al más hondo de los pozos. Al contrario, son muchos los casos en los que UGT y CCOO se han dejado robar la merienda por la sociedad civil e incluso por los sindicatos más pequeños, tal y como pudo comprobarse en el conflicto con los trabajadores de Eulen en El Prat.
Hay quien asegura que la supervivencia del movimiento sindical pasa por la integración de las distintas organizaciones, grandes y pequeñas, con el objeto de adaptarse a unos tiempos cambiantes. Lo ha dicho la Central Sindical Independiente y de Funcionarios (CSIF) en vísperas del 1 de mayo: «La ciudadanía demanda otro modelo de sindicalismo frente al monopolio de los sindicatos tradicionales, que atraviesan uno de sus peores momentos porque no se adaptan al sentir y las necesidades de nuestros ciudadanos».
Resulta paradigmática también la impostura de los grandes sindicatos en algunos asuntos mollares para los trabajadores como es el Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva (AENC), denunciado por el presidente de la CEOE, Juan Rosell, en la asamblea del pasado 25 de abril. «No entendemos cómo las cúpulas sindicales no firman lo que sus bases están haciendo», decía el patrón de patrones. «Internamente, en sus organizaciones firman el 1,8% y el 1,9%. Nosotros internamente estamos ofreciendo el 2% más variable». Tirando de refranero popular: en casa del herrero, cuchillo de palo.
Por cierto, que Rosell abandonará la CEOE a finales de año después de dos mandatos de transición en los que ha tratado de poner orden en una casa marcada por los escándalos pasados. Seguramente le sucedan en el cargo Antonio Garamendi como presidente y Juan Pablo Lázaro como hombre fuerte de este último. Ambos deberán recuperar el pedigrí del que gozaban cuando Ferrer Salat y Cuevas comandaban la patronal y que le hurtaron asociaciones empresariales paralelas tales como el extinto Consejo para la Competitividad o el Puente Aéreo. No será fácil. Como es sabido, a los problemas de los sindicatos tampoco es ajena la patronal, pero esa es otra historia.