Lo ocurrido en el Parlament el martes pasará a la historia como el remedo esperpéntico de la oratoria de Mario Moreno Cantinflas. Una declaración de independencia que no hace quien debiera: el Parlament, y por tanto nula e inoperante; una suspensión del contenido de la misma por quien no debe y además porque dicho contenido no existe como decisión jurídico-política; un documento que firma una serie de diputados sin más validez que la de reiterar una posición conocida. Y para cuadrar el círculo, Puigdemont lo presenta como una muestra de voluntad de diálogo.
Ni Kafka lo hubiese superado. La única oferta de diálogo que hubiese colocado a Rajoy ante dificultades consiste en parar el proceso (no hibernarlo) y demandar, tras esa muestra inequívoca de voluntad negociadora, la contrapartida de un referéndum pactado. Lo que no se puede es plantear un entendimiento dejando en estado de latencia el objeto de la confrontación: la declaración de independencia.
¿Qué clase de oferta es esa? Puigdemont ve cómo su proyecto se diluye y pretende que su adversario lo ignore y no actúe. ¿Candidez o desesperación? Podrá aducirse que el president intentó evitar males mayores entre sus filas y calmar los ánimos de empresarios y de la UE. No lo logró. Por eso la oferta de «parar máquinas» sub conditione no le iba a procurar mayores dificultades de las que ya tiene con la CUP y con una parte importante del independentismo.
Tanto el método, una surrealista sesión parlamentaria, como negociar la aplicación de lo que el otro no asume en absoluto, le han dado a Rajoy cuatro ases y uno extra en la manga. Nunca se lo agradecerá bastante. Pero si el vencedor no administra su victoria y comete el error de perseguir y acorralar a su adversario, verá en poco tiempo trocarse en cenizas la corona de laurel. Su ejecutoria ha hecho más por el independentismo que las soflamas y promesas edénicas de una Catalunya independiente. Templanza democrática, diálogo y justicia social son las respuestas.
FUENTE: ELECONOMISTA