Es curioso que muchos de los que se declaran hartitos de lo políticamente correcto no perciban la contradicción al indignarse por un gag televisivo ni sientan que pidiendo su retirada limitan la libertad de expresión. Será por la costumbre de que los ofendidos por Dios y por España sí que han tenido tradicionalmente reconocido su derecho a indignarse con todas las de la ley. Hasta ahí podíamos llegar. Los ofendiditos siempre son los otros.
Muchos de los que se declaran hartitos de lo políticamente correcto no perciben la contradicción de pedir la retirada de un gag televisivo
Faltarle el respeto a la monarquía, los himnos y la bandera, igual que cagarse en Dios, hay quien todavía lo considera hasta delito. Haberlos haylos hasta en el Constitucional. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ya condenó a España no hace mucho por imponer pena de cárcel a dos manifestantes que quemaron una foto del rey. Estrasburgo ya ha dejado claro que quemar la bandera es libertad de expresión. De los mocos no dijo nada, pero es de suponer que también. Y por ahí anda Willy Toledo con sus causas pendientes de la manía esta tan nuestra de judicializar el mal gusto.
En España, el código penal todavía prevé las ofensas a los sentimientos religiosos y, para disgusto de Dani Mateo, también “las ofensas o ultrajes de palabra, por escrito o de hecho a España, a sus Comunidades Autónomas o a sus símbolos o emblemas”, que se pueden castigar con multa de siete a doce meses.
A riesgo de ofender al lector, riesgo que en los tiempos que corren es difícil no correr, defenderé el derecho de Dani Mateo a decir lo que le dé la gana y el de usted a ofenderse cuando le plazca. Y si defendemos de verdad que la libertad de expresión es de ida y vuelta, a ratos tocará disfrutarla y a ratos joderse sin meter por medio al Código Penal. Sonarse los mocos con la bandera de España ofende sin duda a una parte importante del país. Al que lo haga no debería sorprenderle que lo llamen antipatriota. Igual que si alguien cuenta un chiste machista u homófobo no debería echarse las manos a la cabeza si lo califican como tal. Reírse, al igual que ofenderse, es afortunadamente voluntario.
Si defendemos de verdad que la libertad de expresión es de ida y vuelta, a ratos tocará disfrutarla y a ratos joderse
Preferiría, la verdad, vivir en una sociedad que empeñara más esfuerzos en explorar los límites del respeto que los de la ofensa. Y si a alguien le ha ofendido esta columna, no se apure, puede sonarse tranquilamente los mocos con ella si quiere.