El 19 de febrero del año 2000 era un sábado plomizo en el sur. A media mañana suena el teléfono del periodista y la pantalla le alerta que quien llama es Manuel Pimentel Siles, a la sazón ministro de Trabajo del gobierno presidido por José Mª Aznar.

El ministro llama mientras viaja en su coche oficial y, como cortesía amistosa traslada al periodista una noticia bomba que, al no existir Twitter, quedó arrumbada en espera de reacciones en los telediarios. Pimentel había decidido, en solo 24-48 horas, dimitir del cargo de ministro. Un hecho bastante insólito a ese nivel de la Administración política española, en la que formalmente solo habían dimitido desde 1977 29 señores. Manuel Clavero fue el último andaluz.

– ¿Se lo has comunicado ya al presidente?

– No, todavía no, mi intención es anunciarlo antes, esta tarde en rueda de prensa.

Vaya, pensé, Manolo está tela de cabreado. Lógico por otra parte, no todos los días deja uno voluntariamente de ser ministro del Reino de España. Hasta las 19,35 horas el presidente Aznar no recibió un fax de Pimentel en Moncloa con la renuncia.

Pocos días antes de aquel sábado, a 22 días de las elecciones generales, el ministro que había sustituido a Javier Arenas trece meses antes en la cartera de Trabajo, se había visto desagradablemente sorprendido por un escándalo protagonizado por un cercano colaborador, un viejo amigo suyo, llamado Juan Aycart. La empresa de la esposa de este participaba al 50% en Centro Politécnico a Distancia y Editorial (CPD), una sociedad que había obtenido 2.000 millones de pesetas en subvenciones del INEM.

Pimentel se agarró a un clavo ardiendo: su estrecho colaborador Aycart mezclado con subvenciones oficiales del Ministerio a su familia, era motivo más que suficiente como para armar un sólido y estético relato para dimitir por la puerta grande. Y, de paso, daba una muy temprana lección de ética política en España en relación con la corrupción, aplicando aquello de la mujer del César. Argumentó incluso que su dimisión, más que perjudicar al PP, lo que debía era darle más votos al partido tras su ejemplar ejercicio de honradez personal y política.

Nadie entendió por qué un hombre de educación exquisita se fue dando un portazo, cabreado y sin ni siquiera despedirse de Aznar

No obstante, todo resultaba extraño en aquella dimisión, fundamentalmente las formas en un hombre con fama de exquisito y educado. No se entendía como Manuel Pimentel se iba del Consejo de Ministros dando un portazo, cabreado y sin ni siquiera despedirse del presidente que le había otorgado tal honor un año antes a propuesta de Javier Arenas.

El ministro dio sus explicaciones ante un nutrido grupo de periodistas que no cubrían una dimisión ministerial desde 1995, con Narcís Serra y García Vargas, por las escuchas ilegales del Cesid. Luego dimitirían por diversas razones Matutes, Eduardo Serra y Jaume Matas. Dijo Pimentel, entre otras cosas, que «Juan Aycart era más que un colaborador; era un amigo que no me había trasladado siquiera la existencia de esa empresa». Y aunque no veía «indicios ni de ilegalidad ni de desvío de fondos», Pimentel afirmó que los políticos deben «asumir su responsabilidad por acción y por omisión». «Por ello, porque uno debe ser responsable de lo que hacen sus colaboradores, voy a presentar mi dimisión como ministro de Trabajo y Asuntos Sociales». En todo caso, aseguró que la investigación interna por él abierta para ver el alcance de la irregularidad seguirá su curso «hasta sus últimas consecuencias».

¿Dimitir un ministro? Cosa rara

Precisamente por inhabitual, aquel gesto del ministro más joven del gabinete Aznar, levantó sospechas y no faltaron especulaciones. Quizás la más surrealista fue la que circuló por aquí apuntando la caída del ministro por exigencias de Juan Enciso, alcalde entonces del PP en El Ejido y que, nueve años después ingresaría en prisión preventiva durante ocho meses a cuenta de su implicación en la trama corrupta de la Operación Poniente, con Abengoa como gran ejecutora y cómplice de la trama.

Es cierto que la Ley de Extranjería promovida por el ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales (AASS) no gustaba a muchos extremistas en el PP, particularmente en el Poniente almeriense, donde la convivencia con los migrantes saltó por los aires a raíz del asesinato de una joven ejidense a manos de magrebíes. Fueron incidentes graves, de tinte racista en muchos casos, y donde la violencia y el fuego invadió las largas noches de El Ejido y sus campos de plástico.

En aquel conflicto de días y noches, que a muchos recordó escenas de la película “Arde Mississippi”, el moderado Pimentel se convirtió en un interlocutor no valido para los de su partido en Almería, para el entonces “mejor alcalde de España”, Juan Enciso, según le definió en un mitin Arenas; de hecho, Aznar nombró en lugar del ministro Pimentel a Ángel Acebescomo responsable de la comisión encaminada a resolver el conflicto y la tensión racial destapada en la comarca.

Aquel ministro serio, formal y con gran futuro en la política, era considerado como la gran ‘esperanza blanca’ de la derecha en Andalucía

El ruido y los resultados de la campaña electoral pusieron sordina al llamado Caso Aycart. Y nunca más se volvió a hablar de aquel ministro con flequillo a lo Ernest Lluch, serio, formal y con gran futuro en la política, que era considerado por todos como la gran “esperanza blanca” de la derecha en Andalucía, ido Arenas a Madrid. Se retiró a sus empresas, a escribir novelas, a tener un hijo con Alicia Sánchez Camacho y a gestionar una editorial que le acabó dando más sinsabores que alegrías.

¿Por qué dimitió realmente?

Siempre quedó en el ambiente una duda razonable sobre los verdaderos motivos, la espoleta, que hizo saltar del sillón de ministro a Manuel Pimentel. A las insólitas circunstancias que rodearon aquella dimisión habría que añadir, por sospechoso, el alejamiento radical después entre Pimentel y Javier Arenas en lo personal y en lo político. La salida del gobierno había supuesto también un corte radical con su mentor y gran amigo. De aquel grupo de amigos triunfadores en Sevilla, solo la exsecretaria de Estado de AASS, Amalia Gómez, mantuvo un hilo de afecto telefónico durante años con su ‘Pime’ del alma.

Con el paso del tiempo se resquebrajan las costuras de los secretos mejor guardados y la clave de la dimisión de Pimentel se ha sabido que tuvo mucho que ver con una medicina que ahora está tomando en grandes dosis el propio Arenas, elaborada por su vieja enemiga María Dolores Cospedal.

Manuel Pimentel Siles tomó la decisión de irse dando un solemne portazo tras conocer y confirmar que, por orden de Presidencia del Gobierno  -el gobierno de la Gürtell con Aznar, Rato y Cascos– se había iniciado una investigación sobre su patrimonio personal, el de su familia y allegados. Sospechaban que Pimentel era algo más que jefe y amigo de Aycart y creyeron que una concienzuda búsqueda patrimonial sacaría de dudas a todos. Un caso claro de falta de confianza hacia el joven Manolo que nunca les perdonó.

Pimentel no solo confirmó que estaban husmeando en sus finanzas y patrimonio, también que su amigo del alma y padrino político, Javier Arenas, era desde la Vicepresidencia del Gobierno, conocedor de la investigación en marcha y nada le había dicho o preguntado al respecto.

Ese fue el motivo fundamental por el que Pimentel optó por presentar su dimisión como ministro sin despedirse siquiera de Aznar. Manolo Pimentel pasaba así a la historia por ser el ministro número 30 que dimite en España, contando desde el almirante Pita da Veiga en 1977 ante Adolfo Suárez, el primero que dimitió en democracia.

Nueve años después de aquella dimisión inesperada de Manuel Pimentel, era Javier Arenas el objetivo de una investigación similar encargada a José Manuel Villarejo por María Dolores Cospedal. Y dicen que “el jefe” y amigo Rajoy lo sabía y lo aprobaba. No es de extrañar. O serán las cosas del Karma.

 

 

FUENTE: VOZPOPULI