El presidente Sánchez está cometiendo durante la crisis del coronavirus los mismos errores que el presidente Aznar cometió tras los atentados del 11-M
Por muchas ampollas que pueda levantar esta comparación a ambos lados de la trinchera en que se ha convertido la política española, el presidente Sánchez está cometiendo durante la crisis del coronavirus los mismos errores que el presidente Aznar cometió tras los atentados del 11-M. Veamos exactamente en qué se parecen las respuestas:
–Unerror inicial. La reacción de Aznar a los atentados del 11-M estuvo condicionada por la atribución inicial de su autoría a la banda terrorista ETA. La del Gobierno de Sánchez, por su tardanza en la adopción de medidas que evitasen la propagación del coronavirus. Ambos errores, en mi opinión, fueron políticamente graves, pero deben ser puestos en contexto. ETA llevaba cometiendo atentados terroristas en España durante más de 30 años; por su parte, el Gobierno de Sánchez no ha sido el único en actuar tarde. También lo hicieron Francia, Reino Unido o EEUU (aunque hay también ejemplos contrarios, países que actuaron con mejores reflejos, como Alemania, Austria, Portugal o Grecia). Dos errores políticos, tal vez graves, pero sobre los que la amonestación debería ser exclusivamente política, lejos, por tanto, del reproche criminal que hacen los más exaltados de uno y otro lado.
–Deformar la realidad antes que reconocer el error. Más grave que el error inicial, es el empeño en sostenerlo contra toda evidencia, aun a costa de deformar la realidad. Aznar se deslizó por el camino de la conspiración para seguir sosteniendo su versión inicial sobre la autoría de ETA (“los que idearon el 11-M no están ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas”, declararía tiempo después el expresidente). Algo parecido le está ocurriendo ahora al Gobierno de Sánchez. En lugar de reconocer que se actuó tarde, se improvisan explicaciones cada vez más lunáticas.
pasado domingo, la vicepresidenta Ribera atribuía a la situación geográfica de Portugal, “más al oeste” frente a un virus “que venía del este”, sus mejores números en comparación con España. En la misma entrevista, insistía en que fue la noche del 8 al 9 de marzo cuando la situación se deterioró súbitamente, un argumento que no se sostiene a la luz de los testimonios de los médicos de Urgencias los días anteriores, como publicó este medio, o de los propios datos de la evolución del virus. Cuanto más tarde el Gobierno de Sánchez en reconocer su error inicial, cuanto más se empeñe en seguir manteniendo la versión de que todo se encontraba bajo control hasta la tarde-noche del 8-M, más lejos se situará de la realidad. Y cuando un Gobierno pierde el sentido de la realidad, solo cabe concluir que ha extraviado también, mucho antes, la brújula.
–De la falta de diálogo con la oposición a la ‘criminalización’ de las críticas. Aznar reaccionó en solitario a los atentados del 11-M. En lugar de consensuar con la oposición una respuesta unitaria, decidió unilateralmente el lema de la manifestación de repulsa del día siguiente. El ministro del Interior, Ángel Acebes, llamó “miserables” a aquellos que ponían en duda la autoría de ETA. Si analizamos la reacción del Gobierno de Sánchez en las últimas semanas, es muy parecida.
Los sábados comparece el presidente del Gobierno para anunciar nuevas medidas a todos los españoles; los domingos se trasladan estas medidas a los presidentes autonómicos (a pesar de que muchas de ellas tienen que ser ejecutadas por las comunidades autónomas). Y los líderes de la oposición (singularmente PP y Ciudadanos) normalmente no reciben ni una llamada de cortesía, incluso aunque su voto sea necesario para sacar adelante las medidas.
Como Aznar en 2004, no se trata solo de ‘falta de diálogo’ con la oposición, sino mucho peor: se llega a ‘criminalizar’ cualquier atisbo de crítica. Así de furibunda, por ejemplo, ha sido la reacción del Gobierno frente a la posición del Partido Popular en la extensión del estado de alarma. Si vota en contra, ha dicho el ministro Ábalos, el PP se convertirá en responsable de los fallecimientos que se produzcan en los posibles rebrotes de la epidemia. Palabras todavía más gruesas que las pronunciadas por Acebes hace más de 15 años.
–La soledad dentro del Gobierno. La unilateralidad de Sánchez no solo se predica respecto al resto de partidos políticos, sino también dentro de su propio Gobierno. El desproporcionado peso de la oficina del presidente y la Secretaría de Estado de Comunicación en la estructura del Gobierno se ha traducido en un papel también desproporcionado en la toma de decisiones.
El mismo Gobierno que durante las primeras semanas se parapetaba detrás de los informes técnicos (que nunca llegamos a conocer), ahora reconoce sin rubor que las decisiones se toman por criterios también políticos (desde la salida de los menores a la estrategia de salida). El resultado, como aquellos malditos días de marzo de 2004, es la confusión absoluta de la ciudadanía, incapaz de distinguir lo técnico de lo político, con la inevitable (pero seguramente injusta) sospecha de que el manto partidista cubre todas las decisiones.
Las comparaciones nunca son perfectas. Tras el 11-M, se trataba de evitar nuevos atentados terroristas, lo que se logró de forma eficaz. Ahora, el objetivo tiene varios ángulos: en tanto se desarrolla una vacuna, evitar nuevos rebrotes de la pandemia que saturen otra vez nuestro sistema sanitario, sin que las medidas provoquen una depresión económica. Si prefieren una formulación más cuantitativa: mantener R por debajo de 1 sin colapsar los hospitales, minimizando la paralización económica.
Más allá de algún exceso verbal, la oposición ha demostrado más mesura y lealtad al Gobierno de la que mostraron los partidos de izquierda en 2004
Aznar tenía mayoría absoluta, Sánchez una minoría precaria. En 2004, se celebraban elecciones en tres días, mientras ahora faltan (en principio) tres años. Ahora, más allá de algún exceso verbal (y a falta de conocer el voto del Partido Popular en la prolongación del estado de alarma), la oposición ha demostrado más mesura y lealtad al Gobierno de la que, al revés, mostraron los partidos de izquierda en 2004.
Nunca me ha convencido la tesis del ‘cainismo español’ como maldición histórica. Demasiadas veces hemos escuchado presuntas ‘taras’ insalvables que a la postre no lo fueron. En España, se decía, nunca aceptaríamos la ley antitabaco (fumábamos demasiado), ni el matrimonio homosexual (éramos demasiado católicos) ni las empresas españolas podrían competir nunca en los mercados internacionales (demasiados años de proteccionismo). Tampoco me sitúo en el extremo opuesto, el de los irredentos entusiastas ibéricos: los que decían que el sistema financiero español era el más sólido del mundo (no lo era), los que ahora afirman que hacemos más test que nadie (no es cierto) o que Merkel ha copiado nuestro modelo de ERTE(es más bien al contrario).
Por poner las cosas en su sitio: es verdad que cenamos muy tarde, que hablamos demasiado alto y que a veces tocamos a nuestro interlocutor cuando repreguntamos, sobre todo cuando nos faltan argumentos. Decía Tolstoi que cada familia infeliz lo es a su manera. No parece ser el caso de España, donde siempre sufrimos de una manera parecida. Tal vez sea porque siempre nos toca vivir nuestras peores crisis bajo los liderazgos más divisivos, los que solo entienden la política como cizaña, los que hacen carrera del enfrentamiento entre españoles. O, como diría un insigne gallego, quizá sea lo contrario. Que las peores crisis siempre son aquellas que suceden bajo el mandato de los peores gobernantes.
ISIDORO TAPIA