FERNANDO ÓNEGA
Cuando acabe la campaña electoral, habrá que volver a legislar sobre la campaña electoral. No es lógico, creo que tampoco debiera ser legal, lo que está ocurriendo: la campaña propiamente dicha durará esta vez oficialmente una semana, la primera semana de noviembre. Sin embargo, bajo el eufemismo de «precampaña», se está desarrollando con toda intensidad desde el mismo momento en que se convocaron las elecciones. Solo le faltan los carteles y la ceremonia de pegada. Pero algunos líderes andan permanentemente de mitin en mitin y hacen lo que está prohibido hacer antes de la campaña oficial: pedir el voto. Entre esos líderes están el presidente del Gobierno en funciones, que debería ser el primero en respetar la legalidad, y el líder de la oposición, Pablo Casado, que no quiere perder comba respecto a su gran rival. Otros aspirantes a la presidencia del Gobierno, como Pablo Iglesias o Albert Rivera, son algo más cautos. Debe ser que tienen menos dinero para pagar tantos actos de partido.
En esta crónica me quiero fijar especialmente en Pedro Sánchez porque no para. Está todo el día dando entrevistas. Ya pasó por casi todos los platós de televisión, por bastantes emisoras de radio y habló para unos cuantos periódicos. Ya hizo mítines prácticamente todas las tardes. Y lejos de decaer en su esfuerzo propagandístico, lo va a intensificar para que los votantes no nos olvidemos de él. Va sector por sector y, para cada uno o para cada provincia o comunidad autónoma que visita, tiene un cargamento de promesas que hace sospechar que no se acordará de todas. A este escribidor ya le empieza a intrigar cuándo gobierna el señor Sánchez y si está justificando el sueldo que recibe por su trabajo de presidente. En la empresa privada ya le habría llamado el jefe de personal.
Pero tengo una duda mayor: ¿están seguros Pedro Sánchez y sus asesores de que le conviene una campaña tan larga, al margen de su legalidad? Un señor que habla todos los días mañana, tarde y noche, corre el riesgo cierto de aburrir a la parroquia y de quemar su propio programa, con tantas ofertas que se ridiculizan en las tertulias o parecen una descarada compra del voto. He visto el primer indicio de desgaste en la entrevista de Vicente Vallés en Antena 3 este último lunes. Vallés tiene una audiencia diaria que se aproxima o supera el 15 % de share. El día que dedicó su espacio a entrevistar a Pedro Sánchez no llegó al 11 %, se quedó en un 10,8 %. Eso quiere decir algo: el presidente en funciones puede estar quemando su mensaje. Si no garantiza audiencia, es porque él o ese mensaje no interesan lo suficiente para atraer al espectador. Por muchas promesas que haga, no tiene tantos conejos en su chistera.