ADOLFO FERNÁNDEZ AGUILAR
España vive hoy probablemente una grave crisis de representación política, en su definición más amplia, de efectos demoledores para la democracia. Con un Gobierno que sólo dispone de 84 diputados, pactando caso a caso en despachos herméticos su subsistencia con partidos antagónicos entre sí, a cambio de no se sabe qué, pero casi nunca haciéndolo donde corresponde, que es el hemiciclo del Congreso de los Diputados; un Parlament catalán cerrado a cal y canto, adjurando del parlamentarismo y silenciando el derecho de las minorías a ejercer el control de la política de confrontación cainita y suicida que los independentistas, con su diaria provocación y abuso de poder, colocan diariamente a España entera al borde del infarto.
Es evidente que el principal objetivo del PSOE es servirse del poder para reorganizarse y fortalecerse desde él, entrando al abordaje en todas las instituciones del Estado apropiándose de ellas y colocando a sus militantes distinguidos y no a los mejores funcionarios o profesionales, politizándolas hasta niveles insospechados. Ahí es donde se visualiza la gravedad de la crisis de representación, impidiendo a los ciudadanos que acudan a las urnas. Los ciudadanos no hablan en esta crisis, sólo deciden los políticos profesionales.
Después de ganar la moción de censura al PP, lo ético hubiera sido convocar elecciones inmediatamente y concurrir con su programa dejando hablar a los ciudadanos. Gobernar como ahora ignorándolos es desvirtuar y pervertir la voluntad popular, esencia de la democracia. Sin los ciudadanos se falsea todo. Esa es la crisis de representación que vivimos, provocada por Rajoy que no disolvió antes de huir. Está pasándonos lo que sucedía en las comedias y tragedias de la antigua Grecia, donde los actores actuaban con una máscara, simulando ser otros.
Pasado el esplendor de una noche de verano, cuando se presentaron los nombres deslumbrantes del nuevo Gobierno y transcurridos los cien días de cortesía, sólo hemos tenido abundantes pronunciamientos gestuales, dos crisis de Gobierno con la salida de dos ministros despedidos apresuradamente para acallar el escándalo; la alocada implantación de la Sanidad pública universal sin acompañarla de la preceptiva dotación presupuestaria que comporta, cuando además esa Sanidad está reclamando urgentes medios humanos de los que carece hoy; del Borrell de ayer cuando iba con Mario Vargas Llosa pidiendo “el respeto al Estado de derecho”, a este de ahora, que coincidiendo con la Diada, censura la decisión judicial de “prisión incondicional” de los independentistas, cuestionando a la justicia.
El Gobierno actual surgido de la moción de censura, y no de las urnas, gobierna con votos que no tiene, y los ciudadanos a los que representa desconocen que da u ofrece a nacionalistas e independentistas. Hay que sumar también sus continuos errores, contradicciones y rectificaciones, que ya están generando graves protestas en muchos sectores de la sociedad; la suspensión de la venta de armas a Arabia Saudí, chocando con los intereses de los trabajadores de Navantia; la purga en TVE; la decisión de la Ministra de Justicia de no financiar la defensa del juez Llarena, como si no fuera un asunto de España; el uso del avión oficial en vuelo exclusivo para asistir a un espectáculo en Benicassim; el decreto urgente de la exhumación de los restos de Franco y el destino del Valle de los Caídos.
A propósito de esta obsesión de remover huesos. Hace unos días, cerca de Madrid, un grupo de arqueólogos estaba investigando la Batalla del Jarama. Allí, en febrero de 1937 se libró la gran batalla entre el general Miaja, al mando de las tropas republicanas y las brigadas internacionales, y el ejército de Franco. Encontraron de todo. Y siguieron excavando, y excavando, y descubrieron toda la historia de España allí enterrada. Desde restos de campesinos medievales, hasta restos de una aldea romana. Y esto otro. La URSS desapareció entre marzo de 1990 y diciembre de 1991, y después de tanto tiempo, nadie ha querido tocar la momia de Lenin, el mayor tirano de la historia que asesinó a millones de personas. Sólo lo cambiaron de sitio en la Plaza Roja, y allí está al pie de las murallas del Kremlin, “junto a otros héroes de la Revolución rusa”.
¡Qué empeño en despertar tanto odio, el sufrimiento de unos y otros, después de tanto tiempo, sirviéndose de los muertos de los de un lado, y olvidando a los otros! La política española de hoy navega en el despropósito y la ineficacia en la gestión de todos los asuntos verdaderamente preocupantes para los ciudadanos, como el paro, los jóvenes, sanidad y pensiones, y sólo tenemos líderes obsesionados con remover los huesos enterrados hace 80 años, incapaces de proclamar la concordia y reconciliación nacida en la Transición; otros nos quieren convertir en un Estado universal, laico y justiciero; y otros arrastrarnos hacia la desintegración provocada por los nacionalismos regionales. Estamos viviendo unos tiempos de decadencia política muy peligrosos, con partidos políticos incapaces de resolver los problemas que ellos mismo engendran. La política ha sucumbido ante el populismo y todo el mundo está hastiado de este caos.
Los que han asaltado el poder, vía moción de censura, olvidan que en democracia todo el poder emana del pueblo, que es el que lo otorga. También los intelectuales han desaparecido de la vida pública. Ni se les ve, ni se les oye, y han dejado el campo libre a los charlatanes y a los trileros. Ya no existen ni el incontenible Unamuno, ni el polifacético Ortega, ni otros, que eran el verdadero motor de España. Manuela Carmena ha encendido la mecha en esta crisis de representación. Junto a ella no quiere a los partidos, a ninguno. Ha creado una “plataforma ciudadana progresista” para su reelección como Alcaldesa de Madrid, “de personas y no de partidos”.”Quiero ir con los mejores”.
España no está inmersa en una legislatura, sino en una desmadrada campaña electoral efectuada desde el poder. Con menos de la mitad de votos imprescindibles para formar una mayoría simple, quieren seguir gobernando. El PSOE va a lo suyo, no le importa todo lo demás.