El error político de Pablo Iglesias fue doble el pasado 25 de julio. Porque, además de reventar un Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos bajo la presidencia de Pedro Sánchez, propició unas nuevas elecciones en las que debió prever que concurriría la plataforma liderada por Íñigo Errejón, apadrinada por Manuela Carmena. El que fue cofundador de Podemos siempre sostuvo que tenía más partidarios fuera que dentro de su organización, controlada, purga tras purga, por la nomenclatura pablista.
La ‘variable Errejón’ siempre estuvo en el radar de la Moncloa y Ferraz, antes y después de la fallida investidura del secretario general del PSOE. En las elecciones autonómicas del pasado 26 de mayo, Más Madrid obtuvo 471.718 votos y 20 escaños de 132, dejando a la candidatura de Podemos-IU en siete y con solo 179.000 sufragios. Errejón (con Carmena) demostró músculo. Precisamente por esa razón, Iglesias asumió un riesgo temerario al ningunear la oferta de cogobierno que le ofreció el PSOE en julio (una vicepresidencia y tres ministerios) y, en septiembre, otra diferente de cooperación parlamentaria.
El estallido -más bien descontrolado- del puzle que conforma el que fuera grupo confederal de Unidas Podemos, al que se añade la disputa interna con Izquierda Unida y Alberto Garzón (amenazado tanto por su socio morado como por el secretario general del PCE, Enrique Santiago) plantea a Iglesias una situación endemoniadamente complicada que se debe a su entera irresponsabilidad y a la subordinación de sus decisiones estratégicas a apriorismos ideológicos desmesurados y a pulsiones cuyo racional es difícil de localizar.
Catalunya en Comú, en las actuales circunstancias, se configura como el contrafuerte más consistente del líder morado, que ha contado con la colaboración activa de Jaume Asens y Gerardo Pisarello, el primero y el tercero, respectivamente, de la lista conjunta con Podem el pasado 28 de abril.
Decisión trascendente
Más País, ha tomado la decisión de presentarse en las circunscripciones con más de siete u ocho diputados. Barcelona aporta al Congreso 32. En estas horas, la nueva plataforma debe tomar la decisión de presentarse en la provincia que alberga la capital de Catalunya. La decisión tiene una enorme trascendencia porque sin su concurrencia aquí el proyecto queda mermado y pierde credibilidad. Mucho más cuando se está produciendo un reflujo insurreccional que nos retrotrae al otoño del 2017.
Para la izquierda española el principal reto se sitúa, precisamente, en Catalunya. Está ya comprobado que los comunes responden, en acertado criterio de Gabriel Colomé, a una notable ambigüedad que se proyecta tanto sobre el referéndum de autodeterminación como sobre el modelo de Estado. «Los comunes han dejado de ser federalistas para abogar por la confederación», redondeaba su análisis el autor de ‘La Catalunya insurrecta’.
Catalunya es para la izquierda su principal reto por la catastrófica ambigüedad de los comunes
Los hechos confirman ese diagnóstico y hoy por hoy el partido de Ada Colau forma parte retranqueada de la desnortada energía secesionista. Los presos son «políticos», las detenciones de miembros de los CDR resultan «represivas» y sus opiniones, por lo general, se alinean con la breada subversiva de Quim Torra en vez de con las reglas del Estado democrático. En definitiva, los comunes forman mucho más parte del problema que de la solución, no son fiables para el PSC -pese a la coalición en el Ayuntamiento de Barcelona- y sus diputados en el Congreso, con sus actitudes y comportamientos, han sido los que de manera muy singular disuadieron a Sánchez de cualquier forma de Gobierno de coalición.
En el entorno de Más Madrid sobrevuela la capacidad referencial de algunas figuras de la coalición Catalunya Sí Que es Pot, que en el 2015 concurrió a las elecciones catalanas logrando 11 escaños. En el recuerdo general sigue muy presente el discurso del 7 de septiembre del 2017 de Joan Coscubiela («¿usted cree que un presidente de la Generalitat puede llegar a este nivel de degradación?»). Y la valentía tanto suya como del portavoz del grupo, Lluís Ravell, que mostraron su papeleta con el ‘no’ a la declaración unilateral de independencia, al tiempo que criticaban el carácter secreto de la votación.
El exsindicalista y miembro de Iniciativa per Catalunya Verds, cuya intervención en aquellas bochornosas sesiones parlamentarias en las que se aprobaron las «leyes de desconexión» fue aplaudida por la oposición, es considerada una pieza oratoria que contiene un sólido armazón argumental para una izquierda que asume plenamente el sistema democrático sin merma de sus aspiraciones ideológicas. En el ensayo titulado ‘Empantanados. Una alternativa federal al soviet carlista’, Coscubiela alude a Sí Que es Pot como «un objeto no identificado, creado con un chip de obsolescencia programada para 18 meses, que consiguió sobrevivir a todos los avatares y a algunos tsunamis jamás imaginados, y que al final de la legislatura se ha perdido en el espacio… sin poder transferir a nadie el resultado de su trabajo».
Ambición y poder
¿Y si la plataforma de Errejón enhebrase un discurso para Catalunya como el de Coscubiela y aceptase así la transferencia del trabajo de aquella coalición? Es una opción que hoy resulta perfectamente verosímil. Porque, como escribió Víctor Hugo, «no existe en el mundo nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo». La idea de una izquierda plenamente democrática que, en colaboración con el PSC, sustituya la catastrófica ambigüedad de los comunes, sería un proyecto tan ambicioso como, efectivamente, poderoso. Más País podría hacerla suya y convertirse así en un proyecto serio. La alternativa, eludir Barcelona y la confrontación con Colau, sería menos país, menos izquierda y más separatismo. Y menos Errejón.