ASI ME PARECE

 

 

Lo ocurrido en Cataluña el pasado domingo, ha sumido a muchos españoles en la tristeza, la inquietud y la preocupación. Algunos, por fin, se preguntan que cómo hemos podido llegar a esto. El prestigio internacional de España y su democracia ha bajado varios enteros.

Afortunadamente, el discurso de S.M. el Rey, el pasado martes, ha actuado como un bálsamo sobre el alma colectiva herida del pueblo español. Don Felipe VI describió con objetividad y precisión la gravedad de la situación. Destacó la culpabilidad irrefutable de los dirigentes separatistas. El Rey ha enfatizado sobre una evidencia: es responsabilidad de los poderes legítimos del Estado restablecer el orden constitucional en Cataluña. Y Don Felipe VI terminó su breve discurso de siete minutos infundiendo tranquilidad y esperanzas. A los catalanes que no son separatistas, les dijo que no están solos, ni lo van a estar. Y a todos los españoles, que estuviésemos tranquilos, que saldremos de esta grave crisis, y que está y estará garantizada la unidad y permanencia de España.

En mi opinión, tras la desastrosa gestión del 1-O por el Gobierno de la Nación, este mensaje de S.M. el Rey significa un punto de inflexión en el conflicto: ha logrado que volvamos a creer que el Estado español va a ganarles a los separatistas.

Así pues, si, como parece, el Estado va a vencer a los golpistas y sediciosos, a partir de ese momento comienza del tiempo de convencer. Y a este respecto, entre otras muchas falsedades y memeces, Carles Puigdemont ha dicho solemnemente: “El Estado sólo tiene la fuerza para convencer”. Se equivoca otra vez el President. El Estado tiene la fuerza, pero no para convencer, sino para vencer. Primero, vencer con la fuerza; después, convencer, pero con otros medios. Esta fuerza para vencer no es una fuerza cualquiera. Se trata nada menos que de la fuerza que deriva de la Constitución, y de los principios democráticos en que se funda. Es la fuerza de la Ley, y del respeto a la pluralidad. Es la fuerza de la Justicia. Y es la fuerza del poder coactivo, que, con carácter monopolístico, hemos convenido  los ciudadanos en atribuir al Estado, y que éste ejerce y va a ejercer a través de la Policía, la Guardia Civil y las Fuerzas Armadas. Esta es la fuerza para vencer. Pero, para convencer, el Estado cuenta con una triple categoría de razones: primero, la Historia real de este país, el Estado más antiguo de Europa, y cuyo pasado común ha creado poderosos vínculos de cohesión entre todos los pueblos que integran la Nación española. Segundo, nuestro presente compartido, nuestra actual realidad social, política y económica de interdependencia y de solidaridad, que configura la unidad de todos los españoles. Y tercero, un proyecto político para un futuro común, unidos en Europa, y legando a nuestros hijos y nietos una España cada vez más próspera, más justa y más libre. Todo esto, nada menos que todo esto, es lo que tenemos para convencer.

Sin embargo, en esa difícil y larga tarea de convencimiento, tendríamos que efectuar algunas reflexiones previas:

1.- En primer lugar, convencer implica apelar a la razón. Este esfuerzo ahora en Cataluña sería completamente inútil, dado el clima de delirio y pasiones promovido y alentado por los separatistas. Hay que dejar que las aguas se serenen. Que pase la tormenta de pasiones, y sea posible el retorno de la razón.

2.- En segundo lugar, hay que saber con claridad con quiénes se puede negociar. No, desde luego, con los separatistas actuales, los cuales, ellos mismos, se han colocado fuera de la política democrática, y que realmente no plantean ningún diálogo, sino un ultimátum: independencia de Cataluña sí o sí. Habrá, pues, que dialogar con la parte sana de la sociedad catalana, la que no está envenenada por el odio a España, la que no se ha dejado arrastrar por las pasiones, la que no tiene que responder de los delitos del 3%, ni del Palau, ni de las cuentas en Andorra.

3.- La negociación tiene un primer límite: no cabe pactar un referéndum en Cataluña. Y no sólo porque en la Constitución el “demos”, el sujeto que decide en ese referéndum, ha de ser todo el pueblo español, y no sólo los catalanes; sino también porque los separatistas han estado cuarenta años envenenando de odio a todo lo español, a través del sistema educativo y de los medios de comunicación que ellos manipulan. En un referéndum inmediato, los separatistas jugarían con ventaja. Recupere el Estado las competencias de educación y cultura, y asuma la titularidad de los medios públicos de comunicación de Cataluña; y, dentro de cuarenta años, hablaremos. Antes, no.

4.- Y, por supuesto, la negociación tiene un segundo límite: la unidad de España es intocable. No cabe la independencia de una parte de su territorio. Y esto no sólo por patriotismo, sino por consideraciones prácticas: unidos seremos importantes en Europa; separados, no.

De este modo, lo único que hay que negociar es una reforma de la Constitución. Éste debe ser nuestro inmediato proyecto político de vida en común. Y éste debe ser nuestro gran argumento para convencer. Y, en ese proyecto, el futuro de Cataluña es España.

 

Fdo. Juan-Ramón Calero Rodríguez