ASÍ ME PARECE

 

En enero de 1987, el PP, que todavía se llamaba Alianza Popular, atravesaba una profunda crisis. Pocas semanas antes, su presidente nacional, y fundador, Manuel Fraga Iribarne, había dimitido. Entre la militancia cundía la sensación de desamparo y desconcierto. Se convocó un congreso extraordinario, al que concurrieron dos candidaturas, la de Antonio Hernández Mancha y la de Miguel Herrero R. de Miñón. Fraga dijo que no iba a influir en la elección. Pero personalmente no soportaba a Miguel Herrero, y de un modo soterrado, aunque poco disimulado, apoyó a Antonio Hernández Mancha, que terminó ganando el congreso. Antonio era entonces un gran político, que había demostrado su valía en Andalucía. Una persona excelente, que sabía granjearse el afecto y el respeto de los que le trataban. Pero en su equipo había algunas personas mediocres y mezquinas, a las que Antonio dejaba hacer. Cometieron muchos errores. El más grave, en mi opinión, fue no integrar en el equipo de dirección a personas que habían acompañado a Miguel Herrero en la candidatura, como José Maria Aznar López, que figuraba en la lista de Herrero como secretario general. Algunos de estos no integrados demostraron una extraordinaria habilidad para la conspiración y la intriga. Decidieron acabar con Antonio. En 1988, José María Aznar López, que entonces era presidente de Castilla-León gracias al apoyo de Hernández Mancha, pronunció una conferencia en el Club Siglo XXI en la que retóricamente se preguntaba: “¿Acaso este año está el partido mejor que el año pasado?”. Y eso fue el pistoletazo de salida de la operación acoso y derribo. Pero los conspiradores no se atrevieron a dar la cara, enfrentándose directamente a Antonio. Se fueron a Bruselas a convencer a Fraga, entonces eurodiputado, de que si seguía Hernández Mancha en la presidencia del partido, no se ganaría ni en Galicia; argumento que impactó profundamente a D. Manuel. Volvió a España y en Diciembre de 1988 defenestró sin contemplaciones a Hernández Mancha, del que todo el mundo pensaba que era su discípulo predilecto. Fraga asumió otra vez la presidencia del partido, pero de un modo interino, y al solo efecto de designar presidente a José María Aznar López en un congreso celebrado en Sevilla. Con lo cual resultó que aquel congreso de enero de 1987 no fue tan decisivo como se esperaba. Lo que Hernández Mancha había ganado en las urnas, se lo hicieron perder las intrigas cortesanas.

Ahora, treinta y un años después, el PP vuelve a vivir una crisis profunda, que pretende resolver mediante un ejercicio de democracia, en un congreso extraordinario que se va a convocar para el próximo julio. Igual que ocurría en 1987, el presidente nacional ha dimitido. E, igual que ocurrió entonces, el dimitido presidente ha dicho que no va a interferirse en la elección del nuevo líder. Y también, como hace treinta y un años, vuelve a aparecer el señor Aznar López, aunque con otro papel, en otra posición, y con muchos más años.

Supongo que en todos los ámbitos del partido los dirigentes y militantes son conscientes de su responsabilidad. A priori, parece que de ese congreso extraordinario depende el futuro del centro derecha. Se trata, desde luego, de elegir un nuevo líder, una persona, hombre o mujer, que sea capaz de superar el declive electoral que las encuestas anuncian. Pero en el congreso extraordinario se deberían despejar otras muchas incógnitas. En mi opinión, y con todo respeto, el PP debería afrontar en ese congreso extraordinario, por lo menos, las siguientes cuestiones:

1.- Desvincular al partido de la corrupción. Esto implicaría elegir dirigentes que no tengan sombras en su pasado, que no hayan cobrado sobresueldos, que no hayan desviado dinero público para intereses particulares, y que no hayan consentido, tapado o encubierto casos de corrupción.

En este punto se debería ser radical, e incluso extremado, aun a riesgo de ser injusto y de no respetar la presunción de inocencia. En los meses próximos se conocerán otras sentencias sobre corrupción de otros dirigentes del PP. Y los nuevos dirigentes han de quedar al margen de la más leve sospecha.

2.- Democratizar el funcionamiento interno del partido. Hay que incrementar los mecanismos internos de participación de las bases. Hay que atenuar el presidencialismo que caracteriza hoy el partido. Y esto no sólo por razones de prestigio; también para configurar resortes de control interno, que impidan que a la sombra del partido vuelvan a anidar mercachifles y especuladores de ganancia fácil.

3.- Hay que recuperar la idea de que la política tiene una función configuradora de la realidad social. No se trata sólo de resistir o de sobrevivir. Hay que prever los problemas, y adelantarse a ellos, planteando soluciones, corriendo riesgos, y estando dispuestos a quemarse en defensa de los intereses colectivos. Más aún: el partido ha de ser capaz de ofrecer un proyecto ilusionante de vida en común para todos los españoles, que supere la mezquindad de los nacionalismos periféricos, aunque eso hoy suponga necesariamente que el Partido Popular asuma el liderazgo de un proceso de reforma profunda de la Constitución de 1978.

Todo esto es urgente. Si el PP no lo hace, muchos de sus antiguos votantes terminarán en Ciudadanos. Por eso este congreso extraordinario de julio de 2018 debería de ser, de verdad, decisivo.

 

 
Fdo. Juan-Ramón Calero Rodríguez