CARLES MUNDÓ
Tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe. La táctica de Pedro Sánchez y su equipo de echar los dados hasta que salga el resultado que más le conviene, convocando las cuartas elecciones en cuatro años y manteniendo el Gobierno en funciones durante meses, es una irresponsabilidad.
El voto de los ciudadanos del 28-A merecía un respeto, y más todavía con una participación del 76% de la gente. Gustase más o gustase menos, ese fue el veredicto de las urnas, que arrojaba una mayoría posible para gobernar, pero los esfuerzos del PSOE no se centraron en forjar esa mayoría, sino que se dedicaron a intentar señalar un culpable de la repetición electoral.
El escenario ideal del PSOE es la geometría variable, pactando con Podemos por la mañana y con Cs por la tarde
Mientras escenificaba una pelea de gallos con Pablo Iglesias, para Pedro Sánchez habría sido una carambola perfecta que Esquerra Republicana de Catalunya, cuya abstención era imprescindible, hubiese dado un portazo a la legislatura anunciando que se desentendía de la gobernabilidad. Haber mantenido la posición hasta el final, dejando claro que no sería por ellos que no hubiese investidura, fue un contratiempo para el PSOE.
Su escenario ideal hubiera sido culpar a los independentistas de que no fuera posible un pacto de izquierdas, pero jugar al póquer tiene esas cosas. Esto es así hasta el punto de que cuando el presidente Sánchez compareció para certificar la defunción de la legislatura, el PSOE emitió un comunicado que tenía por título “Por un gobierno progresista cuya estabilidad no dependa de las fuerzas independentistas catalanas”. Está claro que el problema de fondo no era Podemos.
Con la publicación en el BOE de la convocatoria, ha empezado la cuenta atrás para las elecciones del 10 de noviembre, el 10-N. Nada hace pensar que habrá grandes cambios en el reparto de escaños entre bloques, más allá de la concentración del voto de la derecha en el PP tras constatarse el bluf de Ciudadanos y tras haber com probado que Vox ha tocado techo sin conseguir ser la clave de la mayoría que une a la derecha extrema y la extrema derecha. Quizás el PSOE consiga arañar algunos escaños más, pero igualmente necesitará pactar con alguien para tener mayoría suficiente, pagando un precio mayor de lo esperado, ya que es inimagi nable que pueda echar los dados otra vez.
En los tiempos políticamente convulsos en los que vivimos, predecir lo que puede pasar dentro de seis semanas es muy complicado. El desencanto generado por la repetición de elecciones puede desmovilizar a parte del electorado socialista, que por otra parte ya no percibe a Vox como una amenaza real.
Además, parece evidente que la publicación de la sentencia que dictará el Tribunal Supremo tras el juicio del procés marcará la agenda política y social. A diferencia de lo que planteó durante la campaña del 28-A, ahora el PSOE ha preferido descartarse como solución. Ya habla más de aplicar el artículo 155 que del diálogo, compitiendo abiertamente por el voto conservador. Ahora el PSOE ya no dialoga con nadie, ni siquiera con Podemos. Ha optado por un todos contra uno confiando en que esto le dará centralidad, pero la clave estará en la movilización de los votantes, que ahora ya saben que Sánchez buscará el apoyo del partido de Albert Rivera.
El escenario ideal del PSOE es poder recurrir a la fórmula de la geometría variable, intentando pactar con Podemos por la mañana y con Ciudadanos por la tarde según el tema de que se trate, pero sin casarse con nadie. Lo advertía también en estas páginas Jordi Amat, en su artículo dominical, señalando que el pacto que vendrá será con Cs, que se convertirá en el aliado preferente del PSOE para cumplir disciplinadamente las instrucciones que reciba España si las turbu lencias económicas mundiales y los tambores de la re cesión empiezan a confirmarse. Quienes voten al PSOE con la esperanza de ser escuchados cuando griten “¡Con Rivera, no!” ya están advertidos.
En Catalunya, el 10-N va a ser la primera gran oportunidad para poder medir electoralmente el rechazo social y la indignación por la sentencia del Tribunal Supremo si esta no es absolutoria, y especialmente si incluye condenas duras. Para muchos electores en Catalunya, el 10-N va a ser una especie de plebiscito a la sentencia. Mucho tendrían que cambiar las cosas para que la publicación de la decisión judicial no impulse la participación electoral del independentismo con la esperanza de conseguir un gran resultado que permita tener un papel necesario en la formación de mayorías del Congreso y recordar, así, que el problema político sigue pendiente de solución.