Disculpe, querido lector, que hoy no le hable a usted. Quiero decir algo a los otros individuos que, como yo, escriben de vez en cuando en la prensa. Normalmente los llaman «columnistas», así que de este modo me dirigiré a ellos.

Querido columnista, tal vez usted, como yo, tenga espantosos debates interiores cuando va a escribir acerca de esos temas que todos consideran delicados. Probablemente duda sobre si decir lo que piensa o seguir la opinión mayoritaria para no recibir millones de insultos en las redes. Es normal. No debe sentirse culpable por ello. Es perfectamente humano.

Ignoro si usted es de los que, con valentía, dicen lo que piensan, arriesgándose a todo, o si, como yo, opta por callarse porque no soporta el conflicto. Si forma parte de la primera categoría, enhorabuena. No tengo nada que decirle, salvo expresarle mi total y sincera admiración.

Pero si, como quien le escribe, es un rematado cobarde, le quiero proponer una solución. Sé que no es la ideal, pero de algún modo le ayudará a desahogarse, haciéndole creer que está ventilando sus impopulares opiniones.

Se trata de inventarse un idioma secreto. Puede parecer complicado, pero en una semana, con un poco de dedicación, cualquiera puede lograrlo. Solo tiene que apuntar en un cuaderno, a modo de diccionario, la palabra en español y su correspondiente termino inventado. Por ejemplo: «imbécil» puede ser «’estrongo’», «maravilloso» lo podemos escribir como «’cayungo’». Puede ampliar su vocabulario poco a poco, dedicando cada día solo unos minutos. En poco tiempo dispondrá de un rico lenguaje privado que podrá usar en sus columnas.

Yo he inventado el mío, y es una maravilla utilizarlo. Me permite expresarme libremente sin miedo a las represalias. De este modo, puedo decirles, sin cortarme, que Puigdemont y sus seguidores son unos ‘yucantos’, que las feministas que critican a Woody Allen me parecen ‘tonguscas’, que los del PP son ‘bocinjos’ y los de Podemos ‘gormasos’. Ah, bueno, y los ‘Jordis’ me han parecido siempre ‘mestolinos’, desde la primera vez que supe de ellos en la tele.

No sabe lo a gusto que me he quedado. Pruebe usted con sus palabras inventadas. De verdad, hágame caso; no es costoso hacerlo y aumentará su felicidad y autoestima ya desde el primer día.

Esta técnica le permitirá disfrutar de las ventajas de las que gozan los valientes sin necesidad de serlo. Es un chollo. Se ahorrará úlceras de estómago y conseguirá, además, el sueño de cualquier columnista: ser admirado sin que nadie termine de entenderle del todo.

Y ahora, querido lector, sí quiero dirigirme a usted. Sea benévolo cuando vea en la prensa términos que no entienda. Si lee, por ejemplo, que determinado colectivo es «’punsíbolo’», sepa que tras esa expresión se esconde un columnista que sufre en silencio, que se imagina atado a sus propias opiniones, que se ama tanto que no soporta ni entiende que alguien pueda no hacerlo. No sea cruel con él, porque en su infantilismo, le tiene a usted mucho miedo.

 

 

 

 

 

 

FUENTE: ELPERIODICO