TOMÁS MARTÍN TAMAYO
A Rajoy le sobraban tantas razones para aplicar en Cataluña el 155, que cuando quiso reaccionar lo hizo tarde y mal, porque al fuego no se le puede dejar descontrolado. Llegamos tarde, muy tarde, y eso posibilitó que los golpistas se atrincheraran, prepararan su estrategia de confrontación e impusieran su testiculina, burlándose del Gobierno, de la Constitución, de la Justicia, del Estado de Derecho… Resultó tan grotesco como decepcionante que el pulso «Habrá o no habrá urnas» lo ganaran ellos, con la infantil añagaza de adquirirlas fuera, introducirlas de noche, en vehículos particulares y escondiéndolas entre el paisanaje y las iglesias. ¡Y el ministerio del Interior sin enterarse de nada! Golpistas 1, Gobierno 0.
No contento con la desternillante derrota del Estado por parte de unos milicianos, la pasividad seguía siendo la acción general del Gobierno y el ‘quietoparao’, la consigna impuesta, posiblemente convencidos de que en el último momento ‘un séptimo de caballería’ acudiría para hacer lo que ellos no tenían… ¡Que resuelvan los jueces, la policía, el ejército, el rey o la Inmaculada Concepción, que para eso es la patrona de España! Marianico ‘El lento’, como buen perezoso, baja del árbol muy poco y para defecar, así es que los secesionistas vieron el vacío y se envalentonaron, improvisando una hoja de ruta que ni siquiera tenían prevista como plan B.
Al final el gran perezoso bajó del árbol y defecó un 155 de la señorita Pepis, en el que dejaba incluso al aparato de propaganda, la TV3, seguir con su retahíla en defensa del golpismo. No queriendo tener la patata caliente en sus manos, convocó elecciones autonómicas, sabiendo que tras ellas todo quedaría igual o peor. Fue peor, porque no se evitó que los encarcelados, sobre todo los huidos, concurrieran a las mismas, ahora ya con el marchamo europeo de víctimas de un Estado opresor. Ellos mismos, que habían convocado el referendo como una provocación, sin trascendencia legal alguna, se envalentonaron y comenzaron a creer que el barquichuelo flotado podía llegar a buen puerto. Y en esas estábamos cuando el perezoso, acosado por corruptelas multicolores, decidió bajar del árbol y cagarla de nuevo, negándose a dimitir y situándose equidistante entre Pedro Sánchez y Soraya Sáez de Santa María, la vicepresidenta, que estaba en rampa de salida para sustituirlo. En vez de irse esperó a que lo echaran, logrando que lo echaran a él, a Soraya y al PP.
Y como la política actual es el arte de amasar heces, el que llegó a la presidencia del Gobierno de España, Pedro Sánchez, lo hizo de la mano de los mismos que quieren descuartizar España, de los que apoyan el golpismo y de los acólitos del tiro en la nuca, todos ellos demócratas con pedigrí y constitucionalistas de «a lo loco se vive mejor».
¿Qué espera Pedro Sánchez, nuestro Kennedy de remedo, para volver a aplicar el 155 a unos tipos que, además de amenazar con golpear, golpean? Su cinismo para mantenerse, o su cobardía para no dar la cara por España, nos está llevando a un escenario peligrosísimo, porque la nueva pasividad del Gobierno, más impostada que nunca, propicia que incluso los que están cumpliendo con su obligación, como la policía, los mossos o los jueces, comiencen a preguntarse si es pertinente mantener una deriva que puede ser corregida desde el esperpento, por los mismos golpistas que nos están ganando en todos los frentes. Supongo que pedir decencia es como ser mudo y predicar en el desierto.