Lo sorprendente del debate socialista fue la muy escasa atención a Europa cuando gobernar exige influir en Bruselas y saber que nuestra moneda depende del BCE
Me dicen que un histórico líder independentista dijo el otro día: “Deseo que la independencia llegue ya por dos razones. Una, porque siempre he creído en la independencia. Dos, porque ya no soporto el ‘procés’, parece eterno”. Muchos catalanes no independentistas suscribirían la segunda razón. Por eso me disculparán que —pese a que en Cataluña pasan muchas cosas— me centre en el PSOE.
Esperando la conferencia de Puigdemont en Madrid del lunes —que no aportará nada nuevo— lo más interesante ha sido la pinza, en el Consorcio del Palau de la Música, entre el PDeCAT y el Gobierno de Madrid (este último mediante ausencia) para dejar al Ayuntamiento de Barcelona en minoría en su pretensión de que el Consorcio acusara a la antigua CDC. Así, gracias a la ausencia del Gobierno del PP, el PDeCAT se impuso. ERC protestó inmediatamente, pero el Gobierno catalán respaldó el martes la posición de CDC. Por último, por el momento, el Parlament instó ayer a la Generalitat —presidida por el convergente Puigdemont— a acusar a CDC. Con el voto a favor de ERC, que deduzco que votó una cosa en la reunión del Gobierno catalán y otra diferente en el Parlament.
Pero lo más sorprendente ha sido la ausencia de los representantes del Estado en el Consorcio. El portavoz Méndez de Vigo —más diplomático que Margallo, su antiguo jefe en Exteriores— ha dicho que el Ministerio de Cultura —que es patrono del Consorcio— no asistió a la reunión “para no interferir en las relaciones entre el nuevo PDeCAT y ERC”. ¡Premio a la creatividad constructiva! Pero Salvador Sostres le comentó ayer a Carlos Herrera que no había nada tan español como ver al PP y a CDC tapándose las respectivas vergüenzas. Aunque parece que en este caso lo que el Gobierno de Madrid pretende es el voto favorable de los nacionalistas al decreto sobre la estiba.
Pero vayamos al PSOE. Tras ver el debate y ante la inmediatez de las primarias, quisiera hacer cinco apuntes breves.
1. Estamos desde hace mucho ante una lucha por el poder entre Pedro Sánchez y Susana Díaz.
Básicamente es una pura y dura lucha por el poder entre Pedro Sánchez, elegido secretario general en las primarias de 2014 contra Eduardo Madina con el apoyo de Susana Díaz, pero que luego demostró tener agenda propia, y la presidenta andaluza, que se cree desde hace tiempo el gran referente del partido. El presidente de la gestora, Javier Fernández —algunos lamentan que no haya querido tener un mayor papel— dijo algo cierto. A partir de cierto momento (supongo que tras el fracaso de la investidura de Pedro Sánchez y las elecciones de junio), todos sabíamos lo que había que hacer (no impedir el Gobierno de Rajoy), el problema era cómo ganar después el congreso socialista.
Por eso Pedro Sánchez —incompatibilidad con Rajoy e ideología, aparte— no quiso hacer lo que Fernández veía inevitable. Sabía que luego los susanistas, y otros enemigos, le echarían acusándolo de blando ante el PP. Por eso los contrarios a Sánchez pusieron muchos obstáculos pero no intervinieron hasta el último momento para exigir lo inevitable. Querían que el trabajo sucio lo hiciera Sánchez y luego derribarle. Y Sánchez, con medio partido en contra, pareció optar al final —lo sugiere Jordi Sevilla en su discreto pero interesante libro— por unas terceras elecciones, lo que evidentemente era una jugada de alto riesgo. Podía salir bien, o mal… o incluso peor. Y mientras, España seguía sin Gobierno.
José Antonio Zarzalejos lo explicaba bien ayer en El Confidencial al hablar del libro de Jesús Maraña que acaba de salir y que no he podido consultar. Maraña se hace eco de la frase atribuida a Susana Díaz en 2014, cuando su prioridad era que Madina no ganara las primarias, sobre Sánchez: “Este chico no vale, pero nos vale”. Ahí está la clave de muchas cosas. La política tiene mucho de pura lucha por el poder. En todos los partidos. En el PSOE ha saltado a la vista, pero solo hay que recordar las frases de Aznar sobre su sucesor, o los intentos de Artur Mas de no ser enterrado por el ‘procés’, para constatar que no es una enfermedad que ataque solo a los socialistas.
2. El derrocamiento del comité federal del 1 de octubre careció de cualquier grandeza. Lo peor fue que luego no se buscó cerrar las heridas. Solo hay que comparar con el cuidado con que Emmanuel Macron celebró su victoria en La Pyramide del Louvre, y su largo paseo previo en la oscuridad de la noche, cuidadosamente iluminada, para concluir que el derrocamiento de Pedro Sánchez en el comité federal del 1 de octubre careció no solo de grandeza sino de estética. Fue una chapuza a la que la presidenta del PSOE sevillano, diciendo en la calle Ferraz que ella era la única autoridad, le dio todo su significado.
Pero admitamos —por un momento— que fuera inevitable. Que Pedro Sánchez hubiera decidido que iba a terceras elecciones (o algo peor, como un pacto secreto con Podemos, que ya se vio que no quería, o con los pérfidos independentistas) y que la urgencia —Felipe González habló a la SER desde Chile— justificara la chapuza.
Lo lógico era luego intentar cerrar heridas y no dividir más al partido. Dimitido Sánchez, se trataba de evitar las terceras elecciones permitiendo la investidura de Rajoy. Entonces ya no había otra opción y el portavoz socialista, Antonio Hernando, cumplió bien con su complicado papel. Pero todo habría chirriado un poco menos si el PSOE hubiera seguido manteniendo su posición (voto en contra) pero reconociendo que había pedido a unos pocos diputados (creo que había voluntarios) que se ausentaran o abstuviesen. El PSOE seguía votando en contra, pero no quería dejar a España sin Gobierno y sin más opción que ir a unas nuevas elecciones.
¿Por qué no se hizo? Aparte del argumento de la disciplina y la coherencia, que después de aquel comité federal no es aceptable, porque se quería obligar a Pedro Sánchez a dejar el acta de diputado. No podía desobedecer a la dirección ni abstenerse sin desautorizarse a si mismo. Dimitió y expresó (Jordi Évole mediante) su malhumor. Pensaron que le mataban e hicieron un mártir. Un mártir que sintoniza con el sentir de muchos militantes que —por ideología, por coherencia o por prejuicios, que de todo puede haber— ven casi como un pecado mortal que el PSOE permita un Gobierno de la derecha.
Y este es el principal capital de Sánchez, porque ya se sabe —Felipe fue una vez una excepción— que los congresos socialistas (en otros tiempos no había primarias) se ganan a la izquierda. Y los escándalos del PP en Murcia y en Madrid —y los graves líos en la Fiscalía— favorecen el ‘no es no’. Y eso pese a que la gestora ha negociado bien con Rajoy. Cediendo en lo que un Gobierno socialista también habría tenido que hacer —un techo de gasto aceptable para Bruselas—, pero con compensaciones. Que no son “retalitos” como dijo ayer Patxi López y seguro que suscribiría Pedro Sánchez.
3. El ‘no es no’ era válido y automático en el antiguo bipartidismo, pero es insuficiente y no siempre operativo en un sistema de cuatro partidos.
Es lógico que muchos militantes socialistas no vean bien que el PSOE haya permitido la investidura de Rajoy. ¿Se imaginan lo que diría la militancia del PP —y la prensa llamada conservadora— si el PP hubiera facilitado la investidura de Felipe o Zapatero en alguna ocasión? Aunque —es cierto— sí lo hizo en Euskadi y contra el PNV, que había sido el primer partido, con Patxi López.
Pero las cosas hoy son más complejas. En un sistema bipartidista imperfecto, como el que España tuvo hasta 2015, el ‘no es no’ era indiscutible. O gobernaba el PSOE, o lo hacía el PP. Ya vimos cómo acabó la famosa operación Roca. Pero en un sistema de cuatro partidos —también imperfecto— como el actual, el principio del ‘no es no’ es insuficiente. Para gobernar necesitas hacer (o poder forzar) una mayoría. Pedro Sánchez lo intentó con C’s pero fue —y sería hoy— insuficiente. Y Podemos lo que quería no era gobernar sino el sorpaso, o enmendar la plana al PSOE (se vuelve a ver ahora con la fantasmagórica moción de censura). Entonces el ‘no es no’ no sirve. A no ser que se esté dispuesto a repetir elecciones continuamente esperando —como empedernido jugador en la ruleta— que al final llegue la victoria.
Si Podemos no es un partido de gobierno ni lo quiere ser (demostrado), si la suma con C´s no suma 176 (o como mínimo 166), y si los acuerdos con el PP son complicados (por la historia, por los problemas judiciales del PP y porque no hay ambiente de ‘gran coalición’), el PSOE tiene una posición complicada. Comprendo que Pedro Sánchez insista en el ‘no es no’ porque es su arma para las primarias, pero puede ser una posición estéril. Aunque quizás estética.
El PSOE, en el futuro, tendrá que desideologizar la política de alianzas. No se trata de elegir el novio soñado (o el príncipe azul de la unidad de la izquierda) sino aquel con el que sumas, está dispuesto y ofrece suficientes garantías. En resumen, no el ideal sino el posible.
4. Ningún partido de gobierno —y los tres candidatos dicen que quieren que el PSOE lo sea— puede olvidar que el euro está ahí y lo condiciona todo.
Y claro, lo posible en el marco europeo. Nuestra peseta es hoy el euro, y el primer punto de todo Gobierno tendrá que ser sintonizar —’primum vivere’— con la política económica de los dos grandes países del euro.
Ya sé que estamos en unas primarias socialistas y que el objetivo de los tres candidatos es ganarlas. Pero no pueden olvidar el marco en el que estamos. Y fue preocupante la ausencia casi total de referencias a Europa en el debate del lunes. Sin sintonizar con Europa, no podemos hacer nada.
Patxi López dijo —queriendo atacar a Sanchez— que estaba dispuesto a ceder soberanía a Europa. Pero acto seguido insistió en que había que derogar la reforma laboral. Alemania tiene un paro del 5%, Francia de un 10% y aquí estamos en el 18,75%, pero no se quiere tomar nota ni de lo hecho por la gran coalición en Alemania ni de lo que Macron señala como prioridad de su Gobierno. Y no se puede ignorar que en España la tasa de paro ha bajado del 26% al 18,7% y que algo habrá tenido que ver la reforma laboral. Pese a todos sus inconvenientes.
Pedro Sánchez hizo una tímida referencia a Portugal y para Susana Díaz (salvo despiste mío), Europa no existió a lo largo del programa. Quizás el PSOE parte de un grave error. El plan de rigor de Zapatero de mayo de 2010 era inevitable. Y por tanto lo mejor. No reconocerlo lleva al ostracismo europeo. Tsipras ganó en Grecia atacando la obediencia del Pasok a Bruselas y —animado por Varoufakis— amenazó con salir del euro. Dos años después, Grecia está en huelga general porque Tsipras hace —’grosso modo’— la misma política que Rajoy, y si los electores le dan la espalda no ganará una fórmula Varoufakis sino la derecha de Nueva Democracia.
Cuando entramos en el euro perdimos —contentos— la soberanía económica. Ahora en muchos países europeos —del sur, porque exige disciplina presupuestaria, y del norte, porque el BCE compra deuda pública y financia así el déficit de España e Italia— hay malhumor con el euro. Pero a la hora de la verdad, y proclamen lo que proclamen los Tsipras (o Marine Le Pen o Mélenchon), nadie quiere salir del euro.
Felipe González presentó al PSOE en el 76 y 77 apelando a Pablo Iglesias (el bueno) y a los 100 años de honradez, pero también con el aval de Willy Brandt y Mitterrand. Cierto que la socialdemocracia europea ya no es lo que era, pero si el PSOE se olvida de Europa y deja al PP la bandera europea —amenazada por el populismo de derechas y de izquierdas—, no creo que genere confianza. Unas primarias son unas primarias, pero que en un debate entre los aspirantes a liderar el PSOE no se hable del euro y solo se cite a Portugal (y de pasada)…
5. Los tres líderes socialistas necesitan urgentemente mejorar. El gran desafío de la socialdemocracia es mantener y adaptar el Estado del bienestar.
Las cosas son como son. En el PSOE hay la siempre poco gloriosa lucha de facciones que tanto preocupaba el domingo a Santos Juliá. Pero quizá mejor que los problemas se ventilen en público —aunque se desafine— que confiar a que sean resueltos por el ‘cuaderno azul’ de Aznar o por la genial fórmula de Alfonso Guerra de “el que se mueve no sale en la foto”, que ha tenido alumnos tan aventajados como el propio Aznar o Rajoy.
Las cosas son como son. El PSOE afronta unas difíciles primarias. Pedro Sánchez tiene resistencia y despierta ilusión, pero no se puede gobernar un partido contra la otra mitad del partido. Susana Díaz, que en el debate no habló de Europa porque se concentró en disparar —a veces con puntería— contra Sánchez, encarna un PSOE más tradicional y con acento meridional. Sin la afición a Merkel y Palme, de Felipe González. Y Patxi López dice cosas sensatas pero bastante tópicas. Podría aportar equilibrio al ganador.
Pero en el debate lo que predominó fueron dos cosas. Una, que Pedro es perdedor, veleta y sospechoso de pactos incestuosos. Dos, que la gestora se ha entregado al PP y que el ‘no es no’, que no sirve para circular en la España de 2017, es la salvación. Gane el que gane, y tiendo a pensar que los congresos socialistas se ganan a la izquierda, el programa electoral tiene que ser de centro-izquierda y luego se gobierna como se puede y se sabe (como hicieron Felipe González y Zapatero), al debate socialista de estas primarias le han sobrado tópicos y descalificaciones y le han faltado ideas, revisiones mirando a lo que pasa en Europa y proyectos creíbles (aunque no sean 100% PSOE).
No es la preparación más adecuada para ganar elecciones, volver al Gobierno y no fracasar en el intento. Javier Fernández dijo que el proyecto socialdemócrata debía centrarse en defender y adaptar, para que no muera por la globalización, el Estado del bienestar, que es “el patrimonio de los que no tienen patrimonio”. Desgraciadamente, no ha sido muy seguido.