Vicente Serrano ||

Presidente de Alternativa Ciudadana Progresista y miembro del Grupo Promotor de IZQUIERDA EN POSITIVO ||

Ante la afirmación de qué España es una nación política y que Cataluña en tanto que “nación cultural” no pueden ser consideradas iguales, hablar, por tanto, de plurinacionalidad es más que discutible. Se tiende a argumentar filosóficamente que la nación en tanto que construcción humana es algo histórica y, en consecuencia, superable. Para destruir el concepto de nación política de España, se pretende argumentar que nada es perdurable en el tiempo, esta puede ser destruida, ignorada o eliminada, a la par que se afirma lo milenario de la nación catalana, esta sí, inamovible.

Entramos en lo que podríamos llamar relativismo político histórico e, incluso, cultural, por el cual se conceden título de verdad o de falsedad según convenga a quién lo dice, lo expone o lo defiende.

Dicho relativismo político nos permite concebir 40 variedades de blanco cuál sí esquimales fuéramos, cosa que, encima, es mentira. Así, pues, todo queda reducido a la voluntad del sujeto político, demos, que cada cual defina. Ignorando, a la par, la utilización de ingentes caudales públicos y de mecanismos de control social para generar voluntades, por lo que podríamos hablar de ingeniería social. ¡…Goebbels que estás en los cielos…!

El nacionalismo ha utilizado todo un discurso relativista sobre el concepto de democracia, al tiempo que defendía una identidad inamovible y utilizaba, sin ningún reparo ni vergüenza, todas las herramientas que el poder ponía a su alcance.

La historia, lejos del relativismo y de las manipulaciones, nos demuestra que España, al igual que cualquier otra nación Estado europea, se ha conformado a lo largo del tiempo, incluso antes que lo que, luego, se dio en llamar nación política. Esa conformación no está a salvo de injusticias, arbitrariedades o barbaridades, ya que estamos hablando de épocas en que el concepto actual de democracia no existía.

En esta perspectiva histórica, pretender defender la puridad de la creación democrática de Cataluña es tan tonto cómo pretender que los burros vuelen, y además es falso. Sabido es que la Generalitat era una institución de la Corona de Aragón para cobrar impuestos en Cataluña, lo que podríamos llamar la Delegación de Hacienda en Cataluña, no ya de España sino de Aragón. Ni fue de creación autóctona ni mucho menos democrática.

Pero, aun aceptando cierta parte del relativismo político, podemos constatar que una nación política se forma de una manera determinada y tiene unas connotaciones determinadas; es decir, contiene un territorio y una igualdad de ciudadanos dentro de ese territorio y un gobierno de ese territorio. Y ese concepto de nación política nos viene de la revolución francesa. Sin embargo, el concepto de nación cultural no deja de ser una reflexión o una auto definición para aquellas zonas donde se comparte básicamente una lengua.

Por tanto, si aceptamos esa premisa, podríamos decir que la nación cultural catalana está contenida dentro de otra nación cultural bilingüe que se corresponde con un territorio qué es Cataluña. Y, si cuantificamos el número de hablantes que hay en Cataluña de castellano y de catalán, veremos que la Nación castellanohablante de Cataluña es mayor que la catalanohablante.

Puestos a aceptar el relativismo cultural no podemos considerar que la Nación anterior a 1714 sea la misma que hoy, ya que el tiempo lo ha cambiado todo. Incluso, si aceptáramos que Franco enviaba charnegos para joder a esa nación, tendríamos que convenir en que lo consiguió, aunque, verdaderamente, la realidad fue otra: Franco envió mano de obra barata para beneficio de la burguesía catalana.

Aceptemos la realidad: Cataluña no es una nación homogénea ni cultural, ni política, ni históricamente.

Por otra parte, es evidente que la Europa actual no tiene nada que ver- sociológica, cultural, políticamente – con surgida tras la Segunda Guerra Mundial. Hoy, la europea es una sociedad con miles y miles de migrantes que llegan pidiendo compartir la riqueza. De igual manera, tampoco la España actual tiene nada que ver con la del franquismo. Guste o no guste al nacionalismo… catalanista o españolista.

Así, pues, habrá que concluir que Cataluña es una nación de naciones. Hilemos fino: Cataluña es una nación cultural de naciones culturales. Dentro de este territorio plurinacional que es Cataluña –vamos a dejar por ahora el resto de los llamados “països catalans”, porque la cosa se complicaría aun más- podemos distinguir, al menos, tres naciones, ¡culturales claro!:

  • La más numerosa, la española, se concentra básicamente en las comarcas más industrializadas de las provincias de Barcelona y Tarragona, son comarcas cercanas al mar y coinciden con lo que, últimamente, se denomina Tabarnia.
  • La segunda nación cultural la componen prácticamente las provincias de Gerona y Lerida y algunas comarcas de interior de las otras dos provincias catalanas. Se corresponde, con lo que se ha dado en llamar, últimamente, Tractoria, haciendo referencia, de forma claramente despectiva, al sector económico principal del territorio o más bien al uso de tractores para bloquear la carretera en aciagas fechas del pasado año.
  • La tercera es una pequeña nación cultural donde el aranés es la lengua oficial, muy reducida, aunque parece que sus habitantes se apuntan a fusionarse con Tabarnia.

Se podría hablar de otras naciones culturales si entendemos que es la lengua o la etnia la que las determinan. Hablaríamos de la nación gitana, la nación árabe, la nación china, la nación paquistaní…

Ya en serio, creo que toca hablar sin darle más vueltas y afirmar que España es un nación política, plural y diversa culturalmente. Que no es plurinacional y que tal palabra no tiene sentido en sí misma.

Que hemos de gestionar nuestra diversidad con respeto, sin imponer sentimientos de pertenencia excluyentes, que tenemos una lengua común y unas lenguas que son patrimonio de todos.

Que el sistema autonómico español se inició en la Segunda República Española y se desarrolla a partir de la Constitución del 78, calcando, prácticamente, el modelo.

Que no podemos hablar de federalismo como un proceso para unir lo que está separado, porque está junto –no caben derechos de autodeterminación–.

Que solo podemos hablar de federalismo como proceso para culminar un sistema autonómico donde las competencias sean iguales para todas las autonomías, respetando la diversidad de cada una, en lo interno y en lo externo, y dándonos la posibilidad de recuperar competencias para la administración central, como educación y sanidad que permitan garantizar la igualdad de todos los españoles.

En fin, Pablos, Pedro y Ada, que nos dejemos de ñoñadas de plurinacionalidades…

Me repito: La diversidad, un hecho; la igualdad, un derecho. Si un hecho genera desigualdad… no hay derecho.