Pegué un brinco. Estaba ordenando periódicos viejos en mi casa de ‘entre meses’ en Ortigueira (A Coruña) un pequeño pueblo que en julio de cada año festeja las raíces ancestrales de Galicia organizando el mejor festival del Mundo Celta. Y leo este titular, díganme ustedes si no es una casualidad: «El peligro es que en tiempos de crisis busquemos un salvador». Y lo dice el Papa Francisco, argentino, jesuita y franciscano. Pensé que había que tener en cuenta esas palabras, aunque no estuviera influido directamente por el Espíritu Santo o por alguna de las altas autoridades celestiales. Pero no: se refería a Donald Trump, en una entrevista del director de El País, Antonio Caño, y de Pablo Ordaz, en Roma, el 22 de enero de 2017.
Como todas las palabras, dichos o citas de los papas, está aconsejado trascender de lo concreto y personal. Ya saben, las parábolas. Así que mi confusión al creer que SS se refería al problema catalán, y sin nombrarlos señalaba al trío de la bencina, Jordi Pujol, Artur Mas y Carles Puigdemont, sin desmerecer a Oriol Junqueras, y a su Rufián estrella, y a Anna Gabriel, jefa de los antisistema de la CUP, a los que, sin duda, una parte de la sociedad catalana cree, juntos o por separado, salvadores de una patria que nunca existió.
Tampoco se ha certificado ningún milagro en Cataluña, de esos que dejan chiquitos a aquellos famosos de Jesucristo. A pesar de que la multiplicación de los panes y los peces y la conversión del agua en vino del bueno es ‘pecata minuta’ comparado con la multiplicación de la parroquia independentista en las encuestas y los votos en los referéndum. Todo ha tenido truco, porque lejos de ser los dirigentes de la ‘cosa’ hombres de Estado, honestos, responsables y sinceros, solo son unos vulgares y patéticos magos Pantopín de miserable circo antiguo.
Desde los idus de Xabier Arzalluz y del ‘estadista’ Pujol, ambos ególatras y endiosados, siempre me parecieron como los tontos del pueblo que van delante del santo en las procesiones, sacando pecho. O como esos beatos, sobre los que siempre me prevenía mi padre, que estaban en los primeros bancos de la iglesia, llevaban los tronos y comulgaban entre aspavientos. «Esos, Ángel, son los mayores putañeros y sinvergüenzas, pero necesitan la imagen, que los pobres diablos confíen en ellos. Solo es teatro».
El caso es que, en efecto, en tiempos de crisis, como muy bien opinaba Su Santidad, mucha gente necesita alguien que ofrezca un camino hacia el futuro. Por eso el auge de tarotistas, arúspices, videntes, homeópatas, astrólogos… Como ha sucedido con la enésima resurrección de la ‘cuestión catalana’, que estaba zombi, aun cuando ya no exista el problema: aparecen los charlatanes revestidos de pontifical. El presidente de la Generalitat en el exilio, rescatado para la democracia española por Adolfo Suárez, Josep Tarradellas, las vio venir. De Jordi Pujol, de sus andanzas con Banca Catalana, y de su cínico desparpajo, ya dijo que era un «farsante genial».
A partir de ahí se fue montando, con paciencia y mucho dinero escamoteado del Presupuesto, un tinglado destinado a llevar a cabo un vaciado del cerebro colectivo. Extraordinaria, por cierto, la intervención en el Congreso de los Diputados del parlamentario valenciano de Ciudadanos, Toni Cantó, que desgranó uno a uno los manejos para el adoctrinamiento en el ‘pensamiento – sic- único’ de los niños y los jóvenes desde las escuelas a las universidades. Medios de comunicación como correas de transmisión, educación teledirigida, chantaje a las empresas… Y como por arte de magia, en medio de una gran hecatombe moral, del insoportable olor a podrido, los mismos ciudadanos que estaban satisfechos con la Constitución y el Estatuto, los que sabían que ‘en todas partes cuecen habas’ y los que perseguían al grito de ¡sinvergüenzas!, ¡ladrones! a los malos, los corruptos de CiU, cambiaron de opinión y pasaron a perseguir a los buenos.
Gran ejemplo de prestidigitación. El ‘España nos roba’ no solo era una mentira, es una cortina de humo para ocultar la realidad del latrocinio.
Era evidente que la empresas emigrarían en el instante preciso en que los accionistas vieran tomar forma de genio maléfico el riesgo en sus cuentas de resultados. José Manuel Lara fue el primero que se atrevió a decir en octubre de 2012, alto y claro, como era él, que si Cataluña elegía la independencia él se llevaría la edición en español de ‘Planeta’ a Madrid o Zaragoza; no solamente la sede social. Ahora, cuando los registradores de la propiedad y los notarios hacen horas extras para atender la demanda en el mostrador de ‘salidas’, ya van más de medio millar de empresas que huyen de la quema, hay quien trata de minimizar el caos. El tabaco no mata, el cáncer es bueno, porque nos acerca a Dios, y el humo de los coches es como el incienso del botafumeiro de la Catedral de Santiago de Compostela, empleado desde la Edad Media para disimular el olor a tanta humanidad peregrina.
Hasta Josep Borrell, ex presidente del Parlamento Europeo, acompañado en el ofertorio por el Nobel Vargas Llosa en la gigantesca manifestación de los silenciosos a favor de la unidad de España en la Ciudad Condal, les preguntó retóricamente a los empresarios que huyen en manadas que por qué no lo habían dicho antes, porque igual no habría ocurrido lo que está ocurriendo. Pues por la misma razón que Pasqual Maragall, que quería ignorar que los Reyes Magos son los padres, no insistió en su denuncia la trama del 3%: porque tenía miedo de que no saliera ‘su’ Estatut, y que se le rajase para siempre jamás el ‘cuco’ apoyo de CiU. Los empresarios tenían miedo, un miedo cerval, ante el lobo disfrazado de inocente cordero. El empresariado catalán, el grande y el chico, no vive tranquilo sin el calor del poder. Y más si ese poder es ‘amigo’ y conservador, y reparte bien y equilibradamente las subvenciones, las concesiones y las consideraciones.
Pasados los instantes de atontamiento, la Unión Europea les dice con crudeza que cómo van a mediar entre una región sublevada y un Estado constitucional y democrático. Sería como mediar entre el estafador y el estafado.
Hasta que desaparece el calor, y entre las palmeras del oasis de plástico entra un ventarrón de aire gélido que señala la llegada de una inmediata glaciación. Entonces el capital huye entre las dunas. Por la misma razón que los delincuentes políticos y económicos temen el fin del secreto bancario de Andorra con fecha de transparencia formal el 1 de Enero de 2018.
Y es entonces cuando pasados los instantes de atontamiento, inducido por el cóctel de demagogia, el disfraz carnavalero de la realidad y los profetas de pacotilla, la Unión Europea, a través del Europarlamento, de la Comisión y el Consejo, les dice con crudeza que cómo van a mediar entre una región sublevada y un Estado constitucional y democrático. Eso sería como mediar entre el estafador y el estafado. Y Jean Claude Junker, presidente del Ejecutivo comunitario, les aclara algo tan elemental, que ha acallado a los recalcitrantes esnobistas, a fuer de pintorescos, papanatas europeos que cuando ven las fotos de los antidisturbios porra en mano en Barcelona se olvidan de las de los altercados G-20 en todas las capitales mundiales y ven a la España de la leyenda negra o a la del arcabuz y la pandereta, la de bandoleros y toreros ensangrentados. «No quiero que en quince años haya noventa estados en Europa. Sería imposible».
Pero quien abrió la cacería a carcajada limpia fue la revista satírica francesa ‘Charlie Hebdo’, que tituló un viñeta: «Los catalanes, más tontos que los corsos». El ministro de Justicia de Alemania, Heiko Maas, susurró a los periodistas cuando entraba a una ‘cumbre’ en Luxemburgo: «Ahora mismo he declarado la independencia del Sarre», uno de los más pequeños estados federados, donde estudió.
Una influente publicación norteamericana de asuntos internacionales, ‘Foreing Policy’, resume un artículo con el ejemplo de que «Cataluña fuera de España es como Illinois fuera de Estados Unidos». Y como ‘a perro flaco todo son pulgas’, Reporteros Sin Fronteras (RSF) no se anda con rodeos: las acusaciones de la Generalitat a los medios de comunicación independientes «evocan las campañas de Trump y los movimientos de extrema derecha».
Es otra señal de que se ha perdido el ‘respeto’ al nacionalismo separatista, ya esfumado el artificial ‘glamour’ de víctima de diseño, al que solo apoya ‘Podemos’ que, en su línea, tiene un cada día más definido objetivo antisistema y revolucionario, que ya ha abierto serias grietas en su seno.
También es suicida para el separatismo y el populismo garrapata ignorar una señal clara de que está cambiando la marea. Cuando más de un millón de catalanes salen a la calle con banderas españolas, y senyeras tradicionales, defendiendo la unidad de España y la Constitución del 78, cuando casi cien mil repiten unos días después, el 12 de Octubre, Fiesta Nacional, es que la masa silenciosa ha decidido hacerle caso a Bertolt Brecht: «Cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse, tendrá que pasar al ataque».
Y si esto sucede, lo primero que debe hacer un político es huir del… ridículo. El ridículo mata.
Como decía Mark Twain, con el mismo enfado con el que discrepaba del «con la patria, con razón o sin ella», «se puede andar con una pistola cargada, se puede andar con una pistola descargada, pero no se puede andar con una pistola que no se sabe si está cargada o descargada».
FUENTE: HUFFINGTONPOST