Al Partido Popular se le nota que necesita apuntar algún éxito en el cuaderno de Pablo Casado. Se le nota incluso demasiado. Así se explica que haya presentado la pérdida de siete escaños y un seis por ciento de sus votantes en Andalucía como un triunfo sin precedentes que le llevará directamente a la Moncloa. El PP no supo beneficiarse del tremendo desgaste del PSOE andaluz y de Susana Díaz, ni de su sangría de votos, y eso es imperdonable en un partido que lleva 36 años haciendo oposición. Le regaló a Vox una parte importante al darle difusión gratuita en mítines y debates electorales en la televisión. Y dejó que el partido de Abascal apareciese a los ojos de muchos, entre ellos el de este cronista, como la oposición real y como inspirador de las nuevas ideas pregonadas por el PP.

Sin embargo, en la reunión de la ejecutiva de ayer, no hubo nada parecido a esa autocrítica y se hizo el malabarismo de convertir en triunfo el hecho menor de quedar por encima de Ciudadanos y de convertirse en el primero entre las derechas que habían competido. Y hace bien, qué diablos. Si el dueño de un restaurante ofrece gulas en vez de angulas y los clientes no protestan, es indudable que hace negocio. Ya se sabe que una de las artes de la política es el arte de la simulación, y el PP está teniendo la habilidad de simular un triunfo espectacular basándose en datos menores, pero como nadie ha protestado, yo les digo: adelante con los faroles.

Lo malo de la necesidad de conseguir poder llega cuando se presenta otra necesidad, que es la de pactar. Y ahora el PP andaluz, para completar la jugada, tiene que entenderse con quien hasta ayer mismo era su hipotético ladrón de votos. Y la necesidad debilita a quien la siente y se empezó a sentir ayer, cuando Pablo Casado dulcificó el programa de Vox con palabras que a varios medios les parecieron de blanqueo. Por ejemplo, cuando dijo que la derogación de la ley de violencia de género que Vox propone solo va contra las «denuncias falsas». Al señor Casado solo le parece inaceptable la supresión de las autonomías, que, evidentemente, no puede ejecutar un Gobierno regional. Y justifica sus posibles acuerdos con una comparación: también el PSOE gobierna con el apoyo de las izquierdas radicales. Por esa regla de tres, se podría llegar a justificar una coalición con los herederos de Batasuna.

Cúidese, Casado. Me descubro ante su inteligencia táctica y su capacidad de simulación. Pero entenderse con Vox requiere que Vox se blanquee a sí mismo, no que lo blanquee usted. La atracción que Abascal ejerce sobre usted es fruto de la necesidad. Y eso no ocurre impunemente, salvo que en el fondo ambos piensen lo mismo, cosa que empiezo a no descartar.

 

 

FUENTE: LAVOZDEGALICIA