Sostenía Schumpeter que la mayoría de las creaciones del intelecto humano solían durar entre una sobremesa y una generación. Hay otras gestaciones, incluso, que duran bastante menos. Daniel Lacalle, esa criatura política que creó Pablo Casado para convencer a su electorado de que el Partido Popular era liberal y no socialdemócrata, al contrario que en los tiempos de Montoro y los hermanos Nadal, no ha encontrado tiempo, siquiera, para recoger el acta de diputado.

Probablemente, porque el líder del PP —acostumbrado a agarrarse a un clavo ardiendo para dar imagen de renovación— no ha hecho caso de aquello que aconsejaba Hitchcock: «Nunca se le ocurra hacer una película ni con animales, ni con niños ni con Charles Laughton». En este caso, con economistas profesionales que ven la política una extensión de su carrera mediática, y que solo juegan a ganador. Como la propia alcaldesa de Madrid, Manuel Carmena, que ha dicho que o gana o se marcha a su casa, que ella no está para seguir cuatro años en la oposición.

Todo un ejemplo de tenacidad política, como la del propio Lacalle, que ni siquiera ha esperado a que se celebren las municipales, autonómicas y europeas (¿por qué será?), con lo que ello supone desde un punto de vista simbólico. Dejar tirado al jefe 10 días antes de unas elecciones no parece la mejor señal para el electorado.

Lacalle, desde luego, no es el único, pero, como recordaba ayer un conspicuo experto en el PP, “[Manuel] Pizarro duró al menos dos años” paseando como un alma en pena por los pasillos del viejo caserón de la carrera de San Jerónimo porque Rajoy no quería saber nada del antiguo asesor áulico de Aznar. Y ni siquiera será el último. Es probable que algunos de los fichajes más mediáticos de Casado hagan mutis por el foro subidos en la chispa de la vida cuando se presente la más mínima oportunidad.

Debe ser duro —incluso muy duro— ser diputado cuando el primer partido de la oposición tiene 66 diputados. Y todavía más si después de presentar toda la documentación que se exige para acceder a la condición de diputado hay que abandonar una fructífera carrera profesional por un puñado de dólares, que diría Sergio Leone.

Pero si en el ‘spaguetti western’ el ganador se lo llevaba todo, en el PP quien triunfa es el vacío, la nada. El primer partido de la oposición, el que presumía de su gestión, aunque cueste creerlo, carece de equipo económico. Así de simple y así de dramático.

¡Aquí estoy yo!

Alberto Nadal, formalmente todavía secretario de Economía, está de salida, y ya el presidente de la Autoridad Fiscal, José Luis Escrivá, le ha dado cobijo en la AIReF dada su condición de alto funcionario. Mientras que Fernández-Lasquetty y Pablo Hispan se han quedado en tierra de nadie al no sacar su escaño por Madrid y Granada, respectivamente. Tan solo el diputado por Lugo Jaime de Olano ha salvado los muebles, pero no se trata de un economista profesional, sino de un abogado reconvertido a la ciencia lúgubre, que decían los clásicos. Detrás de Lacalle, está la nada, fruto de la política de tierra quemada que ha hecho el presidente del PP para decir al mundo: «¡Aquí estoy yo!».

Lo malo para Casado —y para el PP— no es solo que se haya quedado sin especialistas en economía, sino también sin ideología, más allá de la consabida rebaja de impuestos, un caramelo electoral con el que compite conCiudadanos y Vox en una frenética carrera para ver quién oferta más, como si se tratase de una subasta en Sotheby’s.

Lo peor, sin embargo, es que si Casado quiere volver a conectar con el viejo electorado del PP, tendrá que cambiar el discurso anarcoliberal que encarna Lacalle, radicalmente distinto al viejo ordoliberalismo de raíz socialcristiana, encarnado por Ludwig Erhard, y que representaban los Nadal, Montoro y Báñez, el equipo que llevó a Rajoy a ganar por mayoría absoluta tras la desastrosa gestión que hizo Rodríguez Zapatero de la crisis.

No lo tendrá fácil. Y no solo por razones ideológicas. El PP —que ya no huele a poder— se enfrenta a un recorte significativo de sus recursos derivado de los malos resultados electorales, lo que significa menos asesores y menos presupuesto para recomponer su maltrecho equipo económico. Es lo que pasa cuando se quiere descubrir el Mediterráneo. El adanismo en política se suele pagar.
 
 

FUENTE: ELCONFIDENCIAL