Una serie de bloques de apartamentos, de unos cinco pisos de altura, rodea un pequeño parque. A su alrededor, un puñado de plazas de aparcamiento. Podría ser Alcorcón, Guadalajara o Pamplona, pero se trata de Polo Beyris, una pequeña urbanización situada a las afueras de Bayona. Lo que muchos de sus habitantes desconocen es que se encuentra construida encima del lugar donde entre 1939 y 1947 se encontraba uno de los campos de internamiento y concentración más peculiares de Francia, el único situado en el País Vasco. Un campo por el que pasaron, sucesivamente, refugiados de la Guerra Civil española, soldados franceses y prisioneros de guerra alemanes.
La historia del asentamiento, en el que llegaron a juntarse 8.600 personas, resume bien los cambios que experimentó Europa entre el principio y el final de la Segunda Guerra Mundial. Sobre todo, el interminable ciclo de agresión y venganza que enfrentó a unos con otros. La historia de este lugar ha sido glosada en un reciente trabajo del historiador John C. Guse publicado en el ‘Journal of Contemporary History’, centrándose en el pacto de silencio que unos y otros (franceses, alemanes, españoles) han mantenido sobre este oscuro episodio de la historia europea. Lo recuerda un artículo publicado en ‘Gara’: “La gran mayoría de la sociedad vasca desconoce la existencia del campo de prisioneros de Beyris”.
Ni los refugiados españoles ni los soldados de las colonias ni los prisioneros alemanes tenían muchas ganas de publicar testimonios de su cautiverio
La información de la que se dispone es escasa, y de ahí que hace unos años se fundase el Colectivo por la Memoria del Campo de Beyris con el objetivo de recoger toda la documentación posible sobre aquel campo transitado, sobre todo, por mujeres y niños. Como recuerda Guse en la nueva investigación , es sorprendente que un campo que se sitúa en pleno centro urbano haya caído en el olvido. Muy probablemente, las autoridades franceses y alemanas prefirieron dejar atrás los años oscuros de la ocupación y hacer borrón y cuenta nueva. “Por muchas razones, ni los refugiados españoles ni los soldados coloniales ni los prisioneros de guerra alemanes tenían muchas ganas de publicar testimonios de su cautiverio”, recuerda.
De la guerra a los barracones
Los españoles fueron los primeros habitantes de Polo Beyris. En concreto, los refugiados que huían de la guerra al otro lado de los Pirineos. Uno de ellos fue el dramaturgo Álvaro de Orriols, el célebre por obras de corte político como ‘Rosas de sangre’, ‘España en pie’ o ‘Retaguardia’, que recogió en ‘Hogueras del pertus. Diario de la evacuación de Cataluña’ su paso por Beyris. “El hambre de libertad, de trabajo, de lucha, los sueños de gloria, ¡las quimeras poéticas! Todas ellas se chocaron con la dura realidad del refugio en Beyris”, escribía. La mayoría de refugiados provenían del País Vasco español, Asturias y Cataluña.
Hasta 1939, Beyris había sido, paradójicamente, un campo de polo situado en la elegante costa vasca. Por él pasearon su ‘glamour’ figuras como Coco Chanel. Sin embargo, la guerra civil hizo que cayese en el ostracismo. El 6 de febrero de 1939, el alcalde de Bayona abrió el campo para dar cabida a parte del medio millón de refugiados españoles que provenían de Francia. Llegó a haber 598 españoles en el campo: 43 ancianos, 240 mujeres, 278 niños y 37 soldados republicanos heridos. Llegaron exhaustos al otro lado de la frontera, y tuvieron que enfrentarse a unas condiciones precarias. Se trataba de apenas “cinco hilas de edificios sin calefacción, rodeados por vallas o alambres de espino, custodiados por gendarmes franceses”. “Los refugiados se mantenían en condiciones excesivamente primitivas, la mayoría en establos”, recuerda el historiador. No había muebles y dormían en el suelo, con el único apoyo de una sábana.
Durante la estancia española en el campo, 21 personas murieron, 19 de ellos, niños. La llegada de “rojos” nunca fue vista con buenos ojos por Jean Yvarnégaray, representante de la región en la Asamblea Nacional, furibundo anticomunista. Tanto era así que la mayoría de refugiados en Francia terminaron en el campo de Gurs, al sureste, en la región de Béarn. Sin embargo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial hizo que el campo se vaciase rápidamente. Pablo Biel Maro tenía 12 años por aquel entonces, y recuerda “niños llorando, madres gritando a las que tiraban del pelo cuando las metían en los vagones hacia la frontera”. La mayoría fueron repatriados a España, pero muchos hombres fueron captados para trabajar en el campo. Eran una mano de obra necesaria cuando los varones franceses partiesen al frente.
Llegan los alemanes
El 27 de junio de 1940, las tropas alemanas entraron en Bayona y se hicieron con Beyris, al que dieron el nombre de “Frontstalag 222” (un nombre que en 1944 se cambiaría por “Dulag 222”). Como la mayoría de campos abiertos en la Francia ocupada, servía como prisión a las tropas coloniales francesas (la mayoría de ellos, africanos), que no querían retener en Alemania por la racista pero previsible idea de que eran un peligroso foco de infecciones. Fue el momento en el que el campo vivió su gran crecimiento, con una capacidad de casi 6.000 hombres. Muchos de ellos eran desviados rápidamente a otros campos satélite situados en los alrededores de Bayona.
Llegaron antiguos miembros de las SS. Se les trató particularmente mal en Polo Beyris: se les separó del resto, se les alimentó mal y se les quitó la ropa
Aunque llegó a haber 6.804 hombres, Beyris nunca fue utilizado como campo de exterminio, aunque la escasez de comida y las condiciones rudimentarias lo convertía en uno de los peores de Francia. Durante esta etapa llegaron a morir 150 personas, la mayoría de ellos de tuberculosis. Su margen de libertad era amplio; muchos de ellos llegaron a mantener relaciones sentimentales con los vecinos (o vecinas) de la zona. Fue finalmente liberado en agosto de 1944, pero apenas un mes después de reconvertiría en un campo de detención para colaboracionistas y enemigos de guerra alemanes. Iba a ser, llamativamente, una de las épocas más duras para los residentes en el campo.
En los días posteriores al fin de la guerra, el caos reinó hasta el punto de que muchos de los presos no conocían la razón exacta por la que habían sido detenidos. Muchos de ellos fueron apresados de forma ilegal, y los prisioneros llegaron a amenazar con hacer huelga de hambre. Fue entonces, ya bajo la administración militar francesa, cuando llegaron los presos alemanes, entre los que se encontraban antiguos miembros de las SS. Guse desvela que “se les trató particularmente mal en Polo Beyris: se les separó del resto, se les alimentó mal y se les quitaron los zapatos”. Cuando 468 soldados heridos llegaron a la estación de Bayona, muchos se acercaron a insultarles. Una instantánea muestra a dos prisioneros alemanes completamente desnutridos en uno de los campos satélites, el de Buglose.
La mentalidad francesa era que los alemanes y colaboracionistas debían reconstruir aquello que habían destruido. Una vez más, el mayor problema en el campo de concentración era la escasez de comida y ropa, que fue denunciada por la Cruz Roja. Las enfermedades comenzaron a proliferar: a finales de octubre de 1945 había 679 presos enfermos, casi la quinta parte del total. La mayoría padecían edemas y enteritis a causa del hambre. A finales de 1847, el campo cerraría sus puertas para siempre y Bayona comenzó a negociar con el Estado la rehabilitación de los barracones.
Tardaría, pero llegaría: un barrio residencial perfectamente normal en el que la violencia, el odio y las muertes eran tan solo un recuerdo que era preferible olvidar para siempre. Guse recuerda que el hecho de que no hubiese judíos prisioneros en el campo, que no formase parte del circuito del Holocausto o que Hannah Arendt no pasase por él (como sí ocurrió en Gurs) fueron factores decisivos para que cayese en un olvido del que nunca ha terminado de salir.
FUENTE: ELCONFIDENCIAL