ADOLFO FERNÁNDEZ AGUILAR

 

El mes pasado una amiga mía fue arrollada violentamente por una bicicleta cuando andaba por la acera. Acaba de salir del hospital donde ha estado internada cerca de un mes. Cuando escribo este artículo me entero de que otro amigo ha sido atropellado por un patinete. Hay que oírlos hablar, como a otros muchos ciudadanos, cuando narran abusos y tropelías protagonizadas por ciclistas urbanos y patinadores, motorizados o no, que sobresaltan a velocidades de vértigo y huyen después impunemente.

Esta anarquía debe acabar. Hoy, al ciudadano se le posterga en todo. Hasta se le ha privado de esa denominación tan hermosa que empleaba Aristóteles cuando decía que son los ciudadanos quienes hacen una ciudad y no los edificios; o cuando la palabra ciudadano estaba considerada como esencia suprema de los valores republicanos; e igualmente ocurrió con todo el corpus contenido en el humanismo. “Ciutadans de Catalunya” fueron las tres palabras mágicas que pronunció mi admirado amigo el President Tarradellas cuando regresó a España.

Hoy, la palabra ciudadanos ha quedado en desuso. Al ciudadano se le llama ahora peatón, cliente, viandante, votante, contribuyente, individuo, sujeto pasivo, infractor o gente, pero nunca ciudadano, que es el atributo más noble alcanzado por el ser humano. Las ciudades, pues, deben ser diseñadas para los ciudadanos, nunca para que los ciclistas urbanos y los patinadores, motorizados o no, impongan su anarquía y vértigo, violentando al ciudadano.

Así es que aquí estoy más beligerante que nunca como “murciano de dinamita” armado con su fusil que es la palabra, llamando a la sublevación cívica y pacífica de los ciudadanos de todas las ciudades del mundo contra el abuso y descontrol circulatorio de bicicletas y patines; para que sea abolido el privilegio que se han autoatribuido de circular impunemente por los espacios peatonales reservados solamente para los ciudadanos, como aceras, calles sin tráfico en el centro histórico, plazas donde juegan niños o descansan personas mayores o impedidas, causándoles molestias o poniendo en peligro su propia integridad física.

¿Qué ocurre en la práctica?. ¿Dónde están los Ordenanzas y sus policías municipales?. ¿En qué fundamentan los Ayuntamientos su permisividad y dejación?. ¿Y los miles de concejales que dicen, que hacen, desde su dedicación exclusiva retribuida? Como ven ustedes, el actual desastre español no solo es culpa de Puigdemont y el populismo.

Existen otros desastres, que acumulados uno a otro, han creado una imagen real, decadente y retrógrada de España,  vestida con un traje de falso e hipócrita progresismo. ¿Es acaso progreso la abolición de los derechos ciudadanos en beneficio de ciclistas y patinadores que, sin reglas, ni justificación alguna le privan del derecho a andar pacíficamente por los pocos espacios que quedan en las ciudades?

Se habilitan carriles bici que nunca utilizan los ciclistas porque les es más cómodo diseñar otros itinerarios caprichosamente; o cuando van por el carril lo convierten en un velódromo de alta velocidad; pedalean en grupo con otros; usan auriculares y teléfonos móviles; llevan el manillar con una sola mano; circulan sin chaleco reflectante y haciendo adelantamientos en zigzag, sorteando a los peatones. ¿Han visto ahí alguna vez a un guardia municipal, corrigiendo y sancionando todo esto que yo veo diariamente? Nunca. Van paseando en pareja, de dos en dos, como si eso no fuera con ellos. 

Existe una sentencia del Tribunal Supremo señalando que las aceras solo están reservadas a los ciudadanos, y en consecuencia, allí donde no exista un carril bici, los ciclistas deberán ir andando como los demás. Llevo muchos días estudiando el código de Tráfico y Seguridad Vial, como Resoluciones, Decretos y Reglamentos para redactar este artículo. Todas sus disposiciones se vuelcan con el motor, circulación, sanciones y procedimientos, pero nunca aparece algo definitorio relacionado con cuanto estoy denunciando sobre los derechos de los más débiles, que son los ciudadanos de a pie, y cómo protegerlos cuando andan por las ciudades.

Me digo entonces. Veamos las Ordenanzas Municipales, por si solo fuera competencia municipal. Y aquí, ya me rindo. Al día de hoy existen en España 8124 Ayuntamientos, 50 provincias y 17 Comunidades Autónomas. De tal forma que si el problema creado por ciclistas y patinadores urbanos solo es competencia municipal, habrá, si es que hay, 8124 ordenanzas distintas. ¿Lo ven? Esta es la España de Babel de hoy. Está claro. Toda la abundancia  legislativa y competencias, solo son de aplicación para regular la convivencia de los vehículos de motor y la bicicleta. El ciudadano, también llamado peatón, les importa poco. 

No olvidemos que ciudad y ciudadanos son lo mismo, ni que la democracia nació en la ciudad. Esta debe concebirse como el ágora griego, que fue el primer espacio público creado para la convivencia, el comercio y la cultura. Preservar el uso indiscriminado de bicicletas y patines ahí, violenta a quienes no los llevan y es una agresión inadmisible convertida en abuso. Nada tengo contra la bicicleta y patines, y hago míos los pensamientos de Neruda, Picasso o Vittorio de Sica sobre la bicicleta, aunque si vivieran hoy, probablemente dirían lo mismo que yo ante esta perversión de valores.

¿Qué hacer entonces? ¿Nos quedamos quietos, mudos y vegetativos, frente al atropello de ciclistas y patinadores? De ningún modo. Aquí, en este artículo, dejo sembrada la semilla que empezó como alegato y termina como manifiesto a los ciudadanos llamándolos a la rebelión, y después vendrá el “Decálogo en defensa del ciudadano que anda”, en proceso de redacción. ¿Y quién acometerá semejante empeño?

Haría falta un verdadero líder ciudadano. En Murcia, mi ciudad amada, donde vivo y puede que un día muera al amanecer arrollado por bicicleta o patinete durante uno de mis paseos a horas tan tempranas, ocurrió un milagro. Joaquín Contreras lideró un movimiento ciudadano histórico que doblegó al poder razonadamente. Exigieron y consiguieron que el tren entrara soterrado a la ciudad. Ahora que le sobran tiempo y fuerzas, debiera acometer esta hermosa aventura ciudadana de altos vuelos. Sotérralos, Joaquín. Estamos contigo.