Astracanada: la segunda acepción del Diccionario de la Real Academia define el término como “acción o comportamientos públicos disparados o ridículos”.
Quim Torra, al que ayer zarandeó con muy buenos motivos Pedro Sánchez, ha nombrado un equipo de gobierno que, además de vulnerar la ley catalana de igualdad entre hombres y mujeres (11 consejeros y solo tres consejeras) incluye a dos presos preventivos y dos huidos de la Justicia. Dicen los epígonos separatistas de la ley que ellos se especializan en eludir que el Gobierno de Rajoy se la salta al impedir —de momento al menos— la publicación de sus designaciones en el Diario Oficial de la Generalitat de Cataluña.
Vayamos por partes. En primer lugar, el 155 está vigente y, en consecuencia, corresponde al Ejecutivo nacional autorizar o no los nombramientos de Torra. Y no debe hacerlo porque son ilegales. No lo son de forma directa, pero constituyen infracción del ordenamiento jurídico porque implican una “desviación de poder” (utilización de facultades para fines distintos a los queridos por leyes y reglamentos), suponen también un “fraude de ley”, porque es de sobra sabido que ninguno de esos cuatro designados está en condiciones de ejercer el cargo. Y, finalmente, esos nombramientos comportan un abuso de derecho en atención al ‘animus’ que subyace en el acto administrativo de Torra, que ha perpetrado una decisión discrecional, con aspectos reglados, que es un disparate subversivo, o, en términos coloquiales, una astracanada que Rajoy hace bien en impedir.
Torra no se ha privado de engalanar el fraude visitando en la prisión a los nombrados que han mostrado expresamente su deseo de acceder a los cargos. Era el trámite simbólico que le faltaba al vicario de Puigdemont: primero declarar que el que debería ser presidente es su mentor y no él; luego, convertir su toma de posesión en una ‘perfomance’ ridículamente legitimista; más tarde, declarar intangibles espacios físicos del Palacio de San Jaime, sede de la Generalitat, que él no hollará con la suela de su zapato guardando la ausencia de su verdadero titular, y, por fin, la paseata por las cárceles para visitar a los ‘mártires’ de la causa. Un guion que tendrá su continuidad. Ni Valle-Inclán mejora el género de su autoría con tantos perfiles grotescos como los que nos depara el comportamiento de Torra.
En Bilbao, los ‘burikides’ (miembros del Euskadi Buru Batzar, ejecutiva nacional del PNV) están al borde de un ataque de nervios. Puigdemont-Torra no solo se la ha jugado a Rajoy. También lo ha hecho a Ortuzar y Urkullu. Si se mantiene el 155 cuando los Presupuestos Generales del Estado deban aprobarse definitivamente (trámite del Senado incluido), el PNV no tiene salida. Si opta por los intereses (muchos millones de euros) y los respalda, deteriora sus principios. Y si opta por estos y los rechaza, destroza los intereses entre los que se encuentran millones de pensionistas a los que se les ha creado una expectativa imprevista. ¿Quién fue el ‘notas’ que aconsejó a los nacionalistas vascos meterse en camisa de once varas?
El PNV no ha tenido relaciones íntimas con el nacionalismo catalán nunca en la historia. El síndrome de solidaridad con el independentismo de Cataluña fueestético y oportunista para controlar a los radicales de Guipúzcoa (Egibar y los suyos) y contener a Otegi (y a Bildu y Sortu). El guion de la astracanada política pasa por Bilbao, que no está precisamente camino de Barcelona sino muy al norte y con dos comunidades autónomas de por medio.
Y para que no falte de nada en este país de hechos políticos grotescos, la pareja entrañable y familiar Iglesias-Montero, en un ejercicio de socialización de su responsabilidad, quiere hacer cómplices de su incongruencia a los inscritos de Podemos y somete su cargo a un escrutinio. Si les avalan de hoy al domingo, querrá decir que el chalé de Galapagar está muy bien comprado, muy bien financiado y es coherente con el discurso de la organización. Algún especialista en desfachateces intelectuales (astracanadas, diría yo) debería ampliar edición e incluir la de estos dos dirigentes traidores a su propia causa.
Jorge Wagensberg, recién fallecido, nos ha dejado un magnífico libro de reflexiones que se titula ‘Solo se puede tener fe en la duda’ (Tusquets Editores). Son aforismos de valor intelectual impagable. Ni Pablo ni Irene lo han leído, porque de haberlo hecho habrían reparado en eéste, que sería definitivo para aplicarlo a su vivienda en Galapagar: “La ética es la estética del comportamiento”. Si la adquisición de su vivienda carecía de estética en función de sus propios estándares, mucho más carece de ella echar sobre las espaldas de las bases de Podemos la responsabilidad de tranquilizar la inquieta conciencia de los adquirentes, Caja de Ingenieros mediante.
España no tiene quien escriba a la altura de la excentricidad de su política. La ciudadanía ya no sabe si reír, llorar (con Marta Sánchez) o desconectar, como dicen que han hecho los catalanes muy catalanes, esos que están de acuerdo con Torra y que nos ven como “bestias con forma humana”, “violentos” y “hienas”. Para que no falte de nada, los blanqueadores de esa mierda dialéctica dicen que el estilo de Torra responde a lo irónico, a lo hiperbólico y a lo simbólico. Como escribe Wagensberg, esos paniaguados han estudiado con rigor el “cuento de Caperucita Roja” y han descubierto que “la única víctima es el lobo feroz”. Necesitamos urgentemente a Valle-Inclán.