|| Vicente Serrano ||
El nacional-secesionismo ha iniciado un proceso qué pretende la balcanización de España, aparentemente una balcanización sin armas pero igual de efectiva, y con el objetivo de forzar la secesión de Cataluña como un hecho consumado. Sin embargo, ignora el nacional-secesionismo que su procés adónde nos arrastra es a una balcanización de Cataluña. Padece de ceguera política o bien de optimista voluntariedad, ya que soslaya la realidad sociológica de Cataluña.
El nacional-secesionismo controla las herramientas de todo el poder político debido a la dejadez del Estado –y, aquí, sí toca hablar de Estado, de Estado Español-. La conllevanza, en forma de dejadez y sin la contrapartida de la fidelidad, que los sucesivos gobiernos estatales han practicado respecto al catalanismo desde la Transición, ha permitido el control de todos los aparatos ideológicos del Estado por parte del nacionalismo. La sociedad catalana ha sido bombardeada por televisión, radio y escuela con toda una artillería ideológica apabullante.
El nacional-secesionismo ha controlado todo desde un principio; cualquier asociación de petanca, de padres, de sardanas o de sevillanas ha sido infiltrada por elementos subvencionados y debidamente aleccionados. Vender libros el Día del Libro en una mesa en Nou Barris suponía que hasta la gente más revolucionaria entendían que había que hacerlo con la bandera catalana, ondeando cómo faldón de la mesa, dispuestos incluso a olvidar sus propias señas de identidad ideológica.
En el proyecto nacional-secesionista el charnego debía aceptar la subalternidad de su pertenencia a la comunidad. Debía aceptar que su ciudadanía era de segunda, que estaba afectada de una hipoteca para con sus receptores, acogedores, explotadores… El éxito de la asimilación o mejor dicho de la aculturización de los nouvinguts (inmigrantes) es aparentemente total cuando oyes a uno de reciente incorporación que afirma que “es lógico que en la escuela solo se enseñe en catalán porque estamos en Cataluña”.
Si Goebbels levantara la cabeza se sentiría satisfecho de su máxima de que “una mentira miles de veces repetidas se convierte en verdad”. Algunos parecen recién descubrir que existe algo que se llama fake news. La manipulación de la opinión pública es algo que practicaron los nazis con gran eficacia y lleva años perfeccionando el amigo americano, el sionismo y el nacionalismo… Que se lleven las manos a la cabeza por la entrada en el juego de Rusia causa estupor por la hipocresía de su afectación.
El pacto no escrito y el complejo de la izquierda
La actual ley electoral española es copia directa del decreto 20/1977, previo a la Constitución del 78. Un sistema que consolida un bipartidismo imperfecto siempre necesitado de los votos nacionalistas, también beneficiados, frente al castigo que sufren los partidos medianos y la exclusión de los pequeños. La aparición, en las dos ultimas elecciones generales, de dos partidos con pretensiones de sorpasso y sustitución nos da la apariencia de un cuatripartito; pero lo cierto es que los dos partidos que hasta la fecha se han beneficiado del bipartidismo del sistema (PP y PSOE) siguen beneficiándose y los dos nuevos (C’s y P’s), aunque de tamaño superior a los clásicos perjudicados (IU y UPyD), siguen siendo perjudicados en sus resultados –aunque en menor medida, dado su tamaño– y los nacionalistas, como siempre, indemnes. Ver gráfico.
Este sistema electoral consolida un pacto no escrito por el cual PP y PSOE se turnan en el gobierno de España y los nacionalistas se aseguran mandar en sus autonomías. En ese pacto se incluía la continua cesión de competencias y el “dejar hacer” ante abusos del nacionalismo dentro de sus territorios y respecto a todos los españoles. No solo lingüísticas, también discriminaciones sociales y políticas, incluyendo un largísimo proceso de “construcción nacional” (más de 30 años).
La fidelidad constitucional no estaba incluida en ese pacto. Prueba de ello son las leyes de desconexión de septiembre de 2017 que pretendían romper la legalidad constitucional y la solidaridad y soberanía del pueblo español.
La extraña mezcla de complejo de culpa impropia de la izquierda ante el nacionalismo –incomprensible a la luz de la Historia–, la confusión equiparadora entre España y franquismo, unido a un dogmatismo proveniente de una mala lectura de los textos leninistas sobre el derecho de autodeterminación, han conducido a la izquierda a una desnaturalización de sus principios de igualdad y fraternidad.
La izquierda en Cataluña siempre ha estado dirigida por hijos de la burguesía nacionalista lo que ha alimentado la hoguera del procés. La asociación de lucha social y nacional ha perjudicado gravemente a la primera y el meme de que la independencia de Cataluña arrastraría, cual fichas de dominó, hacia un cambio republicano en toda España ha desarmado no solo a las izquierdas catalanas, sino también a las del resto de España, siendo su valedor más destacado Podemos y sus confluencias. La inconsistencia de esa “teoría” es total a tenor de quienes hegemonizan el procés. Podríamos decir que esa “teoría” más que una utopía es una distopía social propia de mentes calenturientas, perdidas en los “significantes vacíos” del neoperonismo de Ernesto Laclau.
Un enfrentamiento de imprevisibles consecuencias
La posible secesión de Cataluña conduciría hacia una balcanización en la misma Cataluña y a un enfrentamiento de imprevisibles consecuencias dentro de Cataluña. No existe una Cataluña homogénea en torno al procés, al contrario. El procés ha roto las compuertas que mantenían adormilados sentimientos cosmopolitas, lejos de identidades excluyentes. El sentimiento de españolidad se aleja del supremacismo nacional-catalanista y se abraza a un patriotismo constitucional abierto y plural, que ya no tiene que ver con el franquismo y que supera el complejo de la izquierda antifranquista y antiespañolista.
Pero hay que estar vigilantes ya que al secesionismo le interesa generar un enfrentamiento identitario: catalanismo versus españolismo. Es en la guerra de identidades donde se hacen fuertes y con ello pretenden seducir a gentes, que sin ser catalanistas, se sienten antifranquistas. No son ajenos a este interés formaciones de la ultraderecha españolista (Falange, VOX, etc.), siempre dispuestos a ocupar y hegemonizar las manifestaciones críticas con el nacional-catalanismo. Son dos nacionalismos que se retroalimentan.
Guerra de símbolos y ausencia del Estado
La pretensión de ocupar todo el espacio público con el amarillo secesionista se ha encontrado con un Estado debilitado y ausente en Cataluña. Ello es fruto de una dejadez continua desde los años 80 en los que los sucesivos gobiernos del PP y PSOE, se han apartado displicentemente ante todo ataque del nacional-catalanismo a las libertades y a la Constitución.
Es más, la dejación de funciones ha sido resultado de un cambio de cromos en los que los nacionalistas se quedaban siempre los mejores. Que la derecha, el PP, lo hiciera tiene que ver con una manera de entender la sociedad: cada uno a su negocio. Pero que lo hiciera el PSOE podemos considerarlo una traición de clase, una traición a su base electoral; cosa que le ha pasado factura y aun no se ha enterado. No se salva de responsabilidad IU, ICV, EUiA, ahora diluidos en Unidos Podemos o Catalunya en Comú, avezados defensores de un supuesto “derecho a decidir”, antes “catalanismo popular”, que ha condenado siempre a las clases trabajadoras de Cataluña a la subsidiariedad, a ser ciudadanos de segunda.
El Estado es débil en Cataluña. Es débil porque sus instituciones de base, los ayuntamientos, están tomados por el nacional-secesionismo con la colaboración de la izquierda oficial: PSC y Catalunya en Comú. Los que tendrían que defender la neutralidad del espacio público amparan a los totalitarios (salvo honrosas excepciones). Y la autonomía (Generalitat y Parlament) en manos del secesionismo, merced a una ley electoral que también beneficia a los dos grandes partidos, es la gran gestora de la ruptura de la legalidad, de la soberanía, de la infidelidad constitucional, del proceso de secesión ilegal –por definición toda secesión es ilegal e ilegítima–.
El gobierno de España y su parlamento que deberían ser garantes de la igualdad y de que ese espacio público se respetase, antes con el PP y ahora con el PSOE, no encuentra su punto de autoridad para intervenir, tras tantos años de dejadez y ausencia.
España. Un Estado fuerte, una nación plural
Siempre he dicho que Cataluña es más plural en sí que España. Si aceptáramos que España es plurinacional deberíamos aceptar que Cataluña también lo es. Por eso, es más segura la balcanización de Cataluña que la de España. La tensión que pretende el nacional-secesionismo puede derivar en enfrentamientos civiles. Forzar su independencia asegura una ruptura territorial interna.
Las cartas ya están sobre la mesa. Lo que apareció como una broma es una alternativa en caso de conflicto: Tabarnia. Ahora parece un chiste pero mañana puede ser una realidad. Se habla mucho de Quebec como reclamo catalanista, pero no olviden que la ley de claridad canadiense aseguraría en Cataluña que los municipios donde ganara el no, se quedarían en España. Si es que hubiere, que no lo habrá, un referéndum legal.
Ya no es posible volver a las posiciones previas al inicio del procés, donde la hegemonía no se le discutía a un nacionalismo extractivo, donde se aceptaba el predominio social, económico y educacional de lo catalán, siendo el catalán la lengua de prestigio y dominación. Donde los afectos al régimen gozaban de privilegios y se hacían ricos a la sombra de una Administración corrupta, donde se ha generado una nueva clase o parroquia de funcionarios, cargos “digitales” y contratistas mamando de la teta de la Administración autonómica y municipal.
Ya no es posible volver porque los excluidos hemos tomado conciencia de que somos mayoría, de que la mayoría nacionalista es un pufo, es mentira. Y queremos otra Cataluña: bilingüe, abierta, plural, social, solidaria, fraternal, libre… donde no importe ni el idioma que hablas ni tu sentimiento de pertenencia, donde la igualdad sea la máxima.
Para esa Cataluña se precisa una nueva izquierda
Una izquierda sin complejos, una izquierda no nacionalista. Es preciso reformar cosas en España: La Constitución y el Estatut de Cataluña. Una ley electoral que nos iguale, donde el valor de nuestro voto sea igual, votes donde votes. Donde nuestros hijos aprendan en la lengua familiar y si hay otra en nuestra comunidad también, de forma aditiva, en positivo… Una España donde la propiedad esté al servicio del bien común –lo dice la Constitución, sí, la del 78–, donde trabajo, sanidad, vivienda sean derechos reales no virtuales. Donde España sea un Estado Integral como decía la Constitución de la Segunda República y nos olvidemos de “derechos a decidir” y “nación de naciones” y demás banalidades. Que cuando hablemos de federalismo no lo confundan con confederalismo o asimetrías. Donde incluso nos atrevemos a plantear la devolución de algunas competencias a la Administración Central del Estado, por ejemplo: Sanidad y Educación, sin que ello impida una gestión compartida con Autonomías y Municipios.