Alguna vez veremos estos días y nos los tomaremos a chufla… si es que antes no nos ha intoxicado el dióxido de carbono, o la adrenalina, o el shock anafiláctico de ver a Otegi de ministro del Interior. La cosa, chiqui, es que parece que no pasa nada y se han corrido los marcos mentales y la gente no sale a la calle si no es para colgarse un lazo o correr de morado con un carrito para salvar el mundo. Los jubilatas del carbón y el acero ya no tienen ni plata ni carbón para combustionar el chubesqui, y están todos callados en León o en Bilbao y en esas cuencas que un día fueron mineras.
Hoy hay que hacer la balada navideña a una España a la que le prohíben chupar la cabeza de una gamba, montar belenes, hablar español o soltar un piropo biodegradable. Cuando el futuro de España lo dirimen Rufián y Lastra, quedan pocas razones para levantarse y salir a buscar novia formal y a comerse el mundo. En todo este charco me cuentan que Alfred, el triunfito indepe, ha sacado un poemario que viene a decir en gramática parda toda esa necesidad expresiva que tienen estos inanes intelectuales a los que, como a mí, les hace falta una buena mili.
Lo peor, chiqui, es María Jesús Montero con esa suficiencia con la que acostumbra. Pasa que Montero, con cuatro frescas, ha venido a reverdecer la suficiencia dialéctica y verdulera con la que Celia Villalobos nos curó una gripe hará ya unos años. Montero es el populismo fiscal, la posverdad que se corrige a sí misma y ese tonito como de Los Morancos con el que nos chulea a los contribuyentes y castiga a una Andalucía que ya no es la suya.
Ahora es la hora de releer La faz de España, de Gerald Brenan que sacan Alfredo Taján y Renacimiento y que leeremos los de siempre. Ese Brenan que nos fotografió a los españoles sin esos apriorismos de Gibson con su Barraca y con su chiringuito a cuenta de los huesos de Federico y las cunetas en las carreteras patrias.
Está España hoy como para que venga el Dioni y la atraque. Y con esos mimbres ya nos ponemos en una semana de Navidad en la que cada español tendrá un poco de Franco en su mesa. La cena de empresa es un tigre de África, un Pedralbes con pascuero, y sólo nos queda llorar sin lágrimas en esta balada de pascueros, chiqui.