Lo que queda de Aznar es la distorsión de su imagen por la intransigencia política, el retrato deforme de un tipo resentido, que desarrolla más abdominales que neuronas. Esconden su gestión como presidente; ocultan que se fue porque quiso, después de reducir el paro a la mitad y gobernar desde la moderación y la eficacia. Es menos conservador que Rajoy, menos radical de derechas que Pablo Casado, no erradicó -como prometía- la mangancia en la política y cometió errores. Trató en el hotel Majestic a Pujol como si hubiera sido Cambó y se le fue la olla en el rancho de Texas, cuando habló como un pendejo, como si se hubiera cocido con el tequila.

Yo le acompañé en la campaña electoral. Leía a Cernuda, visitó a Alberti en el Puerto de Santa María, citaba a Azaña, organizó -ya siendo presidente- recitales en La Moncloa con los poetas de la experiencia. Es verdad que puso las bielas en la mesa de la Cumbre de las Azores; luego lo han pregonado por las calles y nadie sabe ya que no envió soldados a combatir a la guerra de Irak, sino como apoyo bajo la bandera de la ONU. Tampoco mandó aviones que lanzaran bombas, como hicieron en Kosovo los cazas españoles.

Así como a Nerón lo acribillaron con versos satíricos y grafitis injuriosos en las paredes de Roma y de Pompeya y no está claro que incendiara la ciudad eterna, a Aznar lo han retratado como a un criminal de guerra, aunque no enviara sorches al desierto. Él ha colaborado en su propia demolición con su estilo borde, después de sus 200 flexiones diarias. El ex presidente, cuando habla y escribe, prueba su capacidad política. Avisó de que su partido estaba a punto de ser desahuciado y necesitaba una refundación. Acertó. A Rajoy le levantaron el Gobierno en una sobremesa y ahora vive en Moncloa un presidente que gobierna como si en vez de tener 84 diputados tuviera 200 y ha puesto al Partido Socialista, que estaba hundido, en posición de ganar.

En la presentación de su nuevo libro –El futuro es hoy-, en el Teatro Zorrilla de Valladolid, organizado por El Norte de Castilla, ha declarado que España atraviesa por el momento más difícil de los últimos años y ha llamado a desarticular el «golpe de Estado» que se da todos los días en Cataluña.

Aquello que no es bueno para la colmena no puede ser bueno para las abejas, decían los patriotas romanos. El acobardamiento de los constitucionalistas se acerca a la traición. También ha dicho que si ante la crisis nacional el centroderecha tiene tres sillas, hay dos soluciones: o darse sillazos o reorganizarse. A Aznar, como a Valls, le gusta mucho Ciudadanos, pero no creo que sea buena idea resucitar la CEDA.

 
 

FUENTE: ELMUNDO