El magnate Peter Chadwick estranguló a su mujer y arrojó el cadáver a un contenedor de basura. Fue detenido, pagó un millón de dólares de fianza y se esfumó. Casi un lustro después, la policía lo daba por perdido. Su fortuna, que dejaba en ridículo los 100.000 dólares de la recompensa, lo convertía en el fugitivo perfecto. Podía estar en el condado de al lado, podía estar en Tombuctú. Durante años, formó parte de la lista de los 15 hombres más buscados de EEUU. Hasta el 4 de agosto, cuando su nombre fue eliminado.

Había sido detenido en México, y la prensa estadounidense atribuye su localización al éxito de un podcast publicado por la policía local de Newport Beach el pasado otoño. “Nadie puede evitar eternamente que le encuentren”, afirmaba el último capítulo. La moraleja parecía clara. En un mundo hiperconectado, en el que una fotografía se viraliza en cuestión de segundos y dejamos nuestro rastro sin saberlo a través de dispositivos electrónicos, desaparecer por completo es imposible.

“Cualquiera puede ser objeto de una desaparición”, explica Iriondo. Adolescentes, ancianos o víctimas de violencia de género son perfiles comunes

¿Cómo es posible, entonces, que según el Informe Personas Desaparecidas España 2019, cada año se denuncian en nuestro país entre 20.000 y 30.000 desapariciones? La mayoría reaparecen pronto. Sin embargo, aún hay 12.330 activas, 12.330 casos no resueltos. Como recuerda a este medio Paco Lobatón, el célebre presentador y presidente de la Fundación QSD Global, las previsiones ya superan los 13.000. El número aumentará a medida que se incorporen nuevos datos.

Una cifra ambigua donde se engloban todos los «desaparecidos sin causa aparente». Muchos de ellos, recuerda Lobatón, son menores no acompañados, a menudo, de origen marroquí. También ancianos con enfermedades cognitivas. Icíar Iriondo, directora del Despacho de Criminología y Derecho Penal DACRIM, añade que «cualquiera puede ser objeto de una desaparición». Muchos de los casos en los que ha trabajado son mujeres de entre 40 y 45 años, posibles víctimas de violencia de género, aunque matiza que hay más hombres desaparecidos que mujeres. El plazo crítico se encuentra en un año. Más allá, es muy difícil encontrar a alguien.

 

Sara Morales sigue desaparecida 13 años después.
Sara Morales sigue desaparecida 13 años después.

 
Todos están de acuerdo en que desaparecer es difícil pero, sobre el papel, posible. La nota discordante es la de Ángel Galán, autor de ‘Introducción a la Investigación y Desaparecidos’, Comisario Honorario de la Policía, donde sirvió durante más de 40 años, y presidente del IPIC (Instituto de Probática Criminal), que es tajante: «No es posible en la actualidad que alguien desaparezca, casi siempre sabes lo que ha pasado”. Y añade: «De todos los casos en los que he participado, en solo uno no sé qué es lo que ocurrió, el de Sara Morales«.

La niña desapareció el 30 de julio de 2006 tras salir de su casa de Las Palmas de Gran Canaria, camino hacia el centro comercial la Ballena. Nadie supo más. «Es el único caso en el que podría decir que existen los ovnis, porque no fuimos capaces de encontrar a nadie que la hubiese visto tras salir de casa”, recuerda. «Podría aparecer mañana, pero no hay nada de nada». Se trata de una excepción. Si hay 20.000 desapariciones al año, recuerda, aparecen unas 19.800, «entre el 98 y el 99%». Si no hay noticia de ellos en cierto tiempo, recuerda, es casi imposible que reaparezcan vivos.

El derecho a una nueva vida

No hay que confundir las desapariciones voluntarias –que, como todos coinciden, son minoría– con las involuntarias. El detective Rafael Guerrero ha investigado un gran número de los primeros casos, que le han servido de inspiración para su último libro, ‘Yo detective‘, en el que cuenta la historia de un joven enamorado que viaja a la India y desaparece. «Un caso bonito con un supuesto crimen de honor», recuerda. La de los desaparecidos es para su agencia «una línea de trabajo importante. Hay muchísima gente, más de la que pensamos».

En ‘Quién sabe dónde’ existía la lista R, en la que se apuntaban los nombres de todos aquellos que no querían ser encontrados

«Desaparecer es posible, pero depende de tu forma de vida», recuerda. Aún hay países donde uno puede cambiarse el apellido, pero hay que realizar otros cuantos sacrificios. Nada de redes sociales, por supuesto. A ser posible, alguna operación de cirugía estética. Uno tiene que vivir casi como un eremita. Si alguien está planeando desaparecer, lo mejor que puede hacer no es tanto esfumarse como seguir dando señales de vida, pero en otro lugar. Es decir, plantar pistas falsas que desvíen la investigación al lugar equivocado.

«Pero encontrar a la gente se la encuentra: a Bin Laden se lo encontró». El límite que marca la diferencia entre el fugado y el hallado se encuentra, según Guerrero, en una cuestión presupuestaria. El porcentaje de casos no resueltos (alrededor de un 25%) suelen toparse con un callejón sin salida económico. Si te buscan, te terminan encontrando; la clave es cuánto quieres gastarte. Las investigaciones de Guerrero en busca de familiares desaparecidos, deudores o herederos le han llevado a Argentina o Uruguay (destinos habituales para rehacer tu vida lejos y abrir un negocio), Francia o Alemania o incluso Bangladés.

También en el sentido contrario. El detective se ha encontrado a menudo con clientes extranjeros que le encargaban encontrar a un deudor en España, a quien hallaba en la Costa del Sol, Levante, las Islas Canarias o Baleares, donde habían abierto sus negocios. «Sobre todo deudores que han dejado sus préstamos sin pagar», añade. Quién sabe si el dueño del bar del restaurante donde está tomándose un espeto es, en realidad, un desaparecido.

Quién sabe cuándo

Tan legítimo es el derecho de la familia a saber como el derecho a desaparecer, recuerda Lobatón, y a que cada cual rehaga su vida. El presentador desvela que, en ‘Quién sabe dónde’, programa que presentó entre 1992 y 1998, existía la Lista R, en la que figuraban todos aquellos que no querían ser encontrados. «Las anotaciones fueron mínimas», matiza. «Entre un 5 o un 10 por mil como mucho. En antena llegamos a tratar unos 1.500 casos, y puedo contar con los dedos de la mano los nombres incluidos en la lista».

El desaparecido llamó a los dos días para decir que lo tenían secuestrado, pero cuando investigamos, resulta que estaba en Alemania con una amiga

Tantos casos dan para anécdotas curiosas. Como la de aquel tipo que, cuando vio que sus hermanos le buscaban para repartir una herencia, llamó al programa para pedir que fuesen a grabarle a Extremadura. Ante las cámaras, contó que se había unido a un circo y que le dejasen en paz, que estaba muy feliz. O el del emigrante gallego que había pasado 15 años sin dar señales de vida.

«Yo le pregunté, pero hombre, cómo puede haber estado ese tiempo sin mandar una cartita, hacer una llamada…», recuerda el presentador. «Y me dijo, un día por otro, un día por otro…» El del emigrante fracasado, que abandona su hogar para encontrar una nueva vida y lo que encuentra no es lo que esperaba, es un perfil relativamente común entre los desaparecidos voluntarios. Galán, por su parte, se encontró una vez con un caso en el que la víctima «llamó a los dos o tres días para decir que lo tenían secuestrado, y cuando investigamos, resulta que estaba en Alemania con una amiga».

Son excepciones curiosas en una realidad dramática. Para Lobatón la desaparición voluntaria, esos «hechos motivados por una situación insostenible para la persona» es «la excepción que confirma la regla contraria». Es decir, que no hay que dar nunca por hecho que una desaparición es voluntaria, pues de no serlo, se está perdiendo tiempo precioso. La importancia de la reacción inmediata es tal que «no vale la presunción de voluntariedad». Algo en lo que están cada vez más de acuerdo cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, detectives y políticos.

El vacío ante nuestros ojos

12.372 es la población aproximada de Moralzaral (Madrid), y una cifra cercana al número de casos abiertos en nuestro país. Más de la mitad, un 53% (6.534), son menores de edad, un porcentaje que aumentaría hasta el 79% (9.737) si se incluyese también a los que no habían cumplido 18 cuando desaparecieron. Los adolescentes son víctimas propicias para estas desapariciones marcadas por la ambigüedad; en ocasiones, son huidas voluntarias que derivan en accidentes o casos criminales. También los ancianos con enfermedades neurodegenerativas. «Desde 2010 se producen 30 al año, es espeluznante porque son más de 300 mayores desaparecidos a saber dónde», recuerda Lobatón.

Para reavivar una búsqueda años después, se recurre a nuevas entrevistas con testigos o la reconstrucción de las telecomunicaciones

El presentador publicó el año pasado ‘Te buscaré mientras viva‘, un homenaje a los que se quedan atrás y que recoge los testimonios de 14 familias como la de Yéremi Vargas, David Guerrero o Cristina Bergua. «Causa en las familias una incertidumbre que en el plano emocional se traduce en un sufrimiento constante que no deja espacio para el duelo». Por ello, ha reclamado desde su fundación el derecho a la búsqueda a lo largo del tiempo y el acompañamiento a las familias.

Para Galán, una de las dificultades en España es la ausencia de profesionalización y una descoordinación entre cuerpos que ha sido letal durante décadas. «Lo tiene que hacer un profesional y de eso no hay aquí», explica. No fue hasta que investigó su primer caso, el de Fernando Caldas en 2004, que se dio cuenta de que «nadie sabía cómo hacerlo». La creación del Centro Nacional de Desparecidos en 2018 fue una medida tímida: no cuenta con fondos propios y su objetivo ha sido, por ahora, estadístico.

 

Uno de los carteles que muestran a Ángeles Zurera, desaparecida el 2 de marzo de 2008. (Efe/Olga Labrador)
Uno de los carteles que muestran a Ángeles Zurera, desaparecida el 2 de marzo de 2008. (Efe/Olga Labrador)

 
Iciar Iriondo se dedica a perseguir indicios que permitan reabrir esos casos que parecen haber quedado congelados. Sus herramientas más habituales son las entrevistas a testigos («con el paso de los años se abren más y puede que cuenten algo que no habían desvelado por miedo o porque no querían verse implicados«), así como la reconstrucción de las telecomunicaciones, facilitada por las nuevas tecnologías. El problema, que la mayoría de esa información probablemente se haya perdido si no se actuó con rapidez. Iriondo también reivindica que se considere toda desaparición voluntaria como de alto riesgo. No como ahora, que la distinción provoca una tardanza decisiva.

Otra dificultad es la resistencia por parte del juzgado a reabrir casos, incluso aunque haya nuevos indicios. «Suelen valorar que ha pasado mucho tiempo”, lamenta Iriondo. Las nuevas declaraciones no se aceptan, por lo que necesitan aportar más información. Es un trabajo de hormiguitas, y en la cartera de DACRIM se encuentran colaboraciones en investigaciones como las de Ángeles Zurera, Pilar Vázquez, Diana Quer y Patricia Aguilar. «Hay casos ya muy complicados, en los que lo que busca la familia, más que encontrarlos, es conocer la verdad y que se les informe sobre qué se hizo y qué no, que no sientan que se les ha tomado el pelo».

La promesa de creación de coordinadores provinciales, que sería un gran paso adelante, no parece que vaya a concretarse pronto

Aunque en los últimos años se ha avanzado mucho, aún falta mucho por hacer, especialmente en cuestión de prevención y seguimiento. Lobatón recuerda que obtuvo el compromiso de Ana Botella Gómez, Secretaria de Estado de Seguridad, para la creación de coordinadores provinciales, ya que una de las dificultades es unificar la información de los distintos cuerpos y fuerzas de seguridad. «Después de seis meses, no hay confirmación de que vaya a ocurrir», lamenta. También queda pendiente la creación del Estatuto de la Persona Desaparecida, que ampare los derechos de víctimas y familiares.

Mientras tanto, muchas familias esperan alguna especie de clausura, aunque sea la confirmación de la muerte de sus seres queridos. «Esos 12.000, ¿dónde están?», se pregunta una vez más Ángel Galán, que no está de acuerdo en el lema «mientras no existe la evidencia de muerte, existe esperanza de vida» de Lobatón. «No hay que dar falsas esperanzas. Es un problema donde no se ha querido meter nadie. Yo ya dije que Diana Quer estaba muerta, que lo que había que hacer era encontrar el cadáver. Lo que hay en España son 12.000 cuerpos que no se han encontrado».

 

 

FUENTE: ELCONFIDENCIAL