Cuando Edmundo Bal compareció ante los periodistas la noche electoral, sin que Inés Arrimadas lo acompañara, una vez confirmada la aplastante derrota, no pudo evitar que se notara la sensación de injusticia que flotaba en el ambiente en la cúpula de Ciudadanos. Y de cierta incomprensión. “Estamos ante un mal resultado, que no es un mal resultado para Ciudadanos. Es un mal resultado para los madrileños y para los españoles”, dijo el candidato. Allá por 2015, cuando UPyD agonizaba, Rosa Díez dijo que el error había sido “crear un partido para Dinamarca, pero en España”. Algo así como que eran demasiado buenos para este país. El fantasma de la maldición de los partidos de centro en España ha vuelto a aparecer con Ciudadanos en fase crítica tras perder toda su representación en Madrid. La líder y su equipo se conjuran, en una lucha contra los elementos, para tratar de “relanzar el centro liberal” a partir de las cenizas de Madrid.

La primera decisión de Inés Arrimadas es tirar hacia delante, cueste lo que cueste, contra quienes quieren darles por muertos. En su entorno afirman que su obligación es aguantar, como mínimo, hasta 2023, cuando finaliza el mandato de las urnas en la mayoría de las comunidades autónomas y los ayuntamientos y en principio deberían celebrarse las próximas elecciones generales, si no se adelantan. Como ventaja, esta vez, y a diferencia de la crisis provocada por la fallida moción de censura en Murcia, Arrimadas cuenta con el respaldo de la dirección.

Nadie en el núcleo ha cuestionado el trabajo en la campaña madrileña ni del candidato, ni tampoco el liderazgo de Arrimadas. La ejecutiva permanente cerró filas en una reunión celebrada la misma noche electoral, el pasado martes, cuando se confirmó el descalabro. A la salida, algunos dirigentes se mostraban esperanzados porque, a pesar del fiasco, creían haber logrado “dar con las teclas” en la campaña para intentar que el proyecto pueda reconectar con la sociedad. Otros confiaban en que ese 3,5% de voto que arrojaron las urnas en Madrid sean “los cimientos sólidos para el nuevo inicio del partido”.

Inés Arrimadas aspira a hacer borrón y cuenta nueva. Quiere comenzar de nuevo. Su plan, que ella misma desveló a su núcleo en una reunión el pasado miércoles, tiene tres patas: reforzar la dirección con nuevas incorporaciones —Edmundo Bal y Daniel Pérez han sido ascendidos a vicesecretarios generales—, iniciar un proceso de escucha a la militancia con una gira por todo el país, y un rearme ideológico en una convención nacional que se celebrará en el mes de julio. “Ahora toca analizar. No caben las prisas y las inmediateces. Por fin tenemos un tiempo entre procesos electorales para hacer un análisis más profundo. Toca recorrer España, hay que escuchar muchas voces”, opina la vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís, uno de los tres cargos institucionales más importantes que conserva Ciudadanos. “Aunque no lo parezca, las elecciones en Madrid fueron un buen punto de partida. Nos reconectamos con las esencias”, defiende.

La líder ha evitado la autocrítica y las preguntas de los periodistas, que ni ella ni Bal han contestado tras el desplome en las urnas. Fuera de la ejecutiva permanente, algunos dirigentes han visto un cierre en falso. “A este paso, vamos a tener más vicesecretarios que concejales”, ironiza uno.

El problema más inmediato es atajar la sensación de descomposición interna que arroja la catarata de bajas que se ha activado tras el 4-M, y que en la dirección están convencidos que responde a una operación del PP. El viernes desertaron cinco nuevos dirigentes. En total, en solo dos meses, una veintena de cargos de primera línea, entre diputados nacionales y autonómicos, ha abandonado el partido. La mayoría, para ir al PP.

El equipo de la líder tiene como primer objetivo cortar las fugas de agua. “Es como cuando tienes una inundación en casa, lo primero que haces es cerrar las llaves de paso; luego ya pensaremos en cómo arreglamos el suelo”, ejemplifica un miembro del núcleo duro. Las finanzas, otra patata caliente, no serán un problema inmediato, aseguran fuentes de la dirección, aunque habrá que hacer ajustes. El partido no tiene en estos momentos deuda y cuenta con un remanente de unos 10 millones de euros que le permite mantener la sede de la calle Alcalá de Madrid, que es de alquiler y se quiere preservar a toda costa como símbolo. Ahora bien, sí van a caer sedes en el resto del país. Además, habrá un “redimensionamiento de plantillas”.

Hasta ahí, las decisiones en el corto plazo para tratar de detener la crisis. En el medio, se va abriendo paso una corriente de opinión en favor de estudiar un acuerdo general con el PP, según distintas fuentes consultadas de la cúpula. El vicepresidente de Castilla y León, Francisco Igea, lo ha planteado abiertamente, lo que ha molestado a otros que ven la idea con buenos ojos, pero creen que no es el momento de plantearla. Igea defiende su apuesta por “una convergencia programática con el PP” para evitar “una fuga de señores que buscan un cargo, porque eso no ilusiona a los españoles”. “Los partidos son instrumentos. Si esto acaba en una coalición, en una fusión, o en cualquier otro tipo de acuerdo, no es tan importante como el qué queremos hacer”, argumenta.

La novedad es que en el equipo de la líder también hay voces que creen que cerrarse en banda a esta opción “es una temeridad”. “A una absorción nos vamos a resistir como gato panza arriba. Pero si fuera necesario por el interés general, no se puede descartar ir juntos al menos en determinadas provincias”, dicen estas fuentes. Todos los escenarios están abiertos. Ciudadanos lucha para evitar el camino a ninguna parte en el que acabaron todos los proyectos centristas en España.

 
 

FUENTE: ELPAIS