Y cuando el tiempo se había agotado y todo estaba perdido, el portero subió al área rival para intentar rematar el córner…
La primera vez que me sorprendió Inés Arrimadas fue en una réplica a Artur Masen el Parlamento catalán. La líder de Ciudadanos había armado un buen discurso, pero la respuesta del entonces presidente de la Generalitat fue demoledora.
Mas dominaba la escena. El Salón de Sesiones intimida. El mármol, las maderas nobles, las cortinas rojas… pero sobre todo, la proximidad física. Las distancias son muy pequeñas, mucho más de lo que dan a entender las imágenes. Cuando hay tensión, como la había aquel día, la sensación llega a ser asfixiante allí dentro.
A Artur Mas se le veía eufórico, con la suficiencia de quien se sabe haciendo historia. Por fin había una mayoría separatista en el Parlament y él estaba al frente.
Así que sus palabras sonaron a ‘qué viene usted a decirme a mí, niñita charnega, que llevo tres décadas en política y cuando usted estaba aprendiendo a leer yo ya estaba en esto’. En medio del chaparrón, las cámaras mostraron a Arrimadas. Asentía con la cabeza en lo que muchos interpretamos como asunción de la derrota.
En efecto, Mas ganó la votación, pero el debate aún se recuerda por la respuesta de la dirigente de Ciudadanos: «Difícilmente con solo 34 años pueda presumir de un currículum como el suyo, en cambio sí le digo que a mi edad tengo más experiencia en la empresa privada que usted».
La segunda sorpresa con Arrimadas me la llevé este miércoles, de vuelta a un Congreso pringado con gel hidroalcohólico, casi desierto por la pandemia, embarazadísima, de luto y votando junto a Pedro Sánchez: «Asumo absolutamente la responsabilidad de este voto. Para salvar vidas y salvar empleos, aquí va a haber diez escaños».
Se ha escrito mucho sobre las «dos almas» de Ciudadanos, la liberal y la socialdemócrata, y menos sobre cuál debe ser su cometido en la política española.
La deriva nacionalista, el rajoyismo y la personalidad de Albert Rivera crearon el espejismo de que una formación nueva, sin estructura territorial, imaginada en los despachos por un grupo de intelectuales y sin apoyo mediático real, podía desbancar a los dos grandes partidos tradicionales. Lo milagroso es que se quedó a 200.000 votos de conseguirlo.
Cuando se ha rozado la Moncloa con los dedos es difícil asumir que tu turno de palabra en el Parlamento llega justo detrás de Baldoví. La realidad de los diez escaños te condena o a soñar una remontada imposible en la que sólo cree un romántico como Girauta o a asumir que eso sólo te da para ser bisagra.
Incapaz de rentabilizar la gestión donde cogobierna con los populares, Ciudadanos estaba, hasta este miércoles, empotrado entre el PP y Vox, sin pulso y con pronóstico reservado. Arrimadas podía hacer como que no se daba cuenta o tratar de demostrar que, en un momento de flacidez, diez escaños pueden dejar de ser irrelevantes e inclinar una balanza. Es lo que vendría a ser la bisagra con viagra.
Por supuesto, la jugada entraña riesgos. A muchos entrenadores les disgusta incluso por una cuestión de imagen. Pero cuando el tiempo se agota y todo parece perdido, soy de los que quiere a su portero subiendo a rematar el córner.
FERRER MOLINA