ENRIQUE CLEMENTE
Rivera acarició el sueño de liderar la derecha y, de esa forma, llegar a la Moncloa, pero su apuesta acabó en pesadilla. Pudo ser vicepresidente del Gobierno, dejar fuera de juego a independentistas y a Podemos, y ha terminado en un bufete de abogados. Optó por poner el cordón sanitario al «sanchismo» y su «banda», mientras hacía de salvavidas de un Casado que se hundía, dándole una plaza de la importancia política y económica de Madrid mediante pactos con Vox. Arrimadas, que nunca dijo una palabra contra la estrategia del jefe, ha entendido que Ciudadanos iba hacia la extinción si no hacía cambios. Eso explica su giro estratégico, que se ha consumado en el apoyo a las prórrogas del estado de alarma y al pacto de reconstrucción. ¿Es suficiente para certificar que el partido naranja es centrista? Claramente no. Ayer mismo Arrimadas apareció junto a Casado en Guernica para promocionar su candidatura conjunta en el País Vasco liderada por Iturgaiz, un dinosaurio del sector duro del PP. Esa imagen representa una enmienda a la totalidad a su supuesto giro al centro. Como lo es que siga sosteniendo a Díaz Ayuso, muy tocada por el escándalo de las residencias, entre otros. Tampoco ha roto con la ultraderecha, a la que Merkel o Macron, que deberían ser sus modelos, vetan sistemáticamente. Arrimadas ha dado un paso importante al asumir un papel de Estado, frente al no a todo de Casado, pero aún le falta mucho camino por recorrer si quiere ocupar el espacio del verdadero centro a la europea, el de un partido capaz de pactar con Gabilondo en Madrid y Moreno Bonilla en Andalucía, que no sea subalterno del PP ni acuerde con Vox. Es decir, debe enterrar definitivamente la foto de Colón.