FERNANDO ÓNEGA

 

En Andalucía tamén pasou o que pasou: que al Partido Socialista los demás partidos le tenían muchas ganas después de todo lo que mandó y controló -«entramado clientelar», dice Albert Rivera- durante cuatro décadas. Por ese motivo, su expulsión de la presidencia del Parlamento y la próxima del Gobierno son celebradas por las derechas como un acontecimiento épico -«histórico», dicen los portavoces de Pablo Casado- y tienen tanto de venganza como de legitimidad democrática. Su ambición era descabalgar al PSOE y lo hicieron con tanta ansiedad que el Partido Popular renunció a uno de sus principios más alegados después de todas las elecciones: la obligación ética de dejar gobernar a la fuerza política más votada. Eso decía el PP cuando no tenía con quien pactar y necesitaba la mayoría absoluta. Ahora, como tiene a Ciudadanos y a Vox, esa vieja predicación se oculta como una vergüenza pasada. Desde la aparición estelar de los dos partidos afines, el derecho al gobierno de la lista más votada ya no tiene quien lo defienda. Descanse en paz.

Y así, con las puertas de San Telmo entreabiertas, el PP mostró una capacidad de renuncia ideológica que nunca se había visto. A su candidato Juanma Moreno solo le faltó decirle a su socio de Ciudadanos: «Pídeme lo que quieras». Y de hecho se lo dijo cuando anunció que no había más línea roja que la presidencia de la Junta. Expresado en lenguaje del Evangelio de San Mateo, Moreno se acercó a Juan Marín, le mostró los escenarios de poder andaluz y lo tentó: «Todo esto te daré si postrado ante mí me haces presidente». Y le dio a Ciudadanos la presidencia del Parlamento. Y asumió gran parte del programa que hace dos meses consideraba pernicioso. Y están consumando la coyunda en medio de la protesta del PSOE, que habla de «traición a España».

La euforia de los casados es mayestática. Albert Rivera, como el programa es suyo, lo califica como «el proyecto reformista más ambicioso desde la Transición». Juanma Moreno no sonrió más en su vida, que el dinero y el poder no se pueden esconder. Pablo Casado obtiene un regalo insólito porque consiguió lo que no habían conseguido ni Aznar ni Rajoy. Ahora se ve en La Moncloa desalojando a Sánchez como Moreno va a desalojar a Díaz. Y todo el PP empieza a creer en los milagros: Andalucía ha demostrado cómo el sistema parlamentario puede llevar al gobierno a quien no ganó las elecciones, perdió decenas de miles de votos y una docena de diputados autonómicos. Ante ello, el cronista solo sabe decir a los contrayentes: ojalá os salga bien. Si consiguen demostrar que bajando y suprimiendo impuestos se sanean las cuentas públicas y mejora la economía, merecerán el reconocimiento y la imitación mundial.