ANGEL MONTIEL

 

El jefe socialista, quien durante la pandemia se ha contenido como líder de la oposición, sin duda para dar ejemplo al PP, desbocado en su crítica permanente al Gobierno central, ayer se desató

 

Al poco de constituirse, hará un año, el Parlamento autonómico me dijo Diego Conesa, líder del PSOE: « Me gusta mucho Juan José Liarte». Se refería, claro, al portavoz de Vox. En estas circunstancias uno se queda a cuadros. ¿Me está diciendo, le repliqué, que le da tilín el líder de la ultraderecha? «Es un tipo interesante», resolvió. Lo es, por lo que se vio ayer.

Sin embargo, en el debate sobre el ‘estado de la Región’, Conesa empezó calificando de fascista, de manera implícita, al socio parlamentario del PP, y Liarte se dio por aludido. Pero el portavoz de Vox no reaccionó con agresividad, sino que se puso en modo didáctico, y explicó con claridad, e incluso pidiendo disculpas por verse obligado a recitar lo consabido, en qué consistía exactamente el fascismo según el relato de la disciplina académica que denominamos Historia. Fue el mejor momento del debate durante los dos días de su desarrollo, pues en vez de escuchar las recurrencias consabidas, los espectadores tuvimos la oportunidad de atender a una lección elemental de Historia, simplísima, que nunca está de más. Liarte explicó muy bien a la bancada en qué consiste el fascismo, y lo que es y no es fascismo. Se disculpó, digo, por emplear demasiados minutos de su tiempo en ese ejercicio, pero a mí me parecieron pocos, pues a la vista está que la clase política debe ser ilustrada acerca del uso correcto de determinados términos.

La portavoz de Podemos, María Marín, creyó haber pillado a Liarte en un renuncio, pues éste se había limitado a calificar de fascistas al ‘socialista’ Mussolini y al ‘nacionalsocialista’ Hitler (por el sonsonete socialista en ambos personajes), y le advirtió que también la dictadura franquista había constituido un modelo de fascismo.

Tan brillante en su crítica a la gestión del PP con la exposición de cifras y letras extraídas de informes independientes, Marín, sin embargo, se coló en esta fase. A ciertas alturas, todo el mundo sabe que el fascismo como ideología fue aplastado por Franco, y su dictadura, según el consenso mayoritario entre historiadores, se resuelve en la fórmula particularísimamente hispana del nacionalcatolicismo. Da igual si el nacionalcatolicismo y el fascismo se aproximan en algo, pero lo cierto es que técnicamente, desde el punto de vista histórico, no son la misma cosa, incluso cuando en un determinado periodo confluyeran.

Juan José Liarte, de manera sencilla, incluso obviando la intención ilustradora, mostró que para algo sirve leer, y esto aunque después se internara en territorios muy raros exponiendo teorías morales sobre la violencia de género, la familia tradicional y otros asuntos propios de la extrema derecha, en cuyo marco se sitúa indudablemente, a juzgar tanto por las siglas que representa como por las inquietudes que manifiesta en su papel de portavoz parlamentario. Pero Liarte no es el típico zoquete de Vox que nos queremos representar, que evidentemente existe, como también en otros partidos políticos. Se trata de un tipo sereno, ajeno a las estridencias, y con una formación política fuera de tópicos. El socialista Conesa lo detectó prematuramente: «Es un tipo interesante». Su error ayer, más intelectual que político, consistió en tildarlo de fascista, cuando lo habría definido con más exactitud como ultraderechista.

Aludo a este punto colateral del debate porque el resto se resume en el aburrimiento habitual. El socialista Conesa, quien durante la pandemia se ha contenido como líder de la oposición, sin duda para dar ejemplo al PP, desbocado en su crítica permanente al Gobierno central, ayer se desató, más que nada para expresar ante los críticos del interior de su partido que empieza una nueva etapa para cercar al Gobierno regional. Dio igual, porque en el imaginario del Gobierno López Miras el enemigo necesario es el PSOE, y las actuaciones de éste, moderadas o no, constituyen su punto de referencia para exculpar sus propias incapacidades.

El resto de portavoces no decepcionaron sobre lo previsible. El de Ciudadanos, Juanjo Molina, socio en el Gobierno, hace las funciones de compinche del PP, casi con desgana escénica, y como no tiene hacia donde tirar para brillar, se lanza contra el PSOE, que en el hemiciclo es el payaso de las bofetadas, pues en un Parlamento tan plural es con Podemos la excepción no gubernamental. Molina se resigna a hacer un discurso contra los socialistas más o menos de carril, procurando no herir más de la cuenta y mirando de reojo a López Miras para constatar que éste lo valida. «Vas bien, Juanjo; sigue por ahí». Si alguna vez Cs cambia de posición, este portavoz está quemado. Más que nada por soso.

Regreso a Liarte, porque siendo de Vox o no siéndolo, es quizá el más interesante. En sus intervenciones, apoya al Gobierno a rabiar, pero sus ‘peros’ son los más vivos, porque tocan las esencias. López Miras tiene que asentir a los reproches, porque de algún modo los asume. Cada cual hace su papel en interés de ambos. Y hasta lo escenifican.

La portavoz de Podemos es una crack. Ayer se limitó a acumular fuentes oficiales, y con los datos que éstas destilaban dibujó de manera precisa el verdadero estado de la Región que no encaja en el dibujo oficial del Gobierno. Un esquema incontestable, salvo por el hecho de que lo expuso Podemos, y para el PP esa marca no es inquietante. «Lo dice Podemos», y esto, para el Gobierno, es como si no lo dijera nadie.

El como siempre infructuoso debate del estado de la Región de nuevo volvió ayer a reproducir el estilo López Miras: todo lo positivo, aun en apariencia, se debe a su gestión; si en algo se produce alguna dificultad, es causa del Gobierno central y, en consecuencia, la responsabilidad es de Diego Conesa. A quien encima, entre el portavoz popular, Segado, y el presidente de la Comunidad, López Miras, se empeñaron en advertir que no les gusta como líder de la oposición.
A lo mejor es que pretenden comprarse otro.