“Lo que pasa en agosto no existe”, ha dicho alguien de Ciudadanos para justificar que no se vea a Rivera, que está huido lejos o quizá aquí al lado disfrazado de buzo, pero invisible. Agosto no existe, aunque Canarias se quema tristemente como una foto de boda, la listeria le mete miedo al tocino patrio, Sánchez hace la campaña de Old Spice, Iglesias es como Marilyn buscando esposo rico, y Casado se deja barba como Gladiator, para lo que pueda venir. Pero Rivera está harto o exhausto, no hay más razón. A lo mejor está en el Tíbet, dándose campanazos contra los silencios, intentando recuperar su ser y el de su partido. U olvidando las desgracias con las brazadas de sirena de Malú, mujer de sombra acuática y cantos del Rin, cantos primigenios (el comienzo de El Oro del Rin no es sino la música de la Creación). Rivera no es que desprecie agosto, sino que, desfondado, se esconde en agosto.
En agosto era cuando pasaba todo en nuestra vida. En agosto nos hacíamos adultos y llegaba el primer beso de mar y el primer sexo de mar. El sexo es un mar interior que hay en el otro, y sabe y se mueve y suena como el mar. Ésa es la primera sorpresa, que eso no es gimnasia ni baile ni cantería, sino un nadar dentro de alguien, entrando en alguien como a las cuevas del mar. Era en agosto cuando llegaba el amor y se perdía el amor (tomábamos conciencia del amor en la pérdida), aquel amor entre jazmines pisoteados y fuentes nocturnas, entre cines como tendederos y música que venía de la propia luna como en esos móviles infantiles, un amor que uno se convencía de que era amor porque la fugacidad de las cosas siempre es romántica, y uno se sentía amante como un aviador que se va. En agosto pasaba todo porque es cuando más se abren los ojos y la carne. Sigue ocurriendo, y las pupilas se atraviesan de belleza como con una aguja al rojo, y uno se clava su propia carne como izando la bandera del sol, y el deseo te asalta en las sombras vegetales como a Adán recién corrompido.
En agosto la política es más cangrejera, pero mira qué estampas de acero, resol, marine de boda y Thor protector del mundo le da a este presidente de fotocol
Lo que pasa en agosto no existe, dicen. Parece algo de Trueba, y a lo mejor lo es. Pero ahí están todos los recuerdos, todas esas fotos de agosto. Las de antes, con las bicicletas desmembradas, con la pandilla como perseguida por robar gallineros, con un tiovivo con trenes de merengue. O las fotos de ahora, con las fiestas rebosadas por el cielo en fuegos artificiales, con las novias con el discreto rubor del sexo reciente aún bajo la mano haciendo visera, como bajo un velo; con la comida sacrificada en templos ante dioses bárbaros; fotos con soles de coctelería y conciertos en peceras eléctricas y viajes con falso oro y falso camello y falso ligue.
Si Rivera se hubiera hecho una foto ahora, se hubiera sentido más dentro de la política. Se la ha hecho Ayuso, ahí como en una reunión con todo el casting de El resplandor o La semilla del Diablo, y estoy seguro de que la gente la recordará para siempre. Se la ha hecho Casado, como recién rescatado por Chuck Norris. Se la ha hecho Iglesias, con pucheros, pero se la ha hecho. Se la ha hecho, cómo no, Sánchez. Después de esas fotos playeras en Doñana, con los ríos saliéndole de los muslos como una fuente romana, se fue a Canarias y allí se hizo fotos con la dolorosa calva del incendio detrás, como un selfie en Chernóbyl. Y más fotos en helicóptero, con esas gafas de sol que tiene como para el fin del mundo, para cuando se conecte Skynet, aunque él se las ponga igual en el zoco o en la disco.
Y, sobre todo, la gran foto, la foto del 4 de julio o de Top Gun que decía yo el otro día, pero que no ha sido en el Audaz. La gran panorámica, el precioso medio picado, no ya de las fuerzas que colaboraron en el incendio de Canarias, sino de la mente de Sánchez, de cómo la mente de Sánchez juega a los soldaditos. Los dos grandes hidroaviones rojigualdas, el helicóptero con su agresividad de inminencia, los dos coches de bomberos colocados en escuadra, la tropa frente a ellos, firmes. Y delante, en primer plano, en una perfecta y estética formación en cuña, los altos oficiales de la fuerza aérea, los jefes, y como líder, como pico de la cuña, por supuesto, Pedro Sánchez.
Si Rivera se hubiera hecho una foto ahora, se hubiera sentido más dentro de la política. Se la ha hecho Ayuso y estoy seguro de que la gente la recordará para siempre
Félix Ovejero puso en Facebook que era como Nick Furia. Sí, Furia con todo Shield detrás. O como Iron Man, con toda la metalurgia y la vigorexia de los Vengadores bien reluciente y jerarquizada, para el poder y para el póster. Era como desplegar todo el merchandising de Marvel. Sus figuras de acción, sus supernaves y sus superhéroes, toda su sección en la juguetería, volcada y dispuesta en una pista de aterrizaje, cuidadosamente colocada por el protocolo de la Moncloa y fotografiada como el final de Águilas de acero o una caja de Lego.
Es la inmortalidad. Sánchez se estaba afilando la inmortalidad con producción de Infinity War o de Transformers o siquiera de Los mercenarios. Y es agosto, hombre, Rivera. En agosto la política es más cangrejera, pero mira qué estampas de acero, resol, marine de boda y Thor protector del mundo le da a este presidente de fotocol. En agosto claro que existen las cosas, tanto que se suelen convertir en recuerdo. Existen las cosas más que nunca porque es cuando tomamos conciencia de que empiezan y se acaban, de que vienen y se van. Las vacaciones, los juegos, aquella chica que se perdía entre cañaverales contigo, el amor interminable en la orilla como ese niño vaciando el mar de San Agustín… Y también se empiezan o se acaban legislaturas y gobiernos y ciclos económicos. Todo eso puede pasar en agosto, y uno puede verlo y aprovecharlo si está atento, si deja de pescar barbos o de llorar a los pies de estatua de arena de la novia, como si fuera el Danny Zuko de Grease.