El pasado mes de enero las terminales mediáticas de los medios de comunicación regionales y nacionales saltaron echando chispas ante un luctuoso suceso. Lucía, una alumna del IES Licenciado Cascales, de 13 años de edad y residente en la murciana pedanía de Aljucer, puso fin a su joven vida suicidándose por ahorcamiento en su propio cuarto. Al parecer, la alumna, cuyos padres habían solicitado en su momento traslado desde el IES Ingeniero de La Cierva (Patiño) al que fue su último instituto, había sufrido acoso de compañeros suyos que la llamaban “gorda” y “fea”. Inmediatamente, el aparato burocrático existente se puso en movimiento. El Observatorio para La Convivencia Escolar y por extensión los Equipos de Orientación Psicopedagógica y el Servicio de Inspección de la CE, el Grupo de Menores de la Policía Nacional de Murcia (GRUME), la Fiscalía de Menores y hasta el Sursum Corda iniciaron las correspondientes indagaciones e investigaciones, al objeto de dilucidar cuáles habían sido las causas de la drástica decisión de la ya difunta joven alumna, y qué se había y qué no se había hecho por parte de profesores y miembros del Equipo Directivo para, en su caso, detectar y prevenir una posible situación de acoso escolar.
Es algo que resulta inaudito. Hay vigentes por Ley en todos los centros de enseñanza (la educación es responsabilidad, y por tanto derecho y a la vez deber de los padres, de las familias) toda una batería de medidas “psicopedagógicas” y de tipo “administrativo” (planes, protocolos, etc.), cuyo leitmotiv es la prevención, detección y corrección de situaciones de acoso, de indisciplina (“disrupción” lo llaman ahora), de absentismo, de la violencia llamada “de Género” y de todas las “fobias” habidas y por haber: homofobia, lesbifobia, transfobia, xenofobia, islamofobia, judeofobia…, y, sin embargo, los números no salen, pues, en lugar de desaparecer, los problemas se mantienen e incluso aumentan. Naturalmente, “expertos” y “sabios” (sólo ellos saben en verdad de qué y en qué), insisten y persisten: el sistema es el mejor de los posibles; las intenciones que lo guían y los fines que persigue son de todo punto encomiables; y consiguientemente, si no está produciendo los frutos deseados, es porque se está “aplicando inadecuadamente los mecanismos y estrategias procedentes y oportunos”. En lugar de practicar una cura de humildad, reconociendo que el sistema es un desastre, un cachondeo mayúsculo, donde toda una ristra de farragosos y estériles por inútiles informes consumen el tiempo de profesores y directivos…; donde los centros se han tornado en una especie de “tribunales de justicia pedagógica”; donde el “garantismo”, el “buenismo” y hasta el “pensamiento Alicia”, del que hablara el recientemente fallecido profesor y filósofo Gustavo Bueno, brillan “cum laude”; donde la ejecutividad, la eficacia y la ejemplaridad brillan por su ausencia en la toma de decisiones… En su lugar vamos a un “sostenella y no enmendalla” progresivo.
De hecho, la solución -mágica a lo que parece como todas las suyas- de La Administración, vía “expertos”, “sabios”, psicopedagogos, representantes sindicales y de partidos políticos, agentes sociales, asociaciones de papases y mamases, concejalías de Igualdad, Juventud y Educación de los ayuntamientos, y ahora ya también al parecer ministerios de Interior, de Justicia y de Servicios Sociales e Igualdad -todos cuantos no tienen absolutamente nada que ver con el ejercicio directo de la docencia ni por tanto con el trato directo con los alumnos- para atajar la negativa evolución de tal estado de cosas, no ha sido otra que colocar “buzoncitos escolares” para que se denuncie por parte de quien proceda presuntos casos de acoso y, así mismo, “trasladar una serie de pautas de actuación” por parte de la CE a directores de colegios e institutos. Y, sin embargo, no es ese el camino. No van por ahí las posibles soluciones.
Lo primero que debemos plantearnos es qué tipo de sociedad estamos construyendo con tanta ñoñería y tanto proteccionismo. En lugar de enseñar a nuestros niños y jóvenes a ser fuertes, a reaccionar con decisión, coraje y valentía ante situaciones adversas y de injusticia; a convencerse que los errores y los fracasos son necesarios y consustanciales con la vida, y que están hechos para ser superados mediante el ejercicio de la voluntad y de la constancia, de la rectificación y de la enmienda… En lugar de eso, los hemos convertido en “idolatrados hijos Sisí”, pacientes crónicos de psicólogos, auténticos “gurús” del segundo milenio, quienes a través de sus “psicodiagnósticos”, detectan “psicopatologías”, “carencias”, “deficiencias”, “traumas psicológicos”…, ya por haber obtenido un cerapio en un examen a causa de no haber dado clavo, ya por haber escuchado de algún compañero las palabras “tonto/a”, “feo/a”, “muermo/a”, etc., y prescriben los correspondientes tratamientos de pastillas contra “hiperactividad”, “agresividad”, “ansiedad”, “trastornos deficitarios de atención”…
Abundando en el asunto, no es en los directivos ni en los profesores donde hay que buscar las responsabilidades a las que en su caso haya lugar ante hechos como el que nos ocupa. Es en las leyes, en La Administración, en los “expertos renovadores de la nada”, en los psicopedagogos, depositarios de “La Verdad Revelada” que sólo ellos conocen y entienden. Es en los sindicatos, la mayoría de sus cuadros “liberados de la tiza” desde “illo tempore”… Cuando en 2005 la Secretaría Sectorial de la CE consiguió la publicación del “Decreto sobre Derechos y Deberes de Los Alumnos” (la mejor y más efectiva norma al respecto), y digo “consiguió” porque previamente encontró innumerables trabas de inspectores, AMPAS, sindicatos, grupos políticos, “expertos”…, las cosas cambiaron radicalmente. El Director podía expulsar del Centro, con carácter ejecutivo, al alumno autor de hechos que hubiesen atentado gravemente contra la convivencia o contra las normas de funcionamiento. No había que esperar a informes, entrevistas, alegaciones, etc., como si el centro de enseñanza fuese un tribunal de justicia. Además, si se trataba de un expediente que conllevase expulsión durante un mes, de inmediato, como medida cautelar, el nene o la nena se iba 15 días a su casita, con su papá y con su mamá, sus guardias y custodios legales, responsables directos, a todos los efectos y con todas las consecuencias, de los actos de su hijo menor…
¿Pero cómo iban a aceptar semejante “autoritarismo” los arriba referidos? Había que volver al garantismo, a la “burrocracia”, a los farragosos e inútiles informes con entrevistas, recursos, alegaciones y demás. Y así ha sido con el nuevo decreto en 2016. El nene o la nena que acosa, amedrenta, coacciona, agrede, insulta…; que impide a sus compañeros su sagrado derecho y más sagrado deber de estudiar -que eso y no otra cosa es lo que tienen que hacer los alumnos, en lugar de tanto asistir a tanta charlita sobre temitas de actualidad que por de sobra conocidos no voy a repetir- sabe que una vez la ha hecho posee la “presunción de inocencia”, y que como, muy posiblemente, está en “tratamiento psicológico”, le van a ser, si no disculpadas, sí minimizadas todas sus fechorías. Orientación, Servicios a La Comunidad, Tutor, incluso en casos el mismísimo Observatorio para La Convivencia, intervendrán poco menos que para decirle: “Hijito, hijita, ¿no sabes que está mal lo que has hecho? ¿Qué motivos has tenido para actuar así”? Y eso mientras la víctima y su familia se quedan con dos palmos de narices, heridas en su dignidad humana y personal, viendo como el “desintegrado”, el “marginado”, se pavonea impunemente por todos los lugares del centro, porque no se le debe “interrumpir su proceso educativo” y su “derecho a la evaluación continua”…
Ese Observatorio exige una estadística de la aplicación de las normas de disciplina (de “funcionamiento” dicen ahora, que la otra palabra no está bien vista), y si ha habido demasiadas expulsiones -excusado decir expedientes disciplinarios-, el antedicho y el inspector pedirán explicaciones al Director, acerca de porqué no ha arbitrado “otros mecanismos”, de tipo “reparador”, “integrador” y “pedagógico”… Es, está siendo, la mejor forma de no salir del desastre y de sumergirnos aún más en él.
Artículo realizado por: Carlos Corvalán