El líder de Vox vuelve a plantear en una entrevista que es preciso sacar del poder al Gobierno “chavista ilegítimo”
Lo de Santiago Abascal no es serio. El hombre quería parecerse al fiero Franco, dar mucho miedo a los españoles, asustar al personal con el espantajo del rojo comunista y con la amenaza de una cuarentena de cuarenta años, como en la dictadura. Sin embargo, se ha quedado en una copia fake de caudillo totalitario, una mera parodia de aquellos dictadores de nefasto recuerdo para la Europa del siglo XX.
En una reciente entrevista para el diario El Economista.com, el presidente de Vox asegura que el Gobierno de Pedro Sánchezes “el gran campeón del bulo y la mentira”. Y que lo diga precisamente él −que dirige una organización dedicada al buzoneo digital, a la propaganda basura en redes sociales y a la manipulación de fotografías y trolas en Twitter− es el colmo del cinismo.
Ocurre que esta maldita epidemia de coronavirus al final va a servir para algo: para que queden claras cuáles son las intenciones ocultas de Abascal. Su objetivo primordial no es trabajar para que los españoles puedan superar la epidemia sino desestabilizar a destajo, conquistar el poder a toda costa, aunque sea desplegando una División Azul tuitera y goebelsiana, una unidad de élite formada por bots, trols y haters que en la trastienda del partido fabrican, como chinos en talleres clandestinos, no inservibles mascarillas, sino bulos de todo a cien. El ejército de Abascal es un laboratorio político de Wuhan que trabaja a toda máquina para contagiar a los españoles con el virus del odio.
Se trata de producir la mayor cantidad posible de mentiras, infundios y embustes antes de que se acabe el filón de la pandemia, que luego será otra cosa. Eso sí, el hombre está obsesionado con derrocar a Sánchez por wasap, o sea moviendo a sus robots en una especie de golpe de Estado virtual, digital, para instaurar un “Gobierno de emergencia nacional”, según ha declarado en la entrevista.
“Pedro Sánchez está totalmente deslegitimado y ha perdido el crédito ante los españoles y en el contexto internacional (…) La solución es que el Gobierno dimita y sea sustituido por otro formado por técnicos y apoyado por PSOE, PP y Vox, que representan un setenta y cinco por ciento de la Cámara”. Él no lo dice por pudor y falsa modestia pero, por descontado, en sus planes está ocupar un lugar destacado en ese hipotético Consejo de Ministros, si no como presidente, sí al menos como vice. La cuestión es pillar cacho y poltrona, todo por España, claro. Y es que los peores dictadores son los que se creen que no lo son, por eso tienen que mirarse al espejo para reconocerse, como Pablo Casado.
La idea de Abascal −aterradora desde el punto de vista de cualquier demócrata pero perfectamente factible en alguien que ha justificado el levantamiento militar del 36−, es calcada al Gobierno de concentración nacional que propuso el golpista Armada durante el asalto al Congreso de los Diputados del 23F. Aquella noche aciaga, el general le fue a Tejero con un papelillo improvisado en el que figuraban los nombres de todos los políticos que debían entrar en su gabinete, una chapuza que no hubiese llevado al país a la salvación nacional sino al desastre nacional. Tejero, pistola en ristre, le respondió que él no había dado un golpe de timón para poner a comunistas y socialistas en el poder y lo envió por donde había venido, o sea a tomar viento a la Zarzuela.
Abascal, como buen nostálgico de todo que es (de los paseos rocieros a caballo al más puro estilo del espadón del XIX; de las maneras del macho ibérico pasadas de moda; y por supuesto de la bandera con el pollo) sueña con llegar al poder a la española, por las bravas que da más gusto, o sea con un “plan Armada”, a ser posible metiendo el jamelgo en las Cortes Generales como en la leyenda del general Pavía. Abascal no ha llegado a esto de la política para tomar parte en aburridas sesiones de control parlamentarias, ni para hablar de Sanidad, ni para firmar absurdos pactos de la Moncloa.
Él está aquí para lo que está: para violentar el sagrado templo de las libertades, como un bigotón militarote de los de antes, y darle un buen revolcón a la señora Democracia, una cuarentona a la que se le ha pasado el arroz. “Pablo Iglesias se ha convertido en un obstáculo importante porque nos quiere llevar a una España bolivariana con cartillas de racionamiento y rentas mínimas. Eso sólo se cambia eligiendo, cuando esto pase, un Gobierno de emergencia”, insiste en su entrevista. Por lo visto el coronavirus, además de producir neumonías, agrava el delirio totalitario. Un síntoma más del desconocido covid-19. Los epidemiólogos de Fernando Simón deberían tomar nota.
JOSÉ ANTEQUERA