En medio de tanta cortesía se prefigura la ruptura definitiva. Es fácil deducir que el gesto inicial de Isabel Franco está perfectamente calculado. Sabe que su tiempo como vicepresidenta se ha acabado tras las elecciones catalanas
El cruce de cartas entre Isabel Franco y Ana Martínez Vidal constituye la certificación de una ruptura definitiva, casi inmediata, cosa de días o pocas semanas. Nadie lo diría a juzgar por el tono de las misivas (uy, he dicho misivas, qué cursi), amable, cortés y elegante. Y, por cierto, tan bien escritas: no les falta ni les sobra una coma ni un acento. Un homenaje a la RAE, cosa poco frecuente en los escritos de los políticos. Lo raro de este intercambio es el propio hecho de que se haya producido, pues dos consejeras del Gobierno, del mismo partido, que obligadamente se ven varias veces a la semana como poco (una, en el Consejo; otra, en la comisión covid, y dos o tres en la Asamblea) es raro que utilicen la antigualla del correo postal en los tiempos del WhatsApp, el Telegram o el SMS. O del habitual aparte: oye, un momento, quiero hablar contigo. Es fácil deducir que estas cartas, más que cartas, aspiran a ser documentos. Están escritas para ser filtradas, es decir, para que las lean no tanto sus respectivas destinatarias como el populus.
La iniciativa fue de Isabel Franco, especializada en el género, como bien sabe el presidente del Gobierno, López Miras, quien ya tuvo que utilizar el abrecartas en algunas ocasiones. A la vicepresidenta le gusta dejar las cosas por escrito, y que se sepa. Envió a Martínez Vidal una elaborada queja acerca del escaso incremento que a su juicio tendrá su consejería de Política Social en relación con las necesidades del momento covid y en comparación con el superplús que en los próximos presupuestos obtendrá el capítulo de Empresa, en manos de la coordinadora del partido y negociadora con el PP de los Presupuestos Generales, a la vez que expresaba su descontento por el hecho de que este tipo de decisiones no fueran consultadas en el partido ni a los consejeros de su grupo. De la fortaleza implícita de su posición da cuenta el hecho de que en el mismo servicio de correos despachara una copia de la carta a la atención de la líder nacional de Cs, Inés Arrimadas, lo que habitualmente se entiende en estos casos como un puenteo: quejarse a la jefatura superior antes de que el asunto se resuelva en la primera instancia.
La respuesta de Vidal no pudo ser más florentina: comprensión sobre la demanda, consuelo por la circunstancia de que no hay aún nada definitivo, y apelación al contacto personal para resolver cualquier inquietud. Todo perfectamente calculado en uno y otro lado.
En medio de tanta cortesía se prefigura la ruptura definitiva. Es fácil deducir que el gesto inicial de Franco responde a un diseño preestablecido. Sabe que su tiempo como vicepresidenta se ha acabado una vez que el rubicón de las elecciones catalanas ha sido rebasado. Estaba anunciado que ese sería el tope. Pues bien, antes de que esto se produzca, ha puesto por escrito su descontento con el trato presupuestario a Política Social, lo que la dotará de un argumento consistente para justificar su próxima destitución y, tras ella, su previsible ruptura con Cs en el seno del Grupo Parlamentario, sola o en compañía de otro.
La mala relación política y personal entre Martínez Vidal y Franco es ya insostenible y, según la mayoría de los observadores, irreversible. Todavía cabe que la primera, por razones de funcionalidad y en evitación de una crisis interna cantada, pudiera intentar hacer algún esfuerzo para evitar la catástrofe. A su lado tiene un buen equipo, con grandes dotes para la diplomacia, muy pragmático, pero lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible. Franco le debe a Martínez Vidal una conversación personal a la que ésta la ha invitado en su carta, pero es dudoso que ese encuentro, si se produjera, trajera la concordia, pues todo pasa por el gesto simbólico de ceder la también simbólica vicepresidencia, y Franco no va a ceder. No lo hizo ante la presión de los dirigentes nacionales, y menos lo hará por sugerencia directa de la jefa local del partido. La suerte está echada a este respecto.
Martínez Vidal va a renovar a todo el equipo de Cs en el Gobierno (menos ‘independientes’ y más cantera), y es probable que todavía cupiera suponer que Franco pudiera sobrevivir mediante un pacto que supusiera la cesión de la vicepresidencia, pero esto no es previsible. O todo o nada. El problema es que la destitución de Franco en el Gobierno la convertiría de facto en una diputada independiente en el Grupo Parlamentario de Cs, y aunque esto no ponga en peligro la suma numérica que garantiza la estabilidad del Gobierno supondría para éste una nueva alarma tras la implosión del Grupo de Vox.