Ahora os volvéis a enfrentar con vuestras fuerzas, ya no tan vigorosas, a un virus que os ha traído un mal no menor, la soledad.
Miseria, hambre y pulgas, así me describía mi abuelo la guerra civil española. Le tocó luchar en ella y decía que no hay nada peor que una guerra, su cuerpo lacerado por las armas con las que le hirieron era el vivo retrato del horror. Tenía una cicatriz mal cosida que le recorría la espalda de arriba abajo y de un costado a otro, así en diagonal. Tampoco quería contar cómo había sido, solo decía miseria, hambre y pulgas, supongo que no le gustaba volver a esa guerra que se llevó a tantos amigos, compañeros y hombres, en general.
Mi abuelo murió hace 11 años, con 95 años y la vida le recompensó con una muerte maravillosa, en su cama, tranquilo, rodeado de su familia. Se durmió y un día no despertó, sin sufrir, porque la vida se lo debía, el capítulo del sufrimiento ya lo tenía cubierto. Y hoy solo pienso en qué hubiera sido de mi abuelo, si después de todo lo que le tocó en esta vida, le hubiera tenido que morir solo, en un lugar extraño, lejos de su pequeña aldea, rodeado de personas a las que no se les ve la piel, solo un gran mono blanco, gafas y mascarilla, para protegerse del virus (personas que luchan incansablemente, para salvar vidas, también a vosotros infinitas gracias).
Hoy, nuestros mayores son los más vulnerables frente al covid-19. Son esas personas que nacieron durante la guerra civil y tienen sus ochenta bien puestos, o los que nacieron durante la postguerra, esos años 40 y 50 llenos de miseria, donde la cartilla de racionamiento, esa por la que dejó de fumar mi abuelo, marcaba el límite superior de a lo que podían acceder, no siempre comprar, y menos en zonas recónditas y despobladas de la geografía española. Pasaron mucha hambre, mucho dolor, mucha escasez, malvivían los que tenían un huerto o cuatro animales para no morir de hambre y algo de estraperlo.
Ahorros y medicinas
Durante la pasada crisis económica del 2008, nuestros mayores volvieron a sacrificarse por el resto de las generaciones más jóvenes. Con su pensión completaron los esquilmados sueldos de sus hijos y sus nietos, con sus ahorrillos -esos que guardan aquellos que han pasado de todo, por si acaso- pagaron sus medicinas que ya no eran gratuitas, sacrificando su tiempo cuidaron a sus nietos porque ya no había para extraescolares y para canguros, con su amor y paciencia llenaron de cariño hogares en los que la tensión por la crisis hacía saltar por los aires la convivencia.
Y ahora, en los años 20 de este siglo, se produce una pandemia que os afecta más a vosotros, que vuelve a amenazar a nuestros mayores, a aquellos que, como mi abuelo, ya tienen el cupo de sufrimiento hasta los topes. Ahora os volvéis a enfrentar con vuestras fuerzas, ya no tan vigorosas, a un virus que os ha traído un mal no menor, la soledad, el no poder abrazar a vuestros seres queridos, a vuestros hijos, nietos y biznietos. Lo hacemos por vosotros, para manteneros a salvo, pero os recompensaremos cuando todo esto pase, porque vuestro cupo de cariño todavía tiene mucho espacio para llenarse, para compensar el del sufrimiento y el del sacrificio. Y como decía, la soledad es el mal (no) menor, la muerte es el mal absoluto al que os tenéis que enfrentar, de nuevo solos, sin vuestras familias, y en muchos casos, sin los cuidados que os merecéis, que os habéis ganado a pulso, en cada década de vuestra vida, con cada sacrificio por este país, por vuestras familias. A todos nuestros mayores que están muriendo solos, sufriendo, el reconocimiento más sentido de una sociedad que os lo debe todo. Descansen en paz.
VERÓNICA FUMANAL