En la noche triste del 28-A, algunos dirigentes del PP con malévola intención, otros con regocijo tóxico y el resto, simplemente, por triscar en lo obvio, se preguntaban al calor de la urna fría: «¿Qué habría pasado si el candidato hubiera sido Soraya?«.
La respuesta quedó en el aire, pese a que determinadas cábalas hablaban de que la ‘vicetodo’ se habría quedado en 20 escaños. A saber. Pablo Casado se encargó, eso sí, de aventar culpas y endilgar responsabilidades al PP del pasado. O sea, el de Rajoy. Algunos se molestaron. «Todos somos responsables», apuntó Feijóo, con el dedo acusador orientado hacia Génova. «Echarle las culpas a Rajoy me parece tremendamente injusto», apuntó Mañueco, sorayista de Valladilid. A lo que Casado respondió: «La campaña fue un acierto». Y añadiría en su fuero interno: «¡Que les den!».
Así andan las cosas en el partido que pugna afanosamente por mantener el liderazgo del centroderecha. Nueve escaños y 200.000 votos le separan de Ciudadanos. En la cita del 26-M puede pasar de todo. De ahí los movimientos internos, la afanosas intrigas que se perciben en la penumbra. Hay dirigentes en el PP que ya preparan el escenario por si se repite la hecatombe. No piensan, desde luego, en un retorno de Sáenz de Santamaría, bien acomodada en un próspero bufete. Ni en Dolores de Cospedal, ahora con muletas y asentada en la Función Pública. Ni siquiera en el regreso de Mariano Rajoy, hiperactivo en esta campaña. «Voy donde me llaman», apunta. Y le llaman. Cada mitin de Mariano es una afrenta a Casado, que aprieta los puños y calla. Un efecto colateral del forzado ‘giro al centro’.
Cuatro años en Génova
Si Casado naufraga de nuevo, puede ocurrir de todo. El escenario razonable es el que proclama el protagonista a los cuatro vientos. «He sido elegido por los afiliados para cuatro años». Es decir, que el actual presidente del PP convocaría quizás un congreso extraordinario para llevar a cabo una especie de refundación ideológica del partido. Al estilo del celebrado en Sevilla entre el 31 de marzo y 1 de abril de 1990. Allí Fraga proclamó a Aznar como su sucesor y allí arrancó la gran mutación de la derecha española que, seis años después, llegaría dificultosamente a la Moncloa.
De esta forma, Casado tendría cuatro años para reconstruir ‘piedra a piedra’ su formación. El ‘nuevo PP’, esta vez sí. Mejor dicho, el PPP, el ‘Partido Popular de Pablo’, como apuntan algunos de sus fieles. Una remodelación a fondo. En sus nueve meses como presidente tan sólo ha podido cambiar a la dirección de Génova y mover a un buen puñado de cabezas de cartel para las generales. Algo obligado que, sin embargo, provocó heridas internas.
En el club de los purgados se reclama venganza. Y se dibuja ya otro escenario bien distinto. En el caso de que se repita la hecatombe, se le exigirá a Casado que se vaya a casa, se formará una gestora, quizás presidida por Ana Pastor, con las bendiciones de Mariano, y se convocará un congreso extraordinario para elegir a un nuevo presidente. Así de fácil y así lo cuentan. Es lo que llaman la ‘necesidad de la catarsis’, un camino que se sabe como arranca pero no cómo termina.
En esta incertidumbre, muchos son los que miran a Galicia, donde el eterno ‘delfín’, Alberto Núñez Feijóo, aparece más presente y locuaz que nunca. Teme también una convulsión en las municipales de su región y, por si acaso, se palpa la ropa y se prepara para lo que haga falta.
No lo hará, no vendrá a Madrid a asumir el mando, apuntan en el equipo de Casado. Demasiado riesgo. Feijóo no es valiente, no es audaz, no es lanzado. Por no ser, ni siquiera es diputado, y no se hará cargo de un partido menguante, con 66 diputados, con Cs en el cogote y con un poder territorial demediado.
«El PP está a diez minutos de que le pase algo gordo», comentaba este fin de semana un veterano del lugar. No que vuelva Soraya, que es broma, sino que se decapite al actual presidente y se fuerce un relevo para competir con Sánchez a la vuelta de cuatro años. «Hay que empezar ya, hay que hacerlo rápido», se escucha en las filas disidentes. Lo ideal, una mujer. Cayetana no puede ser. Pastor, demasiado mayor. ¿Quién hay más por ahí?
No hay banquillo, no hay alternativa, insisten los casadistas. Eso mismo pensaba Hernández Mancha la tarde en la que acudió al Club Siglo XXI y escuchó del orador la siguiente frase: «¿Estamos ahora igual, mejor o peor que cuando Hernández Mancha llegó a la presidencia?». Todo el auditorio se revolvió en sus sillas. ¿Pero esto qué es? Quien pronunció esa frase, una puñalada directa a la yugular del aludido allí presente, fue una joven promesa de 35 años, tímido y bigotón, que por entonces era tan sólo un presidente autonómico. Se llamaba José María Aznar, y, unos meses después, se convertiría en el presidente del PP, ‘sin tutelas ni tutías‘.
FUENTE: VOZPOPULI