El bicentrismo de Ciudadanos le resulta molesto e inquietante a PP y PSOE. Entra dentro de la lógica supremacista anteponer la identidad a la cortesía y no felicitar a la vencedora de las elecciones autonómicas catalanas. Máxime cuando la narrativa nacional-populista se construye de espaldas a cualquier hecho que adelgace su pretensión totalizadora e introduzca matices en su fábula amarilla. Sin embargo parece desproporcionado el destemple con el que las otras dos fuerzas constitucionalistas han recibido los resultados de la tercera.

La frustración nubla el entendimiento. Sorprenden la celeridad y la brusquedad con la que los aparatos de PP y PSOE se han revuelto ante sus propias derrotas. No se trata de que brinden con y por Arrimadas, pero al menos debieran hacerlo por los casi 2.000.000 de catalanes que se sienten hoy un poco más libres que hace una semana.

Todos los partidos compiten en el corto plazo. Ese guión exige reclamar a Arrimadas que se presente a la investidura o simplemente que se mueva. La solicitud tiene algo de sentido y algo de desquite. Por un lado, devolvería la política catalana a las instituciones y al Parlament, donde los partidos constitucionalistas mostrarían su fortaleza insuficiente y acaso su inquebrantable unidad. Una ronda de contactos iniciada por Arrimadas estiraría alguna semana su victoria. Por otro lado, los viejos lobos de mar del PP y PSOE confían en que en un debate tan áspero y largo, con varios turnos de réplica y contrarréplica, Arrimadas pueda cometer algún error que rasgara su gallardo y pujante liderazgo sin erosionar en lo fundamental la triada constitucional.

De momento ella se muestra reacia. «No estoy en condiciones porque no sólo no tengo aún una mayoría de votos a favor, sino que tengo una mayoría absoluta en contra». Esto lo dijo Rajoy en enero de 2016. Arrimadas lo musita. Cierto que hay alguna diferencia: el Parlamento era entonces una agitada coctelera y sólo un parlamentario del XIX, el experimentado Rajoy, tenía claro cómo acabaría el minué.

En Cataluña las cuentas están echadas. También las de Cat-Comú Podem, que se abstendría porque el programa de Cs carecería, según su socorrido recetario, de «agenda social». Los nacionalistas no tendrían que pelearse entre sí, sólo arremeter con fiereza contra la candidata de la monarquía del 155. El PP la apoyaría y asomaría durante unos días su quejumbroso talle.

Por su parte, Arrimadas se marianiza y apunta aquello de «lo urgente es esperar». Cs no compite contra PP y PSOE aunque les dispute el voto. Eso le concede una autoridad y poderío que irrita sobremanera a PP y PSOE, que sí aspiran a competir contra Cs aunque no le disputen el voto en Cataluña. En el frente independentista todavía tienen que pasar cosas. Los consensos estarán cogidos con alfileres en una atmósfera de recelo. La Justicia avanza inexorable aunque lenta y la amenaza del 155 se ceñirá sobre la Legislatura.

En lo esencial, Rajoy acertó: puso en marcha el 155 cuando tuvo amarrados los consensos. Convocó elecciones y evitó mantener disuelto el Parlament. Aparentó normalidad en el descoque pospolítico. Rajoy ejerció de presidente, aparcó el interés partidista y diseñó el procedimiento. El 155 no ha pasado factura al PP sino que ha redundado en Cs. Pero no porque el partido de Rivera estuviera casualmente allí, sino porque emergió cuando PSC y PP yacían amodorrados. Cs representa el despertar de la sociedad civil, a la que Rajoy encargó la parte lustrosa de la tarea.

 

 

 

 

 

 

FUENTE: ELMUNDO