El PSC está haciendo un esfuerzo imperfecto pero valiente para ocupar la centralidad y todavía más: para desplazar la centralidad hacia aguas más tibias y menos enfrentadas
El posibilismo está mal visto en la política catalana, tanto por dentro como por fuera. Te dicen: «¡botifler, traidor!». Y es cierto que algunos equilibrios, aparte de parecer extraños, lo son, pero Cataluña es extraña y no se puede tener vocación mayoritaria desde el extremo sino desde el centro, y eso es lo que está intentando Miquel Iceta, para que su candidatura y su proyecto tengan que ver con la realidad a la que interpela aunque no sea exactamente la que él quisiera.
Pujol no creó Convergència i Unió a imagen y semejanza de su idea de «nación» sino como un guante que se adaptara a lo que entonces era la sociedad catalana. Los socialistas, con Obiols al frente, fueron más idealistas y por eso perdieron siempre. En las próximas elecciones del 21 de diciembre, ganar significa que el independentismo no sume, de modo que a al PSC le bastaría con arañarle cinco o seis escaños moderados a la facción más pragmática del PDECat, la que es catalanista y no independentista pero no se sentiría cómoda votando al PP o Ciudadanos por considerarlos «enemigos» de Cataluña.
Es fácil criticar a Iceta y acusarle de ambiguo y hasta de colaboracionista. Es fácil, sobre todo, hacerlo desde Madrid, desde donde no se ven los matices y nadie se juega nada. Pero desde Barcelona, y desde Cataluña, lo que se ve es que el PSC está haciendo un esfuerzo imperfecto pero valiente para ocupar la centralidad y todavía más: para desplazar la centralidad hacia aguas más tibias y menos enfrentadas, aunque sea con las ambigüedades y las contradicciones de quien sabe que sale a disputar un partido en que la máxima victoria que puede conseguir es un empate.
Iceta es el político más inteligente y brillante de Cataluña, el que mejor expresa las contradicciones, el sentimentalismo y el deseo de prosperidad de un pueblo que ha sido engañado por unos políticos que decían amarlo pero que a la hora de la verdad, o bien se han fugado como cobardes, o bien han reconocido que su amor tenía mucho más de fulgor de una noche que de promesa perdurable. Con la corrupción de Convergència, y muy concretamente de la familia Pujol, los catalanes despertamos de la fantasía de que nuestros políticos vivían en un plano moral diferente del nuestro.
El PSC, de la mano de Miquel Iceta y de su proyecto, ha abandonado cualquier rastro del resentimiento social que alguna vez le caracterizó. Aquella siniestra propaganda de los desclasados, aquella absurda apología del Baix Llobregat como si en una tierra donde se vive tan bien como en Cataluña tuviera algún sentido insistir en la «lucha de clases»-¡qué horror!- ha dejado paso al sentido común de una sociedad que necesita, más que ninguna otra cosa en el mundo, la tranquilidad, la moderación, la constatación de que ya no podemos romper más cosas de las que vayamos a poder reparar y la sensación de continuidad -sin humillación- desde lo que se intentó y no fue posible hasta lo que todos juntos podemos construir para vivir mejor.
FUENTE: ABC