Hay quien dice que Pío Baroja era hombre de pocos amigos. Yo sin embargo creo que era simplemente de carácter poco diplomático y que en el trato social hacía gala del tacto áspero, irónico e incómodo, de quienes a la hora de expresarse, no se pueden desvincular de “la verdad”. Incómodos los demás, me refiero, porque de entrada, salvo entre aquellos que la practican, la sinceridad suele caer bastante mal. Pues fue don Pío precisamente, que era poco dado a las tertulias, quien tomó la palabra en una de ellas, para que en menos de un minuto y entre dos sorbos de aguardiente o lo que se bebiese en el madrileño “Café de Levante”, hiciese gala de su capacidad de síntesis para clasificar a los españoles en función de su grado de implicación en la gestión y en la acción social… vamos; que ni Max Weber.
Lo que don Pío dijo frente a no pocos ilustres paisanos, fue lo siguiente: “en verdad hay siete clases de españoles… sí, como los siete pecados capitales: los que no saben, los que no quieren saber, los que odian el saber, los que sufren por no saber, los que aparentan que saben, los que triunfan sin saber y los que viven gracias a que los demás no saben. Estos últimos se llaman a si mismos políticos y a veces hasta intelectuales”… Con esta manera peculiar de hacer amigos, se fue alejando don Pio de la política muy decepcionado, porque aunque esta sea la ciencia que trata de la gobernanza y de la gestión de las sociedades humanas, resulta que en la política española, salvo el insulto, sigue sin encontrar cabida el debate inteligente, se sigue padeciendo una minusvalía en lo referente al ejercicio de la pluralidad y sobre todas las cosas persiste una peligrosa falta de “altura de miras” condicionada por el pensamiento extremista.
Ya saben, por no saber o no querer saber, estamos a merced del discurso de algún oportunista inflado de exposición televisiva, con vocación populista y retórica vacía, que como no sabemos, nos impone la ideología y su manera de entender la vida, para terminar pasando por encima del interés de todos y de la salud de una mayoría que empieza a “sufrir” por no haber sabido cual era el verdadero argumento o la intención de aquellos que triunfado “sin saber” y obviando las certezas del presente, le siguen dando prioridad a un pasado lejano que creen saber bien, a la vez que jalean a quienes sin saberlo -o sabiéndolo- fueron adoctrinados para hacer “ideología arrojadiza” con lo más simple y cotidiano. Mientras, los que viven gracias a que los demás no saben, incapaces de llegar a acuerdos o consensos, o como ustedes quieran llamarlo, conducen a España al mismo sin dios de aquellos años, aunque “pandémico” en este caso. Y todo porque quienes no sabemos o no hemos querido saber, tampoco nos hemos preocupado.
Yo mismo y algunos otros que en la barra del bar y con un buen vino en la mano creemos saberlo todo, desde la comodidad hemos preferido dejar lo político de lado, para que los más pícaros vayan ocupando ese espacio y que el ciudadano, les siga manteniendo “los chiringuitos” desde donde poder seguir aparentando que saben mientras son asesorados por sus “comités de expertos falsos”. El habernos desentendido nos saldrá trágicamente caro, porque entre otras cosas, aquellos que tienen el despiece del país como verdadero objetivo y que pueden darse por aludidos, van atacando al Rey, que es precisamente “el único” en todo este desatino, que “sabe” perfectamente cual es su sitio. Y si a toda esa bajeza del oportunismo dañino le añadimos que la separación de poderes está en peligro, la evidente incapacidad de gestión y sobre todo, la desunión mostrada frente a la crisis y la pandemia, igual que le pasó a don Pío, hoy se está decepcionando profundamente a muchos españolitos, que nos vemos avocados a pensar que la única dinámica que entiende este país y el destino de la mayoría de los individuos que lo compartimos, es aquella que consiste en el encadenamiento de enfrentamientos en todos los ámbitos y la tendencia desmedida al conflicto ideológico con el vecino, en definitiva, lo que genera los grandes réditos para algunos políticos. Porque eso sí que se lo han aprendido.
Nunca me cansaré de decirlo: a algunos políticos “les pone mucho” el patrio, cíclico y repetitivo “fratricidio” que les retroalimenta en ese bucle de argumento tan cansino… y como reconozco que yo también peco de algo parecido con mi insistente argumento crítico, me dan ganas de no hablar más de política, insisto, sobre todo porque al hacerlo, es inevitable no hablar una y otra vez de lo mismo. Aunque por otro lado ¿no será eso lo que están buscando… que no hablemos, que no sepamos… que dejemos de ser críticos? Hummm… no estoy seguro, a ver si tomándome otro vino…
