Las primeras escenas de esperpento, como el mítico golfista ‘borroko’, hacen pensar que el modelo elegido es el de la revolución de las élites en Latinoamérica. Un prototipo de histrionismo sin complejos en el que todo cabe
“Libertad, libertad, libertad”. Eran las nueve de la noche de un mayo atípico y el mismo grito de lucha y dolor que en otro tiempo y lugar entonaron esclavos, presos, colectivos o pueblos oprimidos, volvía a escucharse con fuerza por tercer día consecutivo, en el barrio de Salamanca. La calle de Núñez de Balboa de Madrid, símbolo adinerado de los derechos civiles contra lo que algunos concentrados califican como dictadura del socialcomunismo en España, está de bote en bote y cacerola en mano a pesar de la emergencia sanitaria.
“Es mejor morir de pie que morir arrodillado”, declara en redes sociales alguien que, mostrando su apoyo al Movimiento Nacional del Barrio de Salamanca, se lía un poco con la cita o, quizá, simplemente la adapta a la situación covid-19. “Esto es el comienzo del despertar de España”. De la oficial, se entiende. La homologada por el certificado de calidad español ISO 9001. Es el despertar, en fin, de la España del Barrio de Salamanca.
Hay ancianos, niños y adultos. Menaje caro y banderas del chino se mezclan en un ambiente festivo, en parte por lo novedoso. Para estos vecinos, lo de protestar en la calle es novedad. Algunos, directamente, nunca lo habían hecho ni cuando las autoridades sanitarias lo recomendaban altamente. Digamos que pocos de los concentrados son asiduos a manifestaciones contra los recortes sanitarios o contra los casos de corrupción que asolaron Madrid. De hecho, algunos de estos vecinos han sido protagonistas directos de estos recortes y casos de corrupción. El barrio construido por el Marqués de Salamanca es feudo y hogar de numerosos dirigentes del Partido Popular de Madrid. En estas calles de pisos amplios, cuyo personal de servicio es el que acostumbra a usar las cacerolas que hoy suenan, la crisis del coronavirus ha golpeado a su manera. Muchos de estos vecinos son dueños de grandes empresas paralizadas por el estado de alarma, otros, multipropietarios de pisos destinados a la especulación que se han quedado vacíos por la falta de turismo.
Cada uno tiene unas circunstancias pero a todos ellos les une un rechazo visceral contra un gobierno de una España que creen que les pertenece por herencia. En muchas casas de este barrio, que por televisión aparezca el tal Pablo Iglesias sobre un rótulo que dice que es vicepresidente del Gobierno de España es lo más parecido a una pesadilla distópica que se ha cumplido. Es uno de esos barrios que decidió, vía mensajes de whatsapp, no aplaudir a los profesionales sanitarios que se jugaban la vida para centrar toda su energía en intentar tumbar un gobierno al que declaran responsable intelectual de un virus con el que hoy juguetean, sartén en mano.
Un tipo golpeando una señal de tráfico con un palo de golf se ha convertido en icono de lo que algunos han bautizado como la revolución de los Cayetanos. Una protesta de clase alta que, como todas las que nacen del privilegio, rema en contra de los intereses de la mayoría de un pueblo al que dicen representar vía exceso de banderas.
Un pueblo español que, satisfecho o no con la gestión de las distintas administraciones, sigue los consejos sanitarios. Mientras los Cayetanos gritan libertad junto a boutiques de su propiedad, como dijo Antonio Machado, el pueblo vuelve a pisos minúsculos después de haber desinfectado calles, atendido enfermos o distribuido alimentación. Arriesgando la salud en trabajos mal pagados por algunos de quienes hoy se manifiestan.
A la revolución de los Cayetanos no le preocupa la gestión de la Comunidad de Madrid en hospitales o residencias. La revolución de los Cayetanos no tiene argumentario más allá de un ímpetu visceral: que el Gobierno se vaya. Suyo es el virus, suya la crisis económica y suya la culpa del hartazgo que el Barrio de Salamanca siente sólo unos meses después de la toma de posesión. Un hartazgo prematuro que, sin pandemia mundial, quizá se hubiera canalizado en estas mismas calles acudiendo a clásicos como la ruptura de España o la llegada del comunismo vía regulación de los precios del alquiler.
La revolución cayetana no mira al mundo para entender que esta pandemia y sus medidas de contención son un fenómeno global, pero sí lo hace para aprender el complicado arte de hacer caceroladas desde el privilegio. Se puede. Las primeras escenas de esperpento, como el mítico golfista borroko, hacen pensar que el formato elegido es el exitoso modelo de la revolución de las élites en Latinoamérica. Un prototipo de histrionismo sin complejos en el que todo cabe. Desde hacer huelga de empresas para desabastecer un país, y hablar de hambre, hasta poner en riesgo la salud propia y la ajena para culpar al Gobierno del estado sanitario de las cosas. Podemos reírnos de lo que aún son escenas berlanguianas, pero también debemos preocuparnos: vivimos una época en la que el esperpento funciona.
GERARDO TECÉ
Esa foto no es en el lugar de las protestas.
A las 21 no es de noche en Madrid. Allí el Sol se pone a las nueve y media.
Buen ejemplo de manipualación