“Sánchez necesita toda nuestra ayuda”. Y por qué, pregunto yo, y para hacer qué, añado.
El póker entre novatos tramposos acaba pagándolo el que mira, pero no apuesta
GREGORIO MORÁN
Es difícil encontrar un muestrario de semejante incompetencia, y frente a eso nos piden cada día un ejercicio de fe. O fieles o enemigos, no hay vuelta de hoja. Reconozcamos, porque no es para menos, que el estatuto de enemigo tiene un costo personal que, sumado al peligro de coronavirus, la soledad y los achaques, acaba resultando casi insoportable. El pijerío natural, por clase social y querencia a la seguridad laboral, se atribuye el derecho a perpetuarse al precio de dejarte el cuerpo y la moral hechas una alfombra.
Desde que los funcionarios del Estado, en sus diferentes formas, han descubierto que son el estamento más seguro del establecimiento, al que no afectan crisis políticas ni económicas mientras sepan mantenerse fieles al mando, desde ese momento se convirtieron en portavoces del presente. Ellos deciden quiénes son derechas moderadas y derechas antidemocráticas, quiénes crispan y quiénes son idóneos. Tienen el monopolio de la verdad. Pertenecen a una generación a la que ni les suena aquella virulenta polémica de Rosa Luxemburgo frente a Lenin sobre la libertad de información. La libertad es el derecho a expresarse de quienes piensan lo contrario que nosotros. Lo escribió ella, una radical, poco antes de que la asesinaran los patriotas socialdemócratas.
No nos gobiernan las izquierdas sino unos pijos de novela de Marsé, cuyo primer objeto del deseo es convertirse en propietarios. La modelna Calvo o el adiposo Ábalos cabrían perfectamente en la derecha montaraz si la lucha por el salario seguro no les hubiera arrastrado por otros derroteros; llevan la marca de esa clase política “a lo Rufián”, que saltó del anonimato, cuando no del arroyo, a la tribuna tertuliana. Una vida sin otra preocupación que la fidelidad al mando.
Éramos electores, carne de urna, y nos volvimos personas y ciudadanos sufrientes. No estaban preparados para esta mutación
Y entonces les saltó en su culo y en nuestra cara el coronavirus. Éramos electores, carne de urna, y nos volvimos personas y ciudadanos sufrientes. No estaban preparados para esta mutación. Hartos de mentir hasta en el espejo, la realidad les fue dejando a ellos desnudos y a nosotros en los hospitales. Recuerdo aquel grito del actor Nanni Moretti en un mitin multitudinario de Achille Occhetto, al que interrumpió con un intempestivo: “¡Te lo ruego, di algo de izquierdas!”. Como ahora ya no hay mítines nadie podrá gritarle a Pedro Sánchez: “¡Una verdad, por favor!”.
De dónde habrá salido esa comisión científica sobre el coronavirus que sirve para tapar la boca y dejarnos perplejos. ¿De verdad existirá la desquiciada comisión científica o se la habrá inventado el clan de los mentirosos donde aposentan Iván Redondo, Tezanos, Ábalos… bajo la varita mágica del brujo evangélico del Séptimo Día que bien podría abrir y cerrar las reuniones exclamando “Dios está con vosotros mientras yo esté con vosotros”?
¿Desde cuándo una comisión científica se hace secreto de Estado, a menos que sea todo tan falso como los test que se compran, se pagan y no llegan, o están defectuosos? Por mucho esfuerzo que hagan los tertulianos ejerciendo de cruzados de la fe, son demasiadas mentiras para tragarlas de una sentada, se necesita que los adversarios ayuden. Mientras la culpa de las improvisaciones y las estupideces la tenga el PP y se personalice en un tal Casado estaremos en la buena vía. Pueden hacer lo que quieren y más con Podemos ejerciendo de palanganero, para evitar la bulla, a un precio de ganga, pero son tan torpes que ni contando con los dedos les salen las cuentas. Acabarán echándole la culpa al PP del coronavirus igual que hacía Zapatero con Rajoy, el culpable del independentismo catalán que ellos acariciaban.
Decidámonos de una vez a abrir en canal el estómago de nuestra pedestre ideología y admitamos que defender a Casado es conservadurismo, pero hacer lo mismo con Sánchez es reaccionario. Tenemos a una derecha disfrazada que nos gobierna y que ha conseguido algo similar a aquel Vivan-las-caenas que tan orgulloso ponía al macizo de la raza y el toril. Sigamos todos la senda que nos marcan los templados señores de la sensatez. Oírles decir “ahora toca seguir al Gobierno, por España y la ciudadanía” es más de lo que yo había escuchado en mi larga vida de oyente celtibérico. “Sánchez necesita toda nuestra ayuda”. Y por qué, pregunto yo, y para hacer qué, añado. El póker entre novatos tramposos acaba pagándolo el que mira, pero no apuesta. De ahí que la suma del PSOE y el PP, de consumarse en el gobierno, representaría una amenaza mortal para la ciudadanía.
Estamos en el principio de una catástrofe anunciada. Apenas si ha aparecido en toda su virulencia la verruga de la perversidad
Estamos encerrados en una jaula de locos donde el fuerte sólo se distingue por el grado de mediocridad. No se trata de que paren y vayan achicando la epidemia, sería demasiado pedir, pero nos bastaría que pusieran los medios para contenerla, que compraran material decente, que no se engolfaran con lo que saben hacer mejor desde hace décadas: asociarse a los traficantes de oportunidades y estafas. Cubrir sanitarios muertos con aplausos es una humilde compensación que debería parecerles una obscenidad a quienes forman el anónimo ejército de Pancho Villa, conocido como comité científico, porque nada evita dejar a ese personal sanitario en el desamparo y a nosotros, los pacientes, en el desolador papel de víctimas propiciatorias.
¿Hacia dónde se desvían los beneficios de los buitres de la sanidad? A la ciudadanía no la conmueven las multas y detenciones de algunos descerebrados que se saltan el confinamiento para hacerse una barbacoa. Lo que nos gustaría saber es qué pasa con los estafadores. ¿Quiénes son y dónde los contrataron? Eso es más importante que conocer las intenciones de Pablo Casado o el PP, que me preocupan menos aún que los bulos institucionales de Pedro Sánchez, ese fabricante que aspira a controlar el variopinto mercado de las mentiras. Ni cuando quiere dar una noticia animadora logra evitar la maldición del falaz compulsivo: que salgan los niños a la calle, no, que no salgan, sí a los bancos del dinero, no a los bancos del parque. Ni Cantinflas “avanzando, pero retrocediendo”. Frivolizan con las vidas de los demás.
Estamos en el principio de una catástrofe anunciada. Apenas si ha aparecido en toda su virulencia la verruga de la perversidad. Alcanzaremos, algunos al menos, cierto grado de frágil salud, pero una economía quebrada está a punto de arrasar con el sistema que fabricaron. Enfermos y pobres, la conjunción que temían nuestros padres antes de echarnos a la vida. ¿Se han fijado que en estos tiempos de estupidez de género compartida nadie dice “los muertos y las muertas”? Con la muerte no caben frivolidades.