La mayoría de fallecidos e infectados con coronavirus pertenecen a la llamada “tercera edad”, a la que pronto habrán de cambiar la denominación por “edad letal”
No es mala idea la de rejuvenecer la vida, la sociedad, el mundo. Ya está bien de seguir gobernados por ancianos. Sólo hay un par de inconvenientes desde mi punto de vista de abuelo: el primero es que no tienen por qué matarnos para que ellos puedan dirigir; el segundo es que nos consta que nuestros descendientes son unos golfos.
Vayamos con lo primero. El secreto mejor guardado se reduce a cómo tapar estadísticamente la baraja de edades. La estadística, ese veneno de Estado en manos de marrulleros, sólo levanta una esquinita de la verdad al advertirnos que la mayoría de fallecidos e infectados pertenecen a la llamada “tercera edad”, a la que pronto habrán de cambiar la denominación por “edad letal”.
Tenemos supuestos equipos de expertos para informar y transformar a los damnificados en heroicos guerreros en lucha con el destino. Paparruchas, lo que deberían decir no lo van a decir y lo que promulgan son cantos de mariachis: nosotros somos muy buenos y el coronavirus retorcidamente perverso. Como si se tratara de una sesión de brujería, de pronto se les va la ciencia de la cabeza y sale el cura profético que todo político español lleva dentro.
Pertenezco a ese grupo sin voz ni voto, en este caso que está hartito de que la clase política, disfrazada de científicos, nos digan lo magnífico que es todo el conjunto del personal sanitario. Eso ya lo sabíamos incluso por encima de ese cinismo de los discursos en el que con una mano se ensalza lo que con la otra se niega. La pregunta del millón es muy obvia: ¿España tiene recursos para abordar la epidemia, sí o no?
La respuesta política asegura que el asunto es más complicado y uno no acaba de entender en qué, salvo que no responder taxativamente a la pregunta es una muestra que nos aboca a la incompetencia. Si tenemos recursos, por qué estamos donde estamos, y si no los tenemos, por qué han engañado al personal sobre la “mejor sanidad del mundo”.
La pregunta que un miserable lacayo como Tezanos no incluirá nunca en sus manipuladoras encuestas es la de saber dónde quebró el sistema sanitario; si en la planificación básica o en la incompetencia política. Lo único que tenemos claro es que estos machotes con rostro de cemento armado, de patriotismo fecundo y muy popular, es lo que aseguran ellos mismos ante sus espejos, volviendo a lo que creíamos superado para siempre.
La vanidad de las palabras y las propuestas de chulería, aquello de más vale honra sin barcos que barcos sin honra. Patético que ahora se afronte una guerra de consecuencias definitivas, con miles de muertos, y se repitan las mismas fantasmadas de antaño. Eso sí que es reaccionarismo fetén; palabras engoladas para enterrar a un personal abandonado que se está dejando la vida en el empeño.
Es muy difícil llegar a acuerdos con esta generación de padres asentados promocionados por nietos jaleadores
El personal sanitario constituye un martirologio y eso es así no por castigo divino ni por maldad intrínseca del coronavirus, sino porque tenemos unos adolescentes mentales preocupados de garantizar que la prolongación de la poltrona sea más firme que la catástrofe. Cada vez que un dirigente político diga parabienes y admiraciones “de nuestro valiente y abnegado personal sanitario”, el susodicho estaría en su derecho no de mandarles a la mierda, de donde no debieran haber salido, sino de quitarles los galones que se han beneficiado a sí mismos y ponerlos en esa primera línea del frente.
Degradados y castigados, porque de no ser así parecería que todos nos conformamos con nuestra suerte, ellos mandando, nosotros sufriendo y el personal médico no haciéndose preguntas en una pelea donde las apelaciones a la gloria no les sirven ni como higiénico papel o mascarilla homologada, por citar un objeto que la miseria mental ha convertido en artículo de lujo al albur de los estafadores de oficio. Fíjense bien, antes no se apelaba a las mascarillas porque no había, ahora ya ni sabemos para qué sirven ni si han llegado ni quién las habría traído del cielo de nuestros bolsillos.
Sobrevivimos el día a día entre grandes mentiras y no menos grandes esfuerzos para que nos sintamos orgullosos no sé si de los barcos o de las honras. Entretanto, a esperar que el tiempo y la manipulación borren la vergüenza de las jornadas sufridas.
Que nuestros herederos naturales por razones de edad -hijos putativos, nietos, sobrinos-, ayer personal menudo, hoy altos cargos, son unos golfos forma parte de nuestra constitución mental. Es la evidencia de haber conocido a suficiente gente y haberla vivido y sufrido, lo que nos da el dudoso privilegio de distinguir entre un político que se va haciendo y un hijo de puta que se atornilla a la administración.
Tomemos un muchacho crecidito de edad y de maldad como el caso de José Félix Tezanos. Funcionario de la enseñanza en el viejo régimen. Me acuerdo de él cuando babeaba ante Alfonso Guerra hasta resultar obsceno, cosa nada fácil en tiempos de servidumbre. Fiero y perverso en su condición de empleado del nuevo régimen, como antes lo había sido del viejo. Traicionó a Guerra porque le ocurre lo del escorpión, no puede evitar la vileza de su mediocridad si le dan la oportunidad de ejercerla y ascender en el escalafón.
A él, entre otros sublimes del intelecto como Ramón Cotarelo, se le encomendó en los infelices ochenta preparar el socialismo del año 2000, pamplinas que se llevó el agujero de las aguas fecales del guerrismo hasta que Sánchez, experto selector de basuras, lo repescó y le puso en la sección de Promociones y Manipulaciones del CIS.
Luego tendrán el ceño fruncido para preguntarte si eres demócrata como ellos o un derechista
Es muy difícil llegar a acuerdos con esta generación de padres asentados promocionados por nietos jaleadores. Has de saber que el simple hecho de sentarte ya obliga a tentarte la ropa porque te van a desvalijar. Luego tendrán el ceño fruncido para preguntarte si eres demócrata como ellos o un derechista; porque los delincuentes políticos han adquirido títulos de nobleza e incluso un jardín para las visitas.
En ese momento de la verdad pretenden que sea condición imprescindible que su Gobierno monopolice la información para afrontar la supuesta ofensiva contra Sánchez y la izquierda radical de cartón piedra. La humillación de defender la generación de ganapanes que nos concede avales de buena ciudadanía.
“Una respuesta antifascista al coronavirus”, dice “Evita” Montero. ¿Con piscina o sin piscina? Me viene a la memoria el referéndum franquista de diciembre de 1966, “Todos unidos tras el Caudillo”. Estos aventados de la soberbia saben que a nuestra edad nadie aguanta otra tropelía.
Gregario Morán