El líder «divorciado» de Pablo Iglesias ya sabe lo que son las crisis internas: dos muy sonadas en poco tiempo le hacen probar la hiel de un bloque ideológico sumido en el lío.

Acaba de estrenarse y ya vive su primera gran crisis. Íñigo Errejón, nada más saltar al ruedo político nacional con Más País, ha tenido que torear la fuga de Clara Serra. No es cualquier militante. Fue su número dos para la Asamblea de Madrid y portavoz. Curiosamente, además, Serra da el portazo acusando a Errejón de  “hiperliderazgo” y de repetir los mismos vicios que denunciaron en Podemos.

Y, como para confirmar que las desdichas nunca llegan solas, este martes se supo que Pablo Soto, uno de los concejales de referencia del errejonismo en Madrid, muy ligado a Manuela Carmena, ha dimitido a marchas forzadas acusado de acoso sexual por una militante del partido.

Parece que a Errejón le está tocando enfrentarse al burbujeante impacto que produjo su presentación. Corre el riesgo de ser como el estallido de la apertura de una botella de champán, que con el paso del tiempo se diluye su fuerza. Eso reflejan los tracking electorales, donde está yendo de más a menos.

Tampoco las aguas en el otro islote de la izquierda, más allá del PSOE, están tranquilas. En Podemos, las perspectivas de otro desplome reactivan los movimientos internos. De momento, de manera discreta. Se comienza a impulsar una alternativa a Pablo Iglesias e Irene Montero.

Una nueva pérdida de escaños el 10-N desencadenaría la unión de todos los contrarios. Y esa alternativa, según me relata uno de sus probables guionistas, tendrá en Teresa Rodríguez y José María González, “Kichi”, a sus cabecillas.

Ambos líderes andaluces tienen meditado saltar a la palestra para impulsar un cambio antes de dar tiempo a que la actual pareja dirigente se atrinchere. La ruptura ya quedó plasmada el 26-M, cuando Rodríguez y González (uno de los pocos “alcaldes del cambio” que ha sobrevivido con el actual líder y su guardia de corps) se presentaron con una marca propia, Adelante Andalucía, al margen de Unidas Podemos.

El 11-N puede desencadenarse la conjura definitiva. Algo de ello se huelen Pablo Iglesias y su núcleo, volcados estos días en medir los ánimos de los territorios. Lo han venido a llamar “encuentros con la gente”, pero se trata de comprobar la hondura de las heridas en un partido que ha podido ir parcheando sus desgarros gracias a encadenar citas electorales con la zanahoria por delante de entrar en un Gobierno de coalición con el PSOE.

El caldo de la conspiración bulle así en puertas de la contienda electoral. Lo cual supone un pésimo augurio. Más aún cuando Iglesias -todo lo indica-  ya no tendrá la oportunidad de volver a ser decisivo para la gobernabilidad. Su mismo entorno lo asume: “Eso ya no podrá ser”. Así lo apuntan las encuestas electorales. Al igual que el retroceso.

«Morir matando»

Por eso, la campaña de Iglesias, de momento fuera de foco salvo para cargar con el sambenito de reventar en varias ocasiones la posibilidad de un gabinete de izquierdas, promete subir los decibelios. Lo de morir matando cobra todo su sentido para él en estas elecciones.

La sentencia del Tribunal Supremo sobre el “procés” y la reacción en Cataluña serán decisivas para la formación de Iglesias. Bien sabe el líder morado que pueden llevárselo por delante. La hostilidad de los suyos al “régimen” del 78, completada por un discurso mimetizado con el de los independentistas, apunta a que les proyectará hacia posiciones que podrían difuminarlos entre la polvareda de unas formaciones que amenazan la unidad de España.

En definitiva: la ultraizquierda, como siempre, de lío en lío. Aunque esta vez la casa de los líos no esté únicamente en el chalet de Galapagar.
 
 

FUENTE: ESDIARIO