FERNANDO ÓNEGA

 

De todo lo ocurrido en los últimos días en relación con el empeño independentista de descuartizar España, me quedo con una escena: el viaje a Euskadi del presidente del Parlamento catalán, Roger Torrent, militante de Esquerra Republicana, para convencer al nacionalismo vasco de que se una a la vía catalana. Y no para fortalecerla, que tendría su lógica, sino para crearle dos problemas al Estado español y, si fuese posible, para hacer ingobernable ese Estado. Hasta ahora habíamos visto alianzas entre los dos nacionalismos. Incluso hay el antecedente lejano de Galeusca o Galeuscat, que pretendió crear una plataforma de las tres nacionalidades históricas para reivindicaciones comunes, pero no supo desarrollarse. Y por, supuesto, hemos visto a independentistas vascos en actos celebrados en Cataluña y a independentistas catalanes abrazando a Arnaldo Otegi en manifestaciones en el País Vasco. Pero nunca una iniciativa encaminada exclusivamente a hacer daño al Estado y, en consecuencia, al conjunto de los españoles.

Estamos, por tanto, ante la versión más pérfida del nacionalismo excluyente, representada por Torrent, que llegó a su cargo diciendo que quería aportar a la política «un nuevo tono, un nuevo talante», y entendimos que rompía con la agresividad del anterior Parlament, dominado por los impulsos irracionales de la Declaración Unilateral. Y efectivamente aportó un nuevo tono, pero para empeorar al anterior. Su mensaje en el País Vasco recuerda las técnicas militares de atacar al enemigo por diversos frentes para dificultar su defensa. En su alucinación soberanista, entiende que un Estado centrado en la cuestión catalana es muy poderoso. Pero, si existe también una rebelión en Euskadi con los mismos argumentos -represión, falta de libertad, pisoteo de derechos regionales, prohibición del derecho a decidir-, el Estado sería más débil y carecería de credibilidad internacional. Posiblemente tiene razón, pero lo notable es la maldad de la propuesta.

Estamos, por tanto, ante un salto cualitativo del independentismo. Ya no tratan de conseguir la independencia, aspiración garantizada por la libertad de expresión y de pensamiento. Tratan, como digo, de hacernos a todos el mayor daño posible para obtener ellos el beneficio de su soberanía. Esa es la perversión del salto que el señor Torrent, nuevo talante, propone. Pensar, solo pensar, en hacer ingobernable el país es la esencia de la maldad para quienes dependen precisamente de la gobernabilidad. Pienso, por ejemplo, en los pensionistas. Pienso en los inversores a los que se espanta. Y después, cuando se les aplica la ley en defensa de los intereses colectivos, gentes como Torrent hablarán alegremente de represión.

Ya no tratan de conseguir la independencia. Tratan, como digo, de hacernos a todos el mayor daño posible para obtener ellos el beneficio de su soberanía