Las elecciones son siempre un proceso en régimen abierto. Sin embargo, los comicios del próximo 28 de abril se presentan más abiertos que nunca. Lo hacen hasta tal punto que una misma correlación de voto podría dar pie a una mayoría absoluta de la derecha –con más de 180 escaños– o (casi) de la izquierda.
La razón principal de esa paradoja es que los dos bloques que se enfrentan el 28-A no concurren unificados en términos bipartidistas –como ocurrió, por ejemplo, en los comicios del 2008 entre PP y PSOE–, sino fragmentados en diversas marcas: dos en la izquierda y tres en la derecha.
Y a partir de ahí, el reparto del voto dentro de cada bloque puede tener una influencia determinante sobre el resultado global. Esta afirmación puede resultar chocante a la luz de las encuestas, que por el momento otorgan una clara mayoría en votos a las formaciones que ocupan el espacio desde el centroderecha a la extrema derecha: Ciudadanos, PP y Vox.
Pero no hay que olvidar que el sufragio no se proyecta sobre una única circunscripción, sino que se aplica en 52 provincias de distintos tamaños.
La mayoría de ellas (35) adjudican menos de siete escaños y esto propicia que muchas papeletas de partidos pequeños o incluso medianos –aquellos que cosechan entre el 10 y algo más del 15% del sufragio– se pierdan, sin traducirse en representación.
En este sentido, no hay que olvidar que de esas 35 circunscripciones pequeñas, la mayoría, 28, adjudican entre uno y cinco escaños. Es decir, funcionan en un régimen muy poco proporcional (o directamente mayoritario), de manera que en muchas de ellas el partido ganador –aunque ni siquiera sume más de la mitad de los sufragios– puede llevarse el doble o incluso el triple de escaños que el segundo partido.
Y, como consecuencia, dejar fuera del reparto al resto de formaciones, aun en el caso de que entre todas ellas reúnan casi un tercio de los votos emitidos.
Para reflejar hasta qué punto es posible llegar a resultados absolutamente antagónicos a partir de un mismo pronóstico electoral, se ha realizado una simulación en base al promedio de intención de voto de las principales encuestas realizadas desde el momento en que se convocaron los comicios.
Y el efecto combinado de aplicar ligeras modificaciones en el reparto del sufragio entre los partidos de cada bloque en esas 35 provincias de pequeño tamaño arroja dos posibles mayorías. El procedimiento utilizado, tras establecer la media de intención de voto (PSOE, 27,7%; PP, 21%; Cs, 16%; Podemos, 13,6%, y Vox, 11,8%), ha consistido en proyectar los sufragios absolutos de cada partido sobre cada una de las 52 circunscripciones.
Para ello se ha tenido en cuenta no sólo el reparto territorial del voto de cada formación en las elecciones generales más recientes, sino también las magnitudes globales del sufragio de cada bloque en cada provincia en las últimas citas electorales.
Con un reparto del voto distinto por provincia en la derecha, PP, Cs y Vox pasarían de 164 escaños a la mayoría absoluta
Se trataba de ajustar el número de sufragios teóricos a lo que han sido los márgenes históricos, para evitar escenarios irreales. A partir de ahí, y sin alterar el cómputo global de cada bloque, se ha procedido a analizar en cada caso cómo afectaban al reparto de escaños diversas modificaciones en la distribución del voto entre las distintas fuerzas en liza (PP, Cs y Vox, por un lado, y PSOE y Unidos Podemos, por otro).
Dentro, naturalmente, de unos márgenes que no chocaran frontalmente con la correlación de cada partido a nivel estatal y su implantación territorial. El resultado no puede ser más sorprendente.
En 18 de las pequeñas provincias, una distribución ligeramente distinta del voto dentro de cada bloque beneficiaría a la izquierda o debilitaría a la principal formación del centroderecha (el PP) en beneficio de Vox. Y en once de ellas supondría directamente la transferencia de un escaño desde un bloque al otro.
Además, en el resto de provincias (que reparten siete o más escaños) la correlación de voto aplicada dejaría el último escaño en disputa en doce de ellas (y en cinco al alcance de la izquierda). De ese modo, el cómputo global de escaños de PSOE y Podemos podría pasar de 159 a un máximo de 175.
Y a la inversa, el contingente global de diputados del bloque de derecha podría pasar de 164 a 181, ya que una leve redistribución del voto dentro de ese bloque restaría un diputado a la izquierda en un total de 12 pequeñas provincias, a las que habría que sumar aquellas otras de mayor tamaño (cinco) donde esa redistribución permitiría a PP, Cs o Vox hacerse con el último escaño a expensas del PSOE o Podemos.
La lógica invita a pensar que la izquierda no sumará más de 160 años y que la derecha no llegará a los 170 (y esa es la correlación que arroja una hipótesis que combine todos los cambios posibles en ambos bloques). Sin embargo, lo que acabe ocurriendo en cada provincia queda oculto a los sondeos y lo puede cambiar todo.
FUENTE: LAVANGUARDIA